Pregunta para los frikis del Viejo Caserón
¿Conocéis la leyenda de Matilde?
Dicen que murió quemada durante el incendio que asoló el restaurante vasco, antes que éste pasara a ser Pasaje del Terror y tiempo después Viejo Caserón...
¿Os atrevéis a leer el relato que he hecho sobre la leyenda y su protagonista?
-PRÓLOGO-
Corría el año 1980 cuando un terrible
incendio asoló el restaurante vasco del Parque de Atracciones de
Madrid.
Pero tiempo antes de eso, a la
plantilla de cocina se había incorporado Matilde, una servicial
mujer, amante de su oficio que no tardaría en ganarse -no sin su
mucho esfuerzo- el puesto al frente de la cocina del restaurante.
Todo marchaba bien.
El restaurante acogía a las
hambrientas familias que se nutrían de todo el alimento que la casa
de comidas ofrecía hasta que reanudaban su frenético recorrido por
el Parque, de atracción en atracción, ya saciados.
A veces -las pocas veces que el
bullicio de la actividad de la cocina la dejaba-, Matilde se asomaba
a la zona de mesas y contemplaba sonriendo satisfecha que los
alimentos que cocinaba hacían las delicias de todos.
Los “mmmmm, ¡Qué rico!” “¡Está
delicioso!” “¿Quién habrá cocinado ésto?” eran los mejores
regalos que podía recibir: esos comentarios demostraban que la
cocinera estaba haciendo bien su trabajo, un trabajo que ella amaba
con locura.
Tanto que en vez de irse a casa tras
cerrar el local, solía cenar en la cocina, con el restaurante ya
cerrado, para después limpiarlo y clausurarlo hasta el día
siguiente.
Cierto día, Matilde se hallaba en la
cocina preparándose su cena.
El aceite se calentaba en la sartén
mientras ella cortaba las patatas para freirlas.
Chasqueó la lengua mientras miraba el
salero de la cocina vacío.
-Es verdad, que no quedaba
sal...-Suspiró yendo al comedor a por uno de los saleros que estaban
sobre las mesas.
Con él en sus manos, volvió y
descubrió con horror que el aceite que había dejado calentándose
al fuego lo había hecho demasiado, tanto que había prendido llama.
Matilde ahogó un grito y entró en la
cocina a toda prisa, y tan de los nervios estaba que éstos no la
dejaron recordar que lo último que había que hacer si el aceite
salía ardiendo en la sartén era echar agua.
Tan nerviosa estaba que lo primero que
hizo fue abrir el grifo y poner bajo él la sartén, dejando que el
agua hiciera que la llama se avivara más y llegara incluso a
alcanzar la cara de la pobre Matilde, que chilló de dolor cayendo al
suelo, haciendo que el delantal de la cocinera se prendiera.
El dolor era cada vez más intenso.
Matilde dejó caer la sartén junto al horno de cuya agarradera
colgaba un trapo que no tardó en arder, haciendo que las llamas se
propagaran al resto de la cocina.
La pobre cocinera no pudo hacer mucho
tirada en el suelo, con el delantal en llamas, abrasándose, viendo
cómo su cocina ardia y ella era incapaz de levantarse.
Pidió ayuda, gritó, aulló...Pero
nadie la hizo caso. A esas horas poca gente quedaría en el Parque, y
ni mucho menos prestarían atención al restaurante vasco que a ojos
del público estaba cerrado.
Presa del humo y las llamas, Matilde
murió abrasada en la cocina de restaurante. Al día siguiente nadie
supo decir con certeza qué pasó con la cocinera porque nunca se
encontró el cadáver....
-EL FANTASMA DE MATILDE-
...Morí abrasada.
Grité, pero nadie me escuchó.
A raiz de eso, el olor a carne quemada
y a aceite churruscado que reinaba en la cocina -en mi cocina-
tras mi muerte, poco a poco se fue sustituyendo por el olor a pintura
nueva; los azulejos se quitaron dando paso a paredes que se pintaron
de un tono lúgubre, como si quisieran reflejar parte de la tragedia
que había ocurrido entre esas paredes.
Al principio sólo era un enorme
pasadizo oscuro. “El Pasaje del Terror”, lo llamaban.
Gente gritando, llorando y casi al
borde de la histeria pasaba por el que había sido mi lugar de
trabajo durante años y del que prácticamente sólo se conservaba la
fachada.
Todos los visitantes huían
despavoridos por la cantidad de sustos que les proporcionaba tal
espectáculo de terror
Yo campaba a mis anchas por el lugar
sin que nadie se percatara de mi presencia. Me había convertido en
nada, en un puñado de aire que flotaba casi sin rumbo, gimiendo
quejumbrosa del dolor que sentía.
Nunca supe lo que había sido de mi
cuerpo, lo que sí sabía era que mi alma o lo que fuera que tuviera
en ese momento estaba quemada, en ambos sentidos, el literal y el
figurado. Porque empezaba a estar harta de soportar tanto dolor, pero
sobre todo estaba harta de los cambios que de un tiempo a ésta parte
había sufrido mi morada.
Sí. Era mi morada. Mía. Y de
nadie más.
Justo allí pasé los mejores años de
mi vida: cocinando y deleitando al público con mis deliciosos
platos...Tanto tiempo, tanta dedicación...Para nada. Para que el que
fuera prácticamente mi hogar, ahora se hallara convertido en un
espectáculo de terror de pacotilla.
¿Querían terror? ¡Yo les daría
terror! Oh si, ya lo creo que sí...
Y se lo dí, ¡Vaya que si se lo di! Me
movía tras el grupo de visitantes, y sólo me bastaba tocar a uno de
ellos para que gritara e hiciera gritar al resto. Él juraba y
perjuraba que había notado como aire a su alrededor, pero el resto
le acusaba de bromista.
...Hasta que empezaron a nombrarme...Y
las cosas empeoraron en cierta manera.
-¿Es que no conoces la leyenda de
Matilde?-Escuché un día decir al director del espectáculo a un
actor que había entrado nuevo.
¿Por qué salía yo ahora a relucir?
Resoplé e hice que un fuerte viento
azotara el despacho del director del show, alborotando papeles
mientras yo alzaba en el aire el portalápices que había sobre la
mesa, haciendo que el gerente y el nuevo actor huyeran despavoridos.
Al día siguiente, con una sonrisa en
los labios, vi como la compañía hacía el petate y no los volví a
ver más.
De nuevo volvía a estar sola en casa,
pero por poco tiempo.
Al poco tiempo volví a oir
martillazos, taladros...Volvía a oler a pintura.
Comprobé que el color de las paredes
de mi cocina no había cambiado a excepción de que sobre el negro
ahora había unas extrañas pintadas: “1, 2, canta a viva
voz...3,4, el hombre del saco....”. Y donde debía estar la
encimera había como una especie de puerta metálica que se subía y
bajaba, en la que perfectamente se podía encerrar una persona.
“¿Qué irán a hacer ahora estos
malditos?” Era el único pensamiento que rondaba mi mente.
Tenía ganas de echarme a llorar. Otra
vez me invadían. Mi hogar, mi vida. Todo.
En silencio, pero con rabia contemplé
cómo de nuevo lo único que quedaba intacto del antiguo restaurante
era la fachada. El resto lo remodelaron por completo tirando paredes
y poniendo otras nuevas para separar lo que ellos llamaban “cuadros”.
De nuevo eran actores quienes entraron
a trabajar a lo que pasó a llamarse “El Viejo Caserón”, que no
era, ni más ni menos que... ¡Otro espectáculo de terror!.
...Y de nuevo empezaron a oirse los
“¿Es que no conoces la leyenda de Matilde?” cada
vez que entraba algún actor nuevo, y de nuevo oir mi nombre me ponía hecha una furia.
Hacía
brotar corrientes de aire por todo el Caserón haciendo temblar a
quien osara pronunciar mi nombre, pero también al novato o novata al
que el actor o actriz veterano quisiera asustar, no sólo haciendo
que lo consiguiera, sino también provocando que el bromista se
asustara de su propia broma...
Sigilosa,
seguí a muchos de ellos muchas de las veces que se olvidaban cosas y
tenían que ir linterna en mano dentro del Caserón a por ellas, y vi
a más de uno y una volver su vista atrás, incluso preguntar quién
andaba por ahí.
Pero
claro, no obtuvieron respuesta, porque yo, obviamente, no se la dí.
A cambio, me deslicé a su alrededor haciendo que sintiera
escalofríos y volviera a toda prisa al exterior una vez recuperado
el objeto olvidado, casi tragándose los escalones que daban al
exterior, girándose y cerrando a toda prisa la puerta, como
queriendo encerrar a lo que fuera que anduviera por ahí.
Y en
verdad así era, y así es:
Estoy
encerrada, atrapada en aquel que fue casi mi hogar, y en el que ahora
lo sigue siendo, y que si no fuera por esos entrometidos que a veces
lo moran, podría estar tranquila y en cierto modo, en paz.
Malditos.
Malditos todos.
Ni
siquiera toqueteando las escenas en las que se pasan horas consigo
echarlos...
...Y
sin embargo, mi nombre sigue en sus labios...
“Matilde... Matilde...¡¡No me
digas que no conoces la leyenda de Matilde!!”....
-EPÍLOGO-
Un jueves como otro
cualquiera, una pareja decide ir al Parque. Cuando pasan por el Viejo
Caserón ella empieza a ponerse nerviosa.
-¿Ya?-Le
pregunta él poniendo su mano en el lado izquierdo del pecho de ella
para sentir su corazón. Le cuesta creer que cada vez que paran
frente al edificio a su chica le lata el corazón a mil.
-Pues sí, chico.
Piensa lo que quieras, pero es lo que hay. Estoy de los nervios...-
Él se ríe y se
acercan a la casa a hacerse fotos. Después se van a descargar algo
de adrenalina y otra vez emprenden el regreso al Caserón, en el que
parece no haber nadie haciendo cola; nadie hay tampoco fuera
esperando recibirles.
Tras un breve lapso
de tiempo que a ella se le hace interminable, el Enterrador sale a
recibirles.
-Volvemos a
vernos...-Les saluda afable pero sin perder ese aire siniestro que le
caracteriza.- Esperaremos unos minutos a que venga más gente, ¿De
acuerdo?- Pregunta.
Se hace el silencio
y el Enterrador pregunta:
-¿Les he hablado
alguna vez de la leyenda de Matilde?-
Los chicos juran que en ese momento oyeron crujidos y chirridos de puertas, no
muy lejos de ellos.
...Pero lo que
ellos no saben es que justo en ese momento, en el interior del
Caserón, Matilde se revuelve, enfadada, al escuchar como tantas
veces, pronunciar su nombre, y afina el oído resoplando:
-Y justo cuando
dijimos el nombre de ésta mujer...de....-Sigue contando el
Enterrador. Parece que no recuerda su nombre.
-.....De....Matilde.-
Oye que dice una vocecilla femenina nerviosa. Es la chica que espera fuera, que junto a su chico escucha atenta el relato del Enterrador, y que una vez éste
concluye, se adentran en la casa.
Y Matilde sonríe,
pues sabe que tiene al menos diez minutos para jugar con la simpática
pareja que ha osado entrar al Viejo Caserón y lo que es peor, que ha
osado pronunciar su nombre...
Matilde....