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sábado, 21 de marzo de 2015

"Los Moradores" Epílogo

EPÍLOGO

 Pero ni mucho menos éstos son todos los moradores que habitan el Viejo Caserón, pues con el tiempo llegaron otros: con el tiempo llegó Cris, una joven a la que el destino la haría pasar por múltiples pruebas dentro de la casa, como moradora que pasó a ser; Llegó también una pareja de amantes de los parques temáticos (Adri e Iri), llegó Dani, el administrador de la página oficial de fans del Viejo Caserón, y llegaron Antonio, Álex y Moi, tres chicos normales y corrientes que ni por asomo pensaban que acabarían como acabaron en el Viejo Caserón.

Todos ellos serían los nuevos moradores de la casa más terrorífica del Parque de Atracciones de Madrid.

Pero eso, ya es otra historia....

viernes, 20 de marzo de 2015

"Los Moradores" capitulo 10

CAPITULO 10: SARA, LA TAQUILLERA

 Exteriores del Viejo Caserón del Parque de Atracciones de Madrid,  junio  de 2011.

Esperó en la cola y miró atrás, hacia la puerta de “La Morgue” al oir los gritos de la gente que salía empujándose fuera del Viejo Caserón.

La joven pudo escuchar un breve instante el ruido de la motosierra: la última amenaza a la que se debían enfrentar los visitantes que entraban en la casa, y cuando la gente que salió del Caserón se dispersó, Sara miró adelante. Cada vez la quedaba menos para entrar.

Con un poco de suerte, entraría con el siguiente grupo.

Miró al enterrador que esperaba al otro lado de la verja, con un gesto triste, mirando al grupo que esperaba para entrar, y le dio la impresión de que su cara reflejaba asco al mirarlos.

Se fijó luego en sus ojos: blancos con un puntito negro en el centro, y pensó que la flipaban aquellas lentillas a la misma vez que la intimidaban cada vez que esperaba para entrar en la casa y la mirada del Enterrador se posaba en ella.

Y embobada mirándole con cierto temor estaba cuando oyó el chirriar de la cadena que abría la verja dejando pasar al grupo.

Sara se apresuró a traspasar la reja al darse cuenta de que el resto del grupo ya había entrado, y cuando la joven acabó de franquear la puerta, el Enterrador la cerró tras ella después de coger su ticket y romperlo.

-Por favor, si se acercan un poco más me escucharán mejor. Acérquense, por favor. Eso es, acérquense.- Instó el Enterrador a los visitantes y una vez que los tuvo ante sí, comenzó a decir:

-Bien. Por favor les ruego que si llevan cámaras, teléfonos móviles u objetos luminosos no los utilicen en el interior.Van a caminar ahora por una zona poco iluminada. No está permitido correr, parar ni retroceder...-

Sara se quedó mirándole atenta mientras le escuchaba, y podía jurar que varias veces la mirada de él se posó sobre ella, penetrando sus ojos y arrancándola un escalofrio, un sonrojo, y un desviar la mirada intimidada, hasta que el “adelante y suerte” final del speech del Enterrador la hizo salir del ensimismamiento para echar a andar hacia la escalera.

Su posición no había cambiado: era la última del grupo, y cuando avanzó dejando atrás al Enterrador dio un respingo al sentir un tirón en su coleta. Miró atrás y vio la sonrisa maliciosa del guardián de la puerta antes de que ella subiera veloz la escalera.

-¿Estamos todos?- Oyó decir al guía.

-¡Si!¡Venga, llama ya!-Oyó que respondía una chica aterrorizada, no muy lejos de Sara.

Una, dos, y tres veces oyó golpear la puerta, tal y como había dicho el Enterrador, y tras los tres aldabonazos vino el chirrido de la puerta al abrirse, y vinieron los nervios al grupo, y a pesar de que esa no fuera la primera vez que Sara entraba a la casa, ella también los sintió, como el aliento junto a su nuca justo cuando atravesaba el umbral de la puerta.

Un aliento helado que la provocó un escalofrío mientras oía cerrarse la puerta y miraba atrás para ver quién la seguía, pero su mirada no duró mucho, porque la voz del Amo la hizo darse la vuelta.

-¡Vaya!¿Pero qué tenemos aquí? Diez jóvenes valientes que osan turbar la paz de ésta casa, ¿No?. Pues sabed que ésta casa está maldita...-Rió.- Aunque da igual si lo sabéis o no, porque no muchos o quizá ninguno sobreviváis para contarlo...Preparaos para andar un camino lleno de desagradables sorpresas. Pase lo que pase aquí dentro no os separéis, ésto no es ningún juego. Y dejadme daros un último consejo: ¡Agarraos fuerte!- Advirtió mientras Sara le miraba fascinada y contemplaba lo que la tenue luz de la biblioteca la dejaba ver: el Amo, en lo alto de la escalera (de la que había ido descendiendo poco a poco), vestido completamente de negro, de rostro palidísimo y pelo blanco de algo que parecían ser rastas amarillentas.

-Vamos, seguid andando. Por ahí.-Instó a los visitantes señalando una cortina roja que el grupo atravesó para llegar a la siguiente sala.

Sara también se dispuso a hacerlo, pero un nuevo tirón de coleta la detuvo.-Tú no.- Oyó la voz del Enterrador tras ella mientras el Amo daba vueltecitas alrededor de ella aspirando su olor.

-Pero...pero...El grupo se ha ido, ¡No nos podemos quedar atrás! La norma dice q...-

-¡Shhh!-La cortó el Amo haciendo que ella callara.

-Éstos mortales y su cansinismo...-Susurró el Enterrador con voz hastiada detrás de Sara.

El Amo continuó acechándola, oliéndola, mientras ella se preguntaba por qué narices la habían acorralado así dos actores del Caserón.

¿Que podía hacer? ¿Pedir ayuda? ¿A quién?

A lo lejos oía los gritos de sus compañeros de grupo y dio un paso dispuesta a atravesar el Caserón para unirse a ellos, pero el Amo la frenó cogiéndola del brazo fuerte.

-¡Eh! No te he dicho que puedas irte...-Dijo.

No sabía lo que tenía esa chica, pero sabía que la quería ahí, con ellos, y fue por eso por lo que la cortó el paso y sonriendo decidió jugar con ella un rato antes de hacerla una declaración de intenciones.

-Te gusta mucho el terror, ¿No, Sandr...Saman...?¡Sara!¡Sara! ¡Eso!¡Sara!- Rió el Amo.

Ella lo miró boquiabierta.-¿Cómo...?¿Cómo...?-Preguntó sorprendida.

-Yo lo sé todo, querida. Soy el Amo del Viejo Caserón y lo sé todo acerca de mis criaturas...Aunque éstas aún no sepan que lo son...-Dijo sonriendo.

-Lo sé todo.- Repitió el hombre sin darla tiempo a protestar.


-Como sé que hace no mucho le has dicho a un amigo tuyo que te gustaría muchísimo trabajar aquí, ¿No?

Ella calló, boquiabierta.

-¡Pues hoy es tu día de suerte, Sarita!¡Bienvenida al Viejo Caserón!-Dijo el Amo Malevus histérico, casi eufórico.

Sara pensó que ese brusco cambio de personalidad no le pegaba para nada al personaje del Amo, que siempre acostumbraba a mostrarse frío, distante, y hasta despótico, pero no dijo nada al respecto y se limitó a preguntar, pensando que la habían contratado para trabajar en la casa:

-Pero...¿No tendría que pasar un prueba o algo así?-Preguntó tentando a la suerte.

El Amo la miró riendo divertido e hizo un gesto con la mano al Enterrador, que se lanzó sobre el brazo de la muchacha y la dio un feroz bocado, arrancándola un pedazo de carne que no tardó en devorar.

-Mmmmm...Estás deliciosa, Sarita...-Dijo limpiándose los restos de sangre de las comisuras de sus labios mientras la contemplaba divertido retorcerse de dolor aullando en el suelo. Sara sólo acertaba a gritar. No podía articular palabra a modo de queja, porque el dolor la desgarraba.

-¡Prueba superada!-Gritó Malevus haciéndose oir por encima de los gritos de Sara, que inspiró y expiró varias veces cerrando los ojos con la esperanza de que todo fuera un sueño.

-Si mal no percibo, los visitantes han salido ya de la casa, mi señor.- Dijo el Enterrador.

-¡Criaturas!¡Venid a mi!-Tronó Malevus.

Y desde el suelo, mientras intentaba arrastrarse hacia la puerta del Caserón, Sara observó cómo llegaban moradores que comenzaban a rodearla.

Fuera del circulo, algo más alejados, estaban el Amo y el vampiro del Caserón, que parecía querer abalanzarse sobre ella, y lo habría hecho de no ser porque Malevus no se lo permitió.

-No, Selman. Cuando llegue la hora de incluir a alguien como tú entre nosotros podrás hacerlo. Hasta entonces, te limitarás a observar.Oyó el resoplido contrariado del chico y sintió las sombras de los moradores que la rodeaban cernirse sobre ella, y luego un terrible dolor.

Gritó hasta quedarse prácticamente sin voz mientras los habitantes del Caserón se ensañaban con ella a bocados: por los brazos, por las piernas, el estómago... Recibió varios zarpazos en la cara y  la sangre llegó hasta sus labios mientras los moradores no se daban tregua en su particular festín y seguían mordiéndola sin parar.

 Hubo un momento en que sintió hasta que se abrasaba y que toda su espalda se quemaba: Tar el inquisidor pasó por su espalda una antorcha encendida haciendo que ella gritara.

Cuando los moradores se hartaron de morderla, arañarla y quemarla, la dejaron maltrecha en el suelo de la biblioteca, y ella contempló con los ojos entrecerrados cómo Malevus venía a ella y pasando sus manos ante sus ojos sin tocarla, cerrándoselos, la decía en un tenue susurro:

-Te concedo la inmortalidad...Hasta que yo decida lo contrario. Vivirás para servirme, junto con tus hermanos los moradores, aquí, en el Viejo Caserón. Al despertar sabrás cuál será tu misión en éste lugar.-

En ese momento la invadió un sueño insoportable y se dejó ir, hasta que despertó por si misma y se levantó.

Un terrible dolor la consumía (con el tiempo descubriría que ese dolor sería perenne en ella) mientras buscaba la puerta del Caserón sin ningún éxito. Vio la habitación dónde se hallaba: una especie de camerino. Y entonces, gritó. Gritó al verse reflejada en el espejo. Tenía la cara llena de zarpazos, aunque no muy arañada.

Pero eso no era lo peor: lo peor eran las heridas, ampollas, quemaduras y desgarrones que tenía en los brazos piernas y estómago; la ropa desgarrada, sangre por todos lados.

 Gritó lo más que la permitían sus pulmones, pero la voz del Amo Malevus en su cabeza la obligó a callar:

-¡Sara!¡Ve a la taquilla ya!Ella se negó, acurrucándose en la esquina del camerino, y fue entonces cuando el inquisidor y el Amo aparecieron ante ella para arrastrarla hasta la sala de torturas del inquisidor.

-Después de ésto, la palabra “no” habrá desaparecido de tu cabeza...-Dijo Tar encendiendo su Zippo y acercándolo a ella.

 Día tras día, Sara padeció lo insufrible hasta que las torturas dieron su fruto y se doblegó ante la maldad del Caserón, y aún hoy puede vérsela vendiendo los tickets a los visitantes que van a entrar a la casa.

Si quieres conocerla, no tendrás más que acercarte a su morada y pedir tu ticket, ella te atenderá gustosa.

Lo que pase a partir de entonces, ya no depende de ella...

jueves, 19 de marzo de 2015

"Los Moradores" capitulo 9

CAPITULO 9: YMIR, EL PAYASO

  Golden Circus de Riverside (California), febrero de 1990

 Ymir indicó a su alumno Tipo que en ese momento debía arrojarle la tarta a la cara, pero no hizo falta, porque el joven aprendiz lo hizo sin esperar siquiera indicaciones, y con toda su fuerza estampó el pastel en el rostro de su maestro, que no pudo evitar echarse a reir y aplaudir la gran actuación  de su aventajado discípulo.

Y aquella tarde en el circo, el joven payaso Tipo demostró saberse la lección a la perfección: el número de las tartas, el del manguerazo de agua...Todas las exhibiciones tuvieron la recompensa buscada: aplausos y sobre todo risas.

Muchas risas...

Ya lo dicen: con el tiempo el alumno supera al maestro, sí, y fue precisamente eso lo que no acabó de encajar bien Ymir, que comenzó a desarrollar un sentimiento de ira y odio hacia Tipo, viendo como cada noche, los aplausos, y sobre todo las risas, el trofeo más preciado que un payaso puede obtener, eran para Tipo y no para él.

Cada noche Ymir dejaba que Tipo viviera su momento de gloria mientras él esbozaba una sonrisa forzada ante sus compañeros y dejaba que lo que parecía ser odio hacia su aprendiz germinara entre bambalinas al observar su éxito.

 Éste ruín sentimiento acabó de aflorar cuando Tipo le sugirió unir a Kitty, la equilibrista con la que el aprendiz tenía una relación, a uno de sus números, pero no tardó en darse cuenta de que la exhibición le dejaba a la altura del betún e incluso más por debajo: Kitty y Tipo no hacían más que reirse de él y ridiculizarle, y pese a que intentó oponerse, tanto la pareja como el resto de compañeros quedaron de acuerdo en que el público lo aceptaría, y así fue: la gente reía a más no poder cuando Kitty hacía equilibrio sobre la cuerda y fingía caerse al suelo encima  del pobre Ymir.

Luego Tipo se tiraba sobre ellos haciendo estallar en carcajadas al público mientras Ymir lloraba. Poco se imaginaban todos que ese llanto era de verdad... Y cuando cada función acababa, el pobre payaso huía solo a su camerino para lidiar con sentimientos que no le eran para nada familiares: lágrimas, llanto, tristeza....

¿Qué le pasaba?

“Si quieres ser un payaso de verdad debes ser la risa. Siempre. Conviértete en ella y no dejes que ninguna otra emoción te embargue. Solo así transmitirás felicidad y serás feliz”

Ese era su lema, y así se lo había enseñado a Tipo, y ahora se sentía impotente por tener que batallar con  sentimientos en los que ni mucho menos aparecía la risa...Es más, empezaba a estar  harto de las risas.

-Maldito Tipo...Todo por tu culpa...-Susurró entre lágrimas antes de meterse en la cama y cerrar los ojos que ya hasta le dolían de llorar.

Aquella noche sólo hubo oscuridad en su sueño. Oscuridad y risas, pero muy diferentes a las que solía escuchar el payaso: eran risas malvadas, dementes.

Fue entonces cuando lord Malevus, el Amo del Caserón se le apareció en su mente y le dio una orden simple, concisa y clara:

-Mátalos, Ymir. Mátalos a los dos. Sólo así te librarás de tu sufrimiento. Una vez que lo hagas yo vendré a ti y te ofreceré una vida mucho mejor lejos de aquí, pero antes, mátalos. ¡Mátalos Ymir!-

Cuando al día siguiente despertó, se hizo con un cuchillo y fue al camerino de Kitty, que en ese momento estaba peinándose frente al espejo de su tocador.

“Si la mato a ella primero, él sufrirá muchísimo más” pensó Ymir esbozando una siniestra sonrisa.

Y no se anduvo  con chiquitas cuando irrumpió en la salita y sin decir palabra, pasó el filo del cuchillo por el cuello de la equilibrista, degollándola mientras contemplaba la expresión de terror de la joven reflejada en el espejo mientras la sangre se deslizaba cuello abajo y entre los dedos de Ymir, que sujetaban el cuello de la joven por detrás; Luego vio la cara de asombro de Tipo en el espejo, que había entrado al camerino alertado por los gritos de su chica.

Ymir soltó a Kitty, que cayó al suelo sin vida, mientras observaba cómo Tipo se echaba al suelo junto a ella para auxiliarla.

Ymir aprovechó y cerró la puerta de la sala y se acercó cuchillo en mano, amenazante, a Tipo, al que ahora consideraba su rival.

-¡Tú!-Le chilló mientras alzaba el cuchillo tembloroso en sus manos.-¡Tú me has eclipsado!¡Y ahora me las vas a pagar!Dijo abalanzándose sobre Tipo y apuñalándole sin piedad mientras dejaba que todo el rencor y la rabia se apoderaran de él, haciéndole gritar de puro odio.

Cuando paró de chillar oyó la tenue súplica de Tipo:

-Por...por fav...-Tosió echando una bocanada de sangre sin poder concluir la frase.

Por respuesta recibió la sonrisa, por primera vez sádica de su maestro, que después alzó la mirada para observar al hombre que no sabía cómo había aparecido ante él:

Como vestido de otra época y totalmente de negro, piel muy pálida y rastas blancas.

-Remátale, Ymir.- Ordenó el recién llegado con la misma voz que había escuchado en su sueño.

El payaso no se lo pensó dos veces y acuchilló a Tipo, el cual, una vez muerto, no hizo que del rostro de Ymir desapareciera el gesto de odio mientras miraba al recién llegado.

-Has hecho lo correcto, Ymir. Ahora eres libre de su carga.  Ya nadie te eclipsará, y si accedes a venir conmigo te alimentarás de algo mucho más sublime que las simples risas; Algo que para muchos es siniestro y oscuro. Y que lo es, sí, lo es. Pero el placer que se obtiene de ello es mucho mayor que el que proporcionan miles de carcajadas.- Dijo el Amo.

-¿Qué es?-Preguntó Ymir intrigado.

-Terror, gritos, horror...¡Oh, Ymir! ¡No te puedes imginar lo que es sentir los escalofríos al oir un grito...O al provocarlo...-Dijo riendo.

 Ymir se estremeció.

Sí que lo sabía: lo llevaba sintiendo desde que acuchilló a Kitty y escuchó su primer grito: una sensación totalmente nueva para él. Y cuando oyó gritar a Tipo, esa placentera sensación aumentó.

-Eso no es nada comparado con lo que puedes llegar a sentir si vienes conmigo...-Dijo el desconocido como si hubiera leído su mente.

-Pero, ¿Quién eres?-Preguntó el payaso por fin, queriendo identificar al hombre que sin saber como había invadido sus sueños y ahora estaba ante él.

El Amo rió.

-Soy Malevus, Amo del Viejo Caserón de lo que hoy día llaman Parque de Atracciones, en Madrid....-

El payaso se carcajeó.

-Espera...¿Me estás diciendo que no eres más que un actor en un espectáculo de terror en un parque temático en España y me quieres llevar contigo?-Preguntó el payaso, que había oído hablar del Parque y del espectáculo.

-Soy mucho más que eso, joven Ymir.-Comenzó explicando.- Soy el Amo de todas y cada una de las criaturas que habitan el Caserón, que sí, existen de verdad, no son actores ni mucho menos. Y para que lo sepas, el Caserón no empezó siendo tal. Tiene su historia, pero ya la conocerás cuando estés allí...-Dijo tendiéndole su mano huesuda.-...Si aceptas venir, claro.-Añadió.

Ymir se quedó pensativo un instante, y cuando escuchó los gritos y golpes de sus compañeros en la puerta intentando abrirla para ver qué había pasado, cogió la mano de Malevus en un acto reflejo, accediendo  a vivir la vida que él le ofrecía.

Así llegó el payaso al Viejo Caserón.

Varios moradores había ya en su interior, y con algunos de ellos entabló algo parecido a amistad.

El inquisidor no parecía apreciarle tanto y se dedicó a torturarle por puro placer hasta que consiguió sumirle en la más completa oscuridad.

 Después de eso, el Amo especificó al payaso su misión: causar terror y gritos por doquier en el interior de la casa y contra cualquiera que osara entrar.

Así se adaptó rápidamente a su nueva vida, tras la cristalera de su cuadro del circo, donde aparecía cada vez que pasaban ante él.

-¿Os gustan los payasos, pastelitos?-Solía preguntar entre risitas enfermas a los visitantes.-¡No quiero risitas!¡No quiero risitas!-Solía decir mientras blandía el cuchillo como respuesta a las risotadas que provocaba su pregunta, haciendo huir a los visitantes que pasaban delante de él.

Hoy día, Ymir, el payaso que una vez hizo reir, goza haciendo gritar a sus pastelitos, y más de uno ha sucumbido a su cuchillo.

¿Y tú? ¿Te atreverías a reirte ante Ymir?

miércoles, 18 de marzo de 2015

"Gratitud Eterna" Epílogo: Los Horrores de Poe

Se oyen gritos, risas diabólicas, peticiones desesperadas de auxilio....

....Y antes de todo eso, una voz grave, casi gutural, de tono serio:

-Bienvenidos a mi biblioteca personal. La he guardado durante años, y lo seguiré haciendo eternamente....Por favor, no toquen nada ni a nadie, y recuerden que esto no es más que un sueño dentro de otro sueño....-

La risa  que se oye después resuena en los oidos de los presentes, que no se atreven a respirar siquiera.

¿Le ves? ¿Notas sus ojos blancos clavarse en ti?

Sí, la notas.

Notas esa mirada que ahora alberga la más pura locura y maldad, y poco imaginas que ese hombre que tienes delante de tí tuvo un pasado tan oscuro como el que ahora conoces.

Observas su cara pálida como un cadaver coronada por bocados  sanguinolentos aquí y allá. (supones que son los bocados del Mal al que el hombre vendió su alma por saldar su deuda y guardar la biblioteca de su señor), y no te equivocas.

Por tu mente pulula la fantasía de que sea solo un actor, de que estés a punto de atravesar un pasaje del terror sin más, de que de verdad no conozcas la historia de Lupus y te hayas metido en la boca del lobo (nunca mejor dicho: “Lupus” en latín significa “lobo”).

Pero ese olor metálico que reina en la estancia no parece olor a maquillaje ni nada por el estilo.

Sigues olfateando. Olor a podrido. Arrugas la nariz y te refugias en el olor del pelo de tu chica, que está delante de ti siguiendo con atención lo que está diciendo Lupus. Su cuerpo tiembla, como el tuyo. Pero lo disimulas, porque quieres hacerte el valiente ante ella.

Pero no puedes evitar pensar que en todo el día no habéis visto salir a ningún grupo del pasaje en el que estáis ahora.

Quieres echar a correr, salir de ahí, pero ya es tarde.

Después del discurso del bibliotecario el grupo empieza a moverse y reaccionas, siguiendo a tu chica.

Miras atrás. El bibliotecario te sonríe, y sientes el escalofrio que te produce el pensamiento de esos dientes casi negros y afilados sobre tu piel.

La sangre corriendo por tu cuello abajo....

Cierras los ojos y niegas con la cabeza mientras llegas a una sala que más bien parece un velatorio.

Y en efecto la habitación está presidida por un ataúd transparente dentro del que reposa un difunto.

Todos lo miráis.

Y de repente el cadáver comienza a golpear su féretro, pidiendo salir.

Asustados salís del cuarto y os apelotonais en el pasillo, no queriendo entrar en la siguiente estancia, con el corazón encogido y guardando silencio.

Se oyen lamentos y gemidos quejumbrosos, como si alguien se quejara.

Ahí estan. Las almas que Lupus fue capturando de un tiempo a esta parte se hacen presentes en su morada, y todo parece indicar que no os dejaran escapar.

Miras atrás, y la sonrisa de Lupus, que os ha seguido de cerca, te vuelve a helar la sangre en las venas. Sabes que no tienes escapatoria, que el señor de Poe hará suyas las diez almas que ahora ocupan la casa, esa que para el resto de los mortales no es más que un pasaje del terror llamado “Los Horrores de Poe”, pero que para el señor de ésta, Lupus, es y será la morada de su amo, Edgar Allan Poe, aquel que le salvó la vida y por el que día tras día captura almas a fin de saldar su deuda transportando a personas inocentes al macabro universo del escritor que en vida tanto hizo por él.

"Los Moradores" capitulo 8

CAPITULO 8: BLOOD, LA LOCA 

Madrid, marzo de 1984

 La muchacha acercó el filo del cuchillo al revés de su muñeca sonriendo mientras en el televisor aparecía Freddy Krueger acechando a una niña en sus sueños.

 Y mientras el hombre clavaba las cuchillas de sus manos en la joven, la chica que estaba ante el televisor deslizó el cuchillo a lo largo de su muñeca sin dejar de mirar la televisión. Sólo cuando sintió el dolor fue capaz de bajar la mirada a su muñeca, observando fascinada cómo de ella brotaba sangre para con una sonrisa acercar su antebrazo a su boca y sorber la sangre que manaba del corte mientras cerraba los ojos. Entonces, una voz rompió su particular magia:

-¡¡Helena!!-Oyó gritar a su madre y al instante se ocultó el corte, intentando limpiarse deprisa la sangre que había mojado las comisuras de sus labios sin conseguirlo.

Al llegar al salón, su madre la cogió sin ninguna delicadeza el brazo obligándola a mostrarla el corte de la muñeca.

-¡Dios!¡Cariño, ven aquí!-Llamó a su marido asustada.

-¡La niña ha vuelto a hacerlo!-

Ambos sabían que se les estaba escapando de las manos, y que les resultaría muy duro enviarla allí, pero...Tener una hija así... ¿Qué pensaría la gente cuando en verano vieran los cortes de Helena en los brazos?

Ni mucho menos pensarían la verdad.

La gente era muy malpensada y seguramente creerían que ellos le habían provocado los cortes a su hija, dando a entender incluso que la maltrataban físicamente.

 Las mentes de la gente eran demasiado retorcidas como para pensar siquiera que la adolescente podía tener un trastorno que la hubiera llevado a autolesionarse. Para la gente era más fácil y muchísimo más morbosa la primera opción, dónde iba a parar...

Pues no. No les darían el placer de especular, y aquella noche, después de curarla y hacer que se metiera en la cama, ambos hablaron del tema muy seriamente. Más seriamente incluso que otras veces.Ni mucho menos pensarían la verdad. La gente era muy malpensada y seguramente creerían que ellos le habían provocado los cortes a su hija, dando a entender incluso que la maltrataban físicamente. Las mentes de la gente eran demasiado retorcidas como para pensar siquiera que la adolescente podía tener un trastorno que la hubiera llevado a autolesionarse. Para la gente era más fácil y muchísimo más morbosa la primera opción, dónde iba a parar... Pues no. No les darían el placer de especular, y aquella noche, después de curarla y hacer que se metiera en la cama, ambos hablaron del tema muy seriamente. Más seriamente incluso que otras veces.

-Tenemos que hacer algo. Ya lo hemos intentado todo, y ni con medicación.-Dijo la madre.- Te has fijado que no nos hace ni puñetero caso y si la quitamos las peliculas lo revuelve todo para ver dónde las hemos escondido, ¿no?

El padre asintió.

-No quiero que la gente hable...Y no quiero perderla. Quiero que todo vuelva a ser como antes.-Sentenció abrazando a su mujer mientras empezaba a llorar.

La mujer se deshizo de su abrazo y juntos fueron al cuarto de Helena, al que echaron la llave por fuera antes de irse a dormir. Helena oyó cerrarse la puerta de su habitación con llave y suspiró.

Como cada noche, la habían vuelto a encerrar.

Suponía que sus padres creerían que intentaría escapar o algo así, pero nada más lejos de la realidad...

Sonrió mientras observaba su cama aún hecha, y el único peluche que había sobre ella.

Con la sonrisa aún en sus labios se agachó y tanteó bajo la cama hasta hallar el cuchillo que escondía, lo sacó y sin pensar lo llevó al revés de su muñeca, dejando que el filo lo atravesara , que el ligero dolor aflorara y que el chorro de sangre brotara. Helena miró embobada el líquido rojo mientras cogía su peluche. Posó su dedo sobre la sangre de la herida y lo deslizó sobre ella, llevándolo después a la camiseta blanca del osito para trazar con él la “H” inicial de su nombre -Helena- sobre ella. Hecho ésto lamió la sangre de la herida y con toda la normalidad del mundo, tras volver a ocultar el cuchilllo bajo la cama se abrazó al peluche y esperó a que el sueño acudiera a ella...

Al día siguiente sus padres la despertaron temprano, cuando aún se colaba la luz de la luna por su ventana.

Vio a su madre hacerla la maleta atropelladamente para luego cogerla del brazo sin miramientos y arrastrarla fuera del cuarto sin dar explicaciones.

-¿Donde vamos?-Preguntaba la joven.- ¿Qué pasa?-

-Nada, Helena. Estás enferma y necesitas curarte.- Replicaba la mujer mientras metía a su hija en el coche deprisa, cuidándose de que nadie los viera.

-¡Pero si no me pasa nada! ¡No me duele nada!-Protestó ella.¡Vamos a casa!¡Quiero ver una peli!- Protestó con voz aniñada a pesar de contar dieciocho años.

-Basta de películas, Helena.- Sentenció su padre.- Tu obsesión por el terror ha desencadenado tu problema. Y necesitas curarte.-

La chica rompió a llorar mientras en el asiento del copiloto del coche la madre se mordía el labio y miraba a su marido angustiada.

El hombre le devolvió la mirada y la cogió de la mano, apretándosela, indicándola sin palabras que todo iría bien y que esa era la única forma de poner fin al problema de su hija.

El coche se detuvo y los dos progenitores ignoraron las protestas de Helena mientras la obligaban a bajar del coche conduciéndola a la puerta de un gran edificio.

Al entrar se encontró rodeada de gente que iba de un lado a otro vistiendo batas blancas, por lo que creyó estar en un hospital. Los observó con detenimiento: unos llevaban carpetas en sus manos. Dedujo que serían los médicos. Pero otros...caminaban como ausentes. Algunos incluso iban del brazo de un doctor. Empezó a sentirse incómoda.

-¿Qué hacemos aquí?-Preguntó girándose para irse, pero un médico se lo impidió.

-Hola, peque.-Saludó sonriendo.-Tus padres me han hablado de tí. Tranquila, Helena. Aquí te cuidaremos bien. Dales un besito y no te preocupes, vendrán a verte.-

-No soy peque.-Dijo ella empezando a enfurecerse y mirando al doctor con rabia.- Y quiero volver a casa. Con ellos.-Señaló a sus padres con la cabeza mientras sentía brotar lágrimas de sus ojos para luego echarse a llorar suplicando volver a casa, pero no recibió respuesta: sus padres se limitaron a besarla y a salir del edificio mientras el doctor se la llevaba prácticamente a rastras por el pasillo hacia vaya usted a saber dónde mientras ella se revolvía intentando que no la internaran en el hospital.

 Fue en vano. El doctor, casi incapaz de hacerse con ella, la clavó una jeringuilla en el cuello, haciendo que cayera profundamente dormida.

Cuando despertó lo hizo en una habitación completamente blanca y con paredes acolchadas, sin ventanas. La única que había era un cristalito en medio de la puerta a través del cual sólo se veía parte del pasillo.

Y en esa celda pasó los días sin recibir visita alguna. Sus padres prometieron visitarla, o al menos eso la dijo el doctor, pero no era así...Estaba sola.

Hasta que llegó él.

Un hombre que al principio la asustó un poco, pues parecía salido de alguna de las películas de terror que ella tanto admiraba: una cara excesivamente pálida, casi cadavérica, en el pelo llevaba lo que parecían ser rastas. ¿O eran gusanos?; los ojos color sangre se clavaron en ella, que sintió un escalofrío.

Completamente embutido en negro, el recién llegado empezó a hablar, y la primera palabra que salió de su boca consiguió provocarla escalofríos.

-Helena.-Pronunció.

Era una voz tranquila, pero llena de autoridad, grave, dura, sin titubeos, que consiguió estremecer a la joven a quien se dirigía, que se quedó mirándole preguntándose de dónde habría salido, qué hacía ahí y cómo sabía su nombre.

Pero no abrió la boca para decir nada.

-Hola, Helena.-Comenzó el hombre.

-¿Quién es usted?-Preguntó la muchacha.

 Él se rió y dijo:

-Alguien que sabe lo infeliz que eres en éste lugar. Alguien que sabe que tus padres se han olvidado completamente de tí, que renuncian siquiera a venir a visitarte porque...-

-¡Iván dijo que vendrían!-Gritó ella interrumpiendo al hombre y aferrándose fuerte a su osito de peluche.

-Ya. Iván... El médico, ¿No?-Rió el recién llegado.- Le das pena, Helena.
 Siente la misma lástima por ti que por cualquiera de los locos que están encerrados aquí dentro.
 Te dijo eso para evitar que dieras el coñazo preguntando por tus padres, pero lo que no te dijo fue que tus queridísimos papás no quieren saber nada de su hija loca. No quieren saber nada de ti.-Concluyó.

-¡Mientes!-Chilló ella tirando su peluche al suelo y tapándose los oidos mientras rompía a llorar.

-¡No!¡No!-Gimoteó mientras él se acercaba a ella tranquilamente y la pasaba la mano por el pelo con suavidad.

-Ay...mi dulce Helena.-Susurró haciendo que ella parara de llorar y le mirara.

- Si tú supieras el odio que albergan todos hacia tí...Todos. Absolutamente todos.-

El hombre sonrió y continuó.

-¿Por casualidad no te has parado a pensar en que su odio tiene motivo?-Preguntó con crueldad.

 La respiración de ella se había acelerado debido a la llantina, y en aquellos momentos luchaba por deshacerse del hipo que la había entrado, pero consiguió mirar a quien la hablaba para preguntar con  un hilo de voz:

-¿Qué?-

-Que nadie te quiere, Helena. Que estás completamente sola...Contestó el hombre con desprecio recreándose en las lágrimas que afloraban de los ojos de la joven que tenía enfrente.-

-No...Eso es mentira...-Dijo ella negando con la cabeza.-¡No!Dijo echándose a llorar.

-Te aseguro que es verdad! ¡Pero todo es por tu culpa!¡Estás enferma!¡LOCA!-Chilló el hombre con desprecio para hacerse oir por encima de los lloros de Helena, que eran casi aullidos.

El hombre se apartó un momento de ella y la contempló llorar regodeándose en su sufrimiento, y pasado un rato, se volvió a acercar a ella para decirla:

-Venga, Helena, no llores, por favor. Así no solucionarás nada. Así solo demostrarás tu cobardía...-Dijo sonriendo con maldad.

-¡No soy una cobarde!-Chilló ella levantándose y mirando al hombre con ira.-

¡Demuéstramelo!-Gritó justo en el momento en el que Iván, el médico, entraba en la celda para tranquilizar a Helena, que no dejaba de chillar.

 El extraño hombre no tocó al médico, pero si alzó su mano hacia él y le hizo brotar sangre de su cuerpo para después hacer que se desplomara mientras la chica observaba todo atónita.

-Vamos, Helena. Demuéstrame que no eres una cobarde y no te arrepentirás.

 Pero ella ya no le escuchaba, porque fue ver la sangre brotando del cuerpo del médico y pareció que sus ojos se le saldrían de las órbitas.

Se relamió y se tiró al lado del doctor, que apenas balbuceaba, casi a las puertas de la muerte.

La joven lamió el charco de sangre que había junto al médico mientras el hombre que antes invadiera su celda lo observaba todo, ahora callado, como reflexionando sobre algo....Hasta que con un gesto de su mano hizo desaparecer la sangre de repente.

Helena lo miró, y antes de que ella pudiera decir algo, él habló.

-Sé lo infeliz que eres aquí, Helena. Y yo puedo ayudarte a ser feliz...Fuera.-Dijo sonriendo con maldad al ver que ella lo miraba sorprendida.-Puedo llevarte a un lugar donde sólo reine la sangre, donde  residen criaturas incluso peores que las que ves en tus amadas películas de terror...-Dijo observando con satisfacción cómo los ojos de ella se abrían y se ponía de rodillas ante él mirándole para escucharle atentamente.

El Amo del Viejo Caserón, que era a quien Helena tenía ante sí, sonrió para sus adentros: No le iba a resultar muy difícil persuadir a aquella joven para que se fuera a su morada. Su señor ya podía estar orgulloso de él.

Una chica con problemas mentales, frágil, y con un gusto atroz por la sangre: La candidata perfecta para unirse al resto de las criaturas que moraban el Caserón.

 Comenzó su táctica para convencerla, aunque sabía que no le hacía mucha falta: la tenía casi en el bote, mirándole como hipnotizada, esperando una explicación a esa nueva vida que él le había prometido.

-Verás, Helena.-Comenzó.- Soy el Amo de un Viejo Caserón no muy lejos de éste sanatorio. Si accedes a venir conmigo, tu vida será completamente distinta...-

Chasqueó los dedos, haciendo que ella viera una horrorosa escena: primero vio la fachada del Caserón, se vio a si misma entrando dentro, y luego vio gente caminando por los pasillos de la casa, y ella empuñando un cuchillo cuyo filo estaba empapado en sangre que ella lamía.

Cualquiera habría huido ante tan horripilante visión, pero ella no. Al contrario de lo que pudiera parecer, la chica sonreía y miraba extasiada la escena, relamiéndose, intentando alcanzar con una mano el cuchillo que veía ante sus ojos para arrebatárselo a la chica que lo sostenía que no era otra persona sino ella misma.

-¿Te gusta lo que ves, dulce Helena?- Preguntó el Amo sacándola del trance.

 Por toda respuesta, recogió su peluche del suelo y lo abrazó mientras se acercaba al hombre y cogía la mano huesuda que él le ofrecía.

 Ambos abandonaron el sanatorio y fueron varios los enfermos y médicos que calmaron momentáneamente las ansias de Helena por la sangre cuando se cruzaron en su camino. Al llegar al Caserón, sin embargo, la mirada y la voz del Amo volvieron a endurecerse y a enfriarse como cuando se burló de ella en la celda, y la empujó a los brazos de un hombre que tenía toda la pinta de ser un médico: bata blanca, jeringuilla en mano...Y que estaba junto a un chico que llevaba camisa de fuerza y reía histérico.

-¡Espiral, llévatela!-Ordenó el Amo.

Espiral, que resultó ser el médico del Caserón, se la llevó a una celda casi idéntica a la del lugar del que había salido. Y de nadasirvieron sus lloros...

Y luego vinieron las torturas, el inquisidor jugando con fuego sobre su cuerpo...

Y el doctor Espiral que se suponía que tenía que cuidar de ella no  parecía hacerlo.

Al revés: presenciaba todo calladito y no evitaba que el cruel inquisidor jugueteara con su mechero sobre ella.

 Pero como el inquisidor también el resto de moradores la agredían, tratando de arrastrarla al lado oscuro.

Las numerosas torturas hicieron que poco a poco ella se fuera amansando y sucumbiera al mal reinante en la casa.

Y cierto día la tocó lidiar con el primer grupo de visitantes. Y mientras se relamía cuchillo y peluche en mano salía de su celda y clamaba por la sangre de los visitantes que pasaban por su lado. Fue así como el resto de moradores la apodaron “Blood”.

Así fue como la dulce Helena cayó en la oscuridad del Viejo Caserón, y aún hoy sigue atormentando a los incautos que se atreven a cruzar la puerta de su morada...

martes, 17 de marzo de 2015

"Gratitud Eterna" Parte III

Había transcurrido ya algún tiempo desde que Lupus transcribiera los que ahora son los últimos versos del poema “Un sueño” de Poe, junto con otros poemas y relatos más, y Lupus se había acostumbrado a dejar solo a su señor (que le había aceptado como sirviente en su morada) cuando le veía perder la mirada en el vacío de la sala, o por la ventana, o perdiéndose en los ojos oscuros del retrato de su difunta amada Virginia, el cual presidía el salón.

Lupus sabía que en esos instantes su amo era preso de una inconmensurable nostalgia solo curada por la escritura. Sabía que en esos momentos, esa tristeza que le embargaba le sumìa en una especie de letargo que le hacía crear bellas obras de tono triste, oscuro y terrorífico.

Y mientras el escritor escribía, su pupilo se recluía en la biblioteca y leía maravillado las obras de su señor y de otros escritores de la época, y muchas veces era el propio Poe quien le sacaba de ese ensimismamiento en el que se sumía, fascinado por los libros.

A menudo Lupus solía repetirse que no podía haber encontrado lugar mejor aquella noche tan desdichada en la que llegó a casa de su señor.

Éste solía apodarle con cariño “guardián de la biblioteca”, porque pasaba la mayor parte del día en la sala de los libros, y no se equivocaba, pues desde que Poe le enseñó a manejar el arte de la palabra y plasmarla también en papel, Lupus quemaba sus horas rodeado de libros, ya fuera escribiendo o leyendo.

Lupus y Poe se convirtieron en grandes amigos y confidentes, y será que por vivir con una persona con un pasado tan tormentoso cono su señor, a Lupus se le contagió algo también y comenzó a escribir con gran nostalgia cada vez que pensaba en su desamor, ahora tan lejano.

En ocasiones solía pensar qué haría sin su señor, o qué habría sido de su vida de no ser por él.

De no ser por él, ahora estaría muerto....

...Por eso le debía tanto.

Y cuando el tiempo pasó nadie sabe cuánto le dolió a Lupus ver a su amo consumirse en una cama, atormentado por los fantasmas que él mismo había creado en sus novelas.

-Oh, hermosa Annabel, llévame contigo y acaba con mi sufrimiento!- Decía a veces.

Otras, se le oía susurrar desde la cama con la mirada perdida en la ventana, tal vez a un cuervo que solo veía él:

-Pajarraco del demonio, vete-

Y Lupus se aferraba a la mano de Poe como un moribundo se aferra a su última oportunidad de vivir.

Al guardián de la biblioteca rara vez se le veía en esa sala, pues era su deber estar junto a su señor. Estaba en deuda.

Nadie supo nunca jamás las lágrimas que derramó Lupus junto a la cama, sobre la piel de la mano de Poe, de la que nunca se soltaba.

Como nadie supo ni sabrá nunca por que cuando Edgar Allan Poe expiró, Lupus gritó entre lágrimas:

-¡Daria mi alma por permanecer eternamente aquí, guardando el legado que dejáis en forma de palabras!-

Y así fue como el propio Lupus, en gratitud eterna con Poe, dio su alma por estar perpetuamente guardando la biblioteca que encerraba el talento de su señor....

"Los Moradores" Capitulo 7

CAPÍTULO 7: DOCTOR ESPIRAL Y SEGISMUNDO

Ávila, septiembre de 1981

-Vamos, cariño, es hora de tomarte la medicación.- Le dijo el doctor a su esposa mientras le ponía en la mano una pastilla y la acercaba un vaso de agua.

Ella sonrió mientras le miraba con dulzura y cogía la cápsula y el vaso, que llevó a su boca para beber y tomarse la píldora que él le había dado.

El médico se quedó mirando feliz el anillo que lucía su esposa en el dedo anular derecho desde hacía tres meses: el sueño de ambos se había cumplido: por fin estaban felizmente casados a pesar de todas las dificultades.

Había valido la pena intentarlo y luchar contra viento y marea por la mujer que ahora tenía con él, a pesar del calvario que eso conllevaba a veces.

Todos le habían advertido de lo que era cargar con un enfermo con la patología mental que su mujer padecía: cuando le daban los ataques era casi imposible hacerse con ella, y mucha gente le había aconsejado que incluso por la noche debía aislarse de ella y protegerse a sí mismo, por lo que la mujer pudiera hacer, presa del brote psicótico.

Pero para él eso era una nimiedad comparado con la felicidad que sentía al verla dormir totalmente relajada víctima de la medicación; escucharla decirle “te quiero” cuando se encontraba serena no tenía precio, aunque a veces tuviera que pagar por haber decidido seguir adelante con ella, y muchas veces le dolía horrores tener que inyectarla un tranquilizante para hacerla caer dormida y evitar que intentara dañarle.
Pero a pesar de todo la quería. Era feliz con ella y jamás la abandonaría.

-Me voy a la consulta. Cuando termine vuelvo. Te quiero.- La dijo cariñosamente besándola la frente y dejándola dormida en la cama.

Y puso rumbo a la consulta de pediatría donde trabajaba como médico.

Cuando su jornada acabó, regresó a casa esperando encontrar a su mujer sosegada, leyendo, o simplemente tumbada en la cama, pero lo que halló en su casa fue mucho más de lo que podía imaginar.

Su mujer yacía en la cama de sábanas de color blanco impoluto, ahora teñidas de un rojo sangre, apenas sosteniendo un cuchillo ensangrentado en su mano derecha. Si seguía el rastro de sangre que iba del cuchillo a las sábanas, podía ver que la mujer tenía las venas completamente cortadas.

-¡No!-Lloró.- ¿Por qué lo has hecho? ¿¡Por qué?!-Lloró el doctor tirándose junto a ella creyendo que podría auxiliarla.

Pero fue en vano: No tenía pulso. Había muerto.

La autopsia que le realizaron le dio la razón: la muerte de su esposa había sido un suicidio. Según sus colegas médicos y demás gente con la que habló, causado por un brote de locura debido a la enfermedad.

Para locura la que empezó a hacer mella en él desde ese momento: desde entonces no hizo más que estudiar todo lo relacionado con enfermedades mentales, especializándose en éste tipo de patologías e incluso entrando a trabajar en una institución mental.

-A partir de ahora ayudaré a las personas que tienen el mismo problema que te alejó de mí.-Dijo un día ante la tumba de su esposa.

Entró a trabajar al sanatorio del pueblo, y desde entonces no volvió a ser el mismo: algo perturbó su mente.

A menudo se dedicaba a hacer cortes sin sentido a los pacientes cuyas celdas supervisaba: un pequeño corte de bisturí en el brazo del chico de la 420, un arañazo en la pierna de la chica de la 512...

Sin embargo había un paciente que se diría que acogía con cariño las heridas del doctor: un chico llamado Segismundo, que no parecía quejarse cuando el doctor pasaba el filo del bisturí sobre su piel. Al contrario, se dejaba hacer mirando embobado el recorrido del filo de la cuchilla sobre su brazo.

-¿Por qué acabaste aquí, Segismundo?-Le preguntó el doctor con curiosidad al observar su ensimismamiento ante la sangre del corte que le acababa de hacer.

-Yo sólo quería saber como eran las cosas por dentro...-Dijo.- Las rompía y las destripaba para ver su interior: La televisión, uno de los gatitos que rondaban alrededor de casa, mis padres....-

El doctor comprendió entonces que Segismundo había acabado en aquel sanatorio por asesinar a sus padres, pero no se pronunció al respecto, porque eso ni le iba ni le venía. Al fin y al cabo, todos los trastornados que había allí estaban en el lugar por alguna razón. Su deber como doctor simplemente era medicarles y velar por ellos. El resto tenía que traérsela floja.

Pero no podía evitar sentir cierta curiosidad extraña por Segismundo, porque a diferencia de otros pacientes él miraba casi con el mismo gusto y fascinación la sangre de los cortes que le hacía que con la que él mismo observaba la sangre de las heridas que producía a sus pacientes.

Cierto día, el doctor y su paciente recibirían la visita de alguien que cambiaría sus vidas para siempre: un hombre alto, enlutado, de cara huesuda y largos cabellos de rastas blancas.

-Soy Malevus, Amo del Viejo Caserón, y vosotros dos sois exactamente lo que ando buscando.- Sonrió viendo el panorama: el doctor había hecho un leve corte en el brazo de su paciente, que no demoró en lamer la sangre que brotaba.

Ambos dejaron lo que estaban haciendo y le miraron.

-¿Qué es eso de El Viejo Caserón?¿Para qué nos necesita?-Preguntó el médico con cara de pocos amigos.

-Viejo Caserón...Viejo Caserón...-Repitió Segismundo con voz monótona mientras se sentaba y empezaba a mecerse.

-He podido ver que sois unos apasionados de la sangre.-Dijo Malevus señalando la herida sangrante de Segismundo.-¿Y si os llevara a un lugar donde en no mucho tiempo brotara sin parar y pudiéraís divertiros?- Preguntó.

-¡Divertirnos!¡Divertirnos!-Gritó Segismundo poniéndose en pie de un salto, al borde de la histeria.- ¡Doctor, vamos a divertirnos!- Añadió zarandeando al médico.

Malevus sonrió. Al menos a uno ya le tenía.

-¡Tranquilízate, Segismundo!-Dijo el médico frenando al loco.

-¿Qué piensas?- Preguntó Malevus al doctor, que miraba la pared blanca, reflexionando.

Él le miró con cara de pocos amigos.

-Me pregunto quién eres, qué quieres, cómo has entrado, por qué nosotros...No sé, lo lógico en estos casos, ¿No?- Dijo sonriendo sarcástico.

Por toda respuesta, Malevus hizo que en su mano se materializara un cuchillo con el que se hizo un corte en el brazo del que brotó sangre.

-Os ofrezco litros de éste líquido. ¿No os parece suficiente motivo para haberme presentado ante vosotros? Os ofrezco la vida eterna como moradores de un hogar donde perpetuamente correrá la sangre...- Dijo mirando como doctor y paciente observaban embobados la sangre que brotaba de la herida del Amo del Caserón.

Y poco tardaron el doctor y Segismundo en avanzar hacia Malevus en señal de que aceptaban la propuesta.

Y evaporándose en forma de niebla, acabaron en el Viejo Caserón, donde el doctor recibió “Espiral” por nombre debido a su pasión por la sangre, que según Malevus, le hacía caer en una espiral de locura.

Y una vez en el Viejo Caserón no se salvaron de las torturas del inquisidor, que se encargó de mostrarles lo que podía pasar si decidían no formar parte de la peculiar familia de moradores que seguía creciendo.

Pasadas las torturas, su lugar de residencia dentro del Caserón pasó a ser el manicomio, donde aparte de encargarse de atormentar a los visitantes que pasaran, Espiral cuidaba de Segismundo y de Blood, cuando ésta llegó tres años después, y además de ésto, al doctor se le concedió la oportunidad de construir lo que llamó “El Quirófano de los Horrores”, una tétrica sala donde el mismo nombre ya denota lo que es: un lugar en el que Espiral daba rienda suelta a sus más retorcidos conocimientos como médico con los visitantes las veces que no estaba en el manicomio...



Ahora suele vérsele solamente en el manicomio cuidando de su pareja de locos, y mientras que Segismundo le pide a voz en grito una pastilla y Blood pregunta por su peluche a los visitantes, el doctor trata de apaciguarles jeringuilla en mano mientras los visitantes corren aterrorizados.

lunes, 16 de marzo de 2015

"Gratitud eterna" Parte II

A la mañana siguiente Lupus se levantó como pudo, decidido a no ser un huésped sin más y a ayudar al anfitrión que tanto hizo por él la noche anterior.

Le descubrió sentado en un escritorio junto a un gran ventanal que dejaba entrar la clara luz del día, pluma en mano contra una hoja de papel.

Carraspeó, temeroso de importunarle, pues se le veía concentrado.

-Buenos días, señor.-

-Buenos días, Lupus. ¿Os acompañó Morfeo anoche?- Dado su oficio de escritor, Poe solía usar mucha floritura al hablar, mostrando su talento.- ¿Descansásteis?-Preguntó volviendo su vista al invitado.

-Sí, aunque aún estoy algo dolorido.-Se quejó acercándose al escritorio y mirando por encima del hombro del escritor.

-¿Qué anotáis?- Quiso saber Lupus.

Poe rió.

-Qué escribo, mejor dicho.- Le rectificó.- Es un poemario. Soy escritor.-Le sonrió.

-Oh.- Dijo Lupus.- Por cierto...¿Cómo os llamáis?-Inquirió.

-Edgar Allan Poe- Contestó.

El joven se fijó en las hojas mojadas que había sobre la mesa, al lado de la hoja sobre la que escribía Poe.

-De eso tengo yo la culpa.- Las señaló con la cabeza.- Se os mojaron a causa mía.-

El escritor sonrió.

-No os preocupéis, solo llevo unos pocos poemas.-

-¿Permitiríais que os los transcribiera?-

El escritor le miró perplejo.

-Es lo menos que puedo hacer después de ocasionaros tanta molestia. Después de todo, si esos papeles están mojados es por mi culpa, y quiero arreglarlo.

-Está bien. Os dejaré copiar mi poemario.-

Lupus sonrió y vio fruncir el ceño a Poe.

-Pero antes, tendréis que desayunar. No es bueno escribir con el estómago vacio.- Rió levantándose y siguiendo a Poe hasta el salón en cuya mesa había dispuesto un gran desayuno que no tardó en devorar fascinado por todo lo que Poe le contaba.

Por lo visto había sido (y era) un escritor atormentado por el aliento de la muerte, que se había cebado con él llevandose a los seres que más quería, y él , por su parte escribía relatos y poemas donde ella siempre estaba presente, como una forma de redimirse, suponía Lupus.

“Pero nadie escapa del yugo de la parca” Pensó.

Poe interrumpió su pensamiento con tono severo.

-¿Has terminado ya? No me gusta entretenerme desayunando. Hay que aprovechar la mañana por si las musas deciden evaporarse. Vamos-

Le guió hasta el escritorio donde antes estuvo sentado Poe y Lupus se sentó en la silla, cogiendo la pluma con delicadeza.

-Me he dejado a medias un poema. Solo me quedan los dos últimos versos. Escribe:
"¿Hasta nuestro último empeño
es sólo un sueño dentro de un sueño?”....


"Los Moradores" capitulo 6

CAPITULO 6: JASON, EL HABITANTE DE LA MORGUE 

Campamento Crystal Lake, agosto de 1980.

 Ellos habían tenido la culpa de la muerte de su madre, e incluso de la suya propia.

Por eso decidió volver: para vengarse.

Sumergido en el agua del lago, en sueños solía ver a aquellos campistas una y otra vez: primero veía a los chicos que se burlaban de él, a los dos monitores que no le ayudaron cuando cayó al lago, y luego acababa viendo el rostro de la chica que decapitó a su madre sin ningún tipo de compasión.

Pero hacía tiempo que ya no veía nada en la realidad, porque su realidad se limitaba al fondo del lago donde perdió la vida.

La sangre helada de las venas de Jason comenzó a caldearse al oír voces desde la superficie del agua, fuera.

De nuevo risas, juegos. Al parecer los vengativos crímenes de su madre no habían sido motivos suficientes para que el campamento cerrara definitivamente y habían decidido abrirlo de nuevo.

Gritó mientras en sus oídos retumbaban las risas, y en su mente veía los últimos instantes de su vida una y otra vez: la multitud de campistas persiguiéndole, sus risas sonando tras él, los monitores ajenos a todo....

Y como en una visión vio la cabeza de su madre en manos de aquella chica...Y después de aquello solo vio agua: el agua del lago que después de aquello fue su hogar.

A la vez que veía el pasado en su mente y escuchaba las vocesde los nuevos campistas en el exterior, su garganta profirió un descomunal grito mientras se impulsaba y emergía del oscuro lago Crystal.

A partir de aquella noche de viernes 13, Jason Vorhees se encargaría de mermar el censo de aquel campamento vengando la muerte de su madre con creces.

 Y tal fue el horror que causó que el Amo del Viejo Caserón quiso contar con él como morador de la casa.

Escondido tras un árbol, Jason confundió la silueta de Malevus con la de un campista que rondara el bosque a esas horas.

Como solía hacer, salió de detrás del árbol machete en mano corriendo tras su víctima, pero entonces, Malevus se dio la vuelta y no se movió, haciendo que al acercarse, Jason frenara en seco su carrera, extrañado.

Malevus sonrió. Jason alzó su machete dispuesto a dar muerte al desconocido de negras y extrañas ropas, cara huesuda y pelo blanco de rastas que había aparecido ante él.

-No lo vas a hacer, Jason.- Dijo él.- No lo vas a hacer y te diré por qué: porque te voy a llevar a un sitio donde podrás hacerlo a diario.-

El asesino le miró extrañado, sin decir palabra.

.-Sí, Jason. Puedo llevarte a un lugar en el que lleves a cabo tu venganza eternamente.

Imagínate: litros de sangre en tus manos a diario para calmar ese ansia de resarcirte del mal que te hicieron.- Dijo Malevus sonriendo.

Jason dibujó una sonrisa bajo su máscara de hockey, y por toda respuesta echó a correr a través del bosque y atravesó con su machete a una pareja de campistas a quienes luego decapitó, para volver junto a Malevus portando sus cabezas.

 El enmascarado arrojó las cabezas a los pies de Malevus y clavó el machete en el suelo, alzando los ojos al Amo y asintiendo con la cabeza.

-Vamos, Jason.- Sonrió Malevus tendiéndole la huesuda mano y evaporándose cuando el asesino la cogió.

 Ya en el Viejo Caserón, Jason, como todos los demás sufrió las torturas del inquisidor para saber a qué se tendría que atener si abandonaba el oscuro redil del Caserón.

 Y una vez pasado el tormento, se le asignó un lugar para recibir a los visitantes: la morgue, una estancia donde reinaba la sangre, los miembros y vísceras humanas, ya fuera en mesas o guardadas en una nevera.

Al ver la sala, Jason sonrió y olfateó el aroma que flotaba: olor a carne humana, a sangre fresca, a vísceras... Desde aquel instante, el asesino empezó a desarrollar una enfermiza pasión por la carne humana, y en cuanto Malevus le entregó una motosierra como su nueva arma, supo cómo sacarle partido a ese trastorno casi caníbal que acababa deaflorar en él.

Y desde aquel momento, Jason pasa los días en la morgue, rodeado de carne putrefacta, esperando a que los incautos visitantes que hayan podido soportar todos los tormentos de la casa avancen hacia su sala.

-¡Vamos!¡Venid a morir!- Les dice haciéndose oír entre el rugido de su motosierra a los visitantes que osan entrar en su carnicería...

domingo, 15 de marzo de 2015

Gratitud eterna Parte 1

Relato dedicado a "Señor de Poe", por seguirme y apreciar lo que escribo.
Y porque ¿Por qué no descubrir también el origen del señor de Poe?

PARTE I:ENCUENTRO

Aquella noche caían chuzos de punta y el escritor se apresuraba a correr calle abajo en dirección a su morada, ocultando bajo su capa los manuscritos que aquella tarde acababa de escribir a la luz de una vela en la mesa más apartada de la taberna.

Entonces, mezclado con el rugido de los truenos creyó escuchar gritos de auxilio al otro lado de la calle.

Con paso presto, fue hacia donde los gritos tenían lugar y descubrió a un grupo de jovenes agrediendo a un muchacho: Le pataleaban, le escupían sin ningún miramiento, y el pobre trataba de defenderse en vano.

-¡Eh!¡Vosotros!-Bramó Poe.-¡Dejadle!-

Varios de ellos se envalentonaron.

-¿O si no?-

-O si no os enteraréis de quién soy yo.- Espetó alzando el puño amenazante-

-¡Oh!¡Nos aterrais!- Se burló uno.

-¿Sí?¿Y qué tal ahora?- Preguntó Poe cogiendo al tipo que se le había encarado por la pechera y propinandole un violento puñetazo que le arrancó un aullido.

El agredido pegó un salto y salió huyendo, seguido de los demás jóvenes.

Poe se inclinó en el suelo, sacando de su capa los manuscritos que llevaba para poder cubrir al joven con ella.

-¿Estáis bien?- Le preguntó.

Aunque bien sabía que no: tenía un ojo morado y del labio roto manaba sangre.

-Vamos, levantáos- Intentó ayudarle a ponerse en pie, y lo consiguió tras varios intentos, sin embargo, el joven al que sostenía a punto estuvo de desplomarse más de una vez.

Poe cogió sus empapados manuscritos e intentó levantarle una última vez, consiguiéndolo.

-Ahora sí-Sonrió sostenendole y empezando a caminar poco a poco con él.

-Gra....gracias...-Consiguió balbucear el herido, que apenas podía respirar.

Poe sonrió.

-No tenéis por qué dármelas. Decidme, ¿Cómo os llamáis?-

-Lu...Lup...Lupus.- Consiguió balbucear el hombre con mucho esfuerzo.-Ellos...iban a matarme....Deberíais haberles dejado que lo hicieran....-

Poe frunció el ceño y Lupus tuvo un intento de desplome.

-No, ahora no. Estamos a punto de llegar.- Dijo el escritor alzando la vista al frente donde se alzaba su casa.

Cuando hubieron entrado, Poe instaló a Lupus en el cuarto de invitados y se afanó en curarle las heridas y procurarle comida que pareció reconfortarle. Cuando tuvo fuerzas, éste le contó su historia:

-Me lo merecía, porque no tenía ganas de vivir. Cada día que pasaba era una tortura para mi sin su presencia.- Sin que Lupus hubiera mencionado nada, por su mirada Poe descubrió que su mal era el amor.

-No supe valorarla, y me echó de su vida.- Lloró.- Merecía todo lo que esos canallas me hicieran. Deberíais haberme dejado a su merced. Tal vez ahora descansara en paz.-

Poe negó con la cabeza y apagó la vela que iluminaba el cuarto.

-Deberíais descansar- Dijo.-Mañana será otro día.-

Y se fue cerrando la puerta tras de sí.

Y Lupus se quedó pensando.

¿Quién sería aquel hombre que lo había rescatado?¿Por qué lo había llevado a su casa sin conocerlo?

Todas las respuestas a las incógnitas le llevaban a una conclusión: Le había salvado la vida y estaba en deuda con él. Y la saldaría fuera como fuera....

"Los Moradores" Capitulo 5

CAPITULO 5: REGAN, LA POSEÍDA 

Georgetown, agosto de 1973

Muchos dirán que saben lo que la pasó, que ya conocen su historia, que no es necesario que la cuente, que la gente sabe quién era Regan Mc Neill y lo que la sucedió.
Qué curioso. Lo saben, pero no saben lo más importante: no saben cómo llegó al Viejo Caserón.

 Pues bien, he aquí su historia al completo. La historia de Regan, la poseída del Caserón.

Su historia es muy simple: fue Satanás quien la poseyó, si.

Lo que la gente no sabe era que Satanás tenía un papel tan relevante para con el Caserón, como vosotros ahora sabéis: El mismísimo Satán era, ni más ni menos que el Emperador de las Tinieblas.

Y no fue el Amo del Caserón quien se presentó ante la joven como sí lo hizo con los demás moradores, no. Directamente fue el Emperador de las Tinieblas, el mismísimo Satán quien se personó ante la futura moradora.

¿Y por qué decidió Satanás poseerla? Por no poder hacerse con ella de otro modo, porque lo intentó todo: puso en ella todo su poder de persuasión para llevársela consigo pero ella era demasiado obstinada y no le hizo caso. Quería luchar. Por eso se adentró en su cuerpo y dejó que sufriera y que todos la vieran sufrir, y todos, desde su madre que en ningún momento se separaba de su cama, hasta esos dos sacerdotes que intentaron exorcizar a la muchacha, contemplaron cómo ésta se movía, convulsionaba y hablaba en una lengua extraña a través de la voz del Emperador de las Tinieblas, que gritaba haciendo que Regan hablara por él a través de su boca, haciendo que la joven se convulsionara creando posturas imposibles sobre su cama y esputando un líquido verdoso que muchos tildaban de bilis pero que ni mucho menos era tal.

Muchas veces, el Emperador de las Tinieblas se daba una tregua con Regan, dejaba de atacarla, y entonces todos se relajaban: los sacerdotes abandonaban la casa y su madre se recostaba en la silla que había junto a  la cama de la niña, dejándose vencer por el sueño, y era entonces cuando Satanás dejaba que sus palabras, en un inusual  tono sereno inundaran la mente de la joven.

-Regan, escúchame. ¿No entiendes que si no vienes vas a sufrir más? Y no sólo eso: estás haciendo sufrir a los que te rodean. Piénsalo. Te estoy ofreciendo la posibilidad de librarte de la muerte. Tarde o temprano ésto te acabará matando.-Dijo haciendo una pausa.

-Mírate.- Continuó, haciendo que ella le viera en su mente clavándola los ojos con una mueca de desprecio en su boca.

-Ya no puedes más, Regan. Te ahogas en tu vómito, estás prácticamente afónica, apenas puedes mover el cuello por ti misma, te mueres de dolor....Sólo me queda matarte...-Sonrió.- O eso, o que te unas a mí, tu verás.

La pequeña se echó a temblar. La idea de morir la aterraba.

-No, por favor...-Pensó.

-Entonces ven conmigo.- Dijo el Emperador de las Tinieblas.

-¡Eso nunca!-Sentenció abriendo los ojos y viéndose arrastrada por la fuerza del Maligno que de nuevo la obligaba a convulsionarse compulsivamente gritando sin control.

Los gritos despertaron a su madre, que no tardó en acudir junto a ella, no sin antes haber telefoneado a los sacerdotes Karras y Merrin que tampoco demoraron en acudir a la casa tan pronto como pudieron para continuar con el exorcismo, que parecía no estar dando sus frutos.

En la habitación imperaba el olor a vómito de la niña, los rezos de los sacerdotes que allí estaban,la voz gutural que salía de la garganta de Regan, y los llantos desconsolados de su madre.

Pero mucho más dentro, en un lugar más profundo, más recóndito, allá en la mente de Regan se escuchaba una potente voz instándola a sucumbir.

-No tienes elección, Regan. Y por si no lo sabes, ésto es lo mínimo que puedo hacerte.- Susurró la voz del Emperador dentro de su mente.

-¡No!¡No me rendiré!-Pensó ella, intentando resistirse. Pero lo que los que estaban en el cuarto oyeron no fue eso, sino una sarta de insultos e improperios como nunca se los habían oído a la joven.

-Está bien, te dejaré en paz...-Dijo la voz de Satán en la mente de Regan, que poco a poco se fue relajando y volviendo a su estado habitual.

 Lo que ella no sabía era que el invasor de su mente y de su cuerpo que parecía ser el Diablo tenía otros planes que se cumplirían dando un poco de tiempo.

 Poco a poco todo fue volviendo a la normalidad: Regan no volvió a sufrir esos extraños ataques, aun así, ella y su madre se mudaron lejos de la casa donde todo sucedió... Sin embargo y aunque pareciera lo contrario, el mal no había abandonado del todo a Regan, de eso se había encargado el Emperador de las Tinieblas, dejando en ella una semilla maligna que no tardaría en germinar y hacer que la niña acudiera a él cuando estuviera preparada.

Y en efecto así lo hizo: con las manos manchadas de sangre y blandiendo un hacha apareció en la misma puerta del Caserón al poco tiempo.

Era casi obvio que el mal reinaba en ella, pero para asegurarse, encargó al inquisidor que la torturara, porque necesitaba tener seguro que no se rebelaría, y, por si acaso, la joven Regan debía saber qué pasaría si decidía ir contra él.

 Pero en muy poco tiempo, Regan supo a qué atenerse y mostró ser una leal moradora cumpliendo su misión a la perfección y dejándose llevar por el mal que campaba a sus anchas dentro de ella sobre la cama del Caserón, asustando a todo visitante que pasara ante ella....

sábado, 14 de marzo de 2015

"Los Moradores" Capitulo 4

He aquí el cuarto capítulo de "Los Moradores". Como curiosidad decir que situé al Enterrador en el cementerio de Comillas porque hace unos añitos estuve y me gustó especialmente. Y sí, la estatua del Ángel Exterminador existe también, como su escultor, que es quien menciono en el relato.




" Ángel Exterminador"






CAPITULO 4: SERGIO, EL ENTERRADOR 
Comillas (Cantabria), octubre  de 1900 
El hombre hundió la pala en el suelo y la volvió a sacar, echando la tierra que había cogido. 
Repitió la operación una y otra vez: hundía la pala, echaba la tierra fuera y volvía a hundirla, haciendo la zanja más grande. Sólo se oía el tenue llanto de los familiares del difunto al que Sergio estaba enterrando.

.-Lo siento muchísimo.-  Se lamentó el enterrador ante la viuda y los hijos del fallecido una vez concluyó el funeral. La mujer le hizo una ligera inclinación de cabeza en señal de agradecimiento y luego fueron los hijos los que dieron la mano al enterrador como despedida.

-Gracias por todo.-Dijeron antes de abandonar el camposanto.

 El enterrador los vio irse. 

Llevaba años desempeñando su labor. Años enterrando difuntos, años viendo caras, y las tres que ahora veía, las de la mujer y los dos hijos del difunto al que acababa de enterrar le decían que les costaría bastante superar la muerte del que hasta ese momento había sido el cabeza de familia y que se había marchado con tan sólo dos décadas de vida, cuando la esperanza de vida en la España de aquella época era de treinta años.

Sergio suspiró mientras se dirigía al portón del cementerio, abría la verja y atravesaba la puerta. Había sido un día ajetreado y sólo tenía ganas de volver a casa.

 Una vez cerró la puerta, dirigió su vista arriba y vio la imponente estatua del “Ángel Exterminador”, (esculpido cinco años antes por Josep Llimona), que se alzaba encima del muro, a un lado de la puerta del cementerio. 

Y como cada anochecer que levantaba su vista al imponente ángel de mármol blanco a modo de despedida, vio extenderse sobre él una sombra oscura que ésta vez se detuvo sobre la estatua del ángel, no así las noches anteriores. 

Y es que de un tiempo a ésta parte, cada anochecer Sergio tenía la misma visión sobre la estatua: una sombra que sobrevolaba veloz el ángel y que esa noche se detuvo sobre él, haciendo que en los labios del enterrador asomara una extraña sonrisa y se dirigiera con paso presto a su casa, pala en mano casi sin apartar la vista de los rojos ojos que brillaban en la sombra que se había posado en la estatua. 

Echó a correr y sólo cuando su visión ya no le alcanzaba a ver brillar los rubíes que parecían ser los ojos de la sombra sobre la estatua del ángel, volvió su vista adelante y apuró el paso a su casa. 

Se detuvo ante la puerta y alzó la pala, aporreando la entrada y haciendo que la puerta cediera y él entrara con estrépito, oyendo los gritos asustados de su mujer y sus dos hijos.

.-¡Ay, eres tú, cariño!¡Pardiez! ¿Qué te costaba haber llamado a la puerta? ¡Qué susto!-Dijo la mujer sonriendo cuando se dio cuenta de quién había entrado mientras se echaba a sus brazos.

-¡Papá!-Chillaron contentos Iris y el pequeño Sergio. 

El enterrador dio un paso que más pareció ser un salto hacia atrás, rehuyéndolos a los tres mientras clavaba su mirada en ellos.  

Y la sombra que había estado acechando al enterrador durante su vuelta a casa, se extendió sobre la casa mientras él continuaba quieto, con sus ojos sobre su familia.

La esposa tembló al darse cuenta del gesto hostil de su marido, y luego de su mirada: una mirada fría, distante...Y de un color blanco cuyo único punto negro, la pupila, se clavaba en ella y en las dos personitas que ahora estaban a ambos lados de ella, cogidos de su mano.

-Mamá...-Dijo Sergito.- ¿Qué le pasa a papá? ¿Está enfermo?-

Iris se acercó a su padre y sacó del bolsillo de su vestido un caramelo, que le ofreció.

-Toma papi, para que te cures.-Dijo sonriendo. Por toda respuesta recibió el palazo que le propinó su padre sin ningún tipo de miramientos. 

Un golpe seco en la cabeza que hizo que la pobre niñita cayera al suelo sin vida, desatando la rabia y el miedo en su madre, que soltó al pequeño Sergio y se lanzó sobre el enterrador chillando y golpeándole con los puños:

-¡La has matado!¡Has matado a nuestra hija!-Chilló fuera de sí golrodillas.

-¿Por qué?-Le preguntó intentando oler su aliento por si esa actitud fuera culpa del alcohol.

-¡Dime!¡¿Por qué?!.

Pero ella bien sabía que su marido poco frecuentaba la taberna, y que después de cerrar el camposanto cada noche volvía directo a casa. 

Sergio se limitó a reir, y su mujer sintió la bocanada de aliento de esa risa, donde detectó algo peor que el alcohol: olor a muerte, a putrefacción que hizo que la mujer diera una arcada y cayera de rodillas..

-¡Vete, Sergio, corre, cariñ...!-Chilló a su hijo antes de que su marido le atizara con la pala en la cabeza dejándola sin vida.

 El niño chilló y huyó hasta la cocina, refugiándose en el armarito bajo la pila

-¿Donde estás, Sergito?- Llamó su padre mientras recorría la cocina. 

De sobra sabía dónde se había escondido su hijo. 

Bajo el lavadero de piedra, tras el armarito cerrado, el niño tembló y llevó se llevó las manos a la boca para que su padre no le oyera respirar siquiera mientras rezaba en silencio por que no le descubriera, pero en un momento la luz se hizo en los ojos del niñito cuando se abrió la puerta del armario.

-¡Te cogí!-Dijo su padre mientras le sacaba de un tirón de su escondite y sin darle tiempo a levantarse le atizaba con la pala.-

Nunca fuiste bueno jugando al escondite...-Susurró mirando elcadáver de su hijo. 

En silencio salió de la casa y miró a un alrededor en el que no parecía haber nadie. 

Fue a las caballerizas a por los caballos y el carro, y tras preparar el coche, azuzó a los animales para llevar el carro hasta la puerta de su morada, donde entró y sacó uno a uno los tres cadáveres que aposentó en la parte trasera de la carroza que no tardó en poner rumbo al camposanto. 

Se apeó y candil en mano, llevó uno a uno los cadáveres a un rincón del cementerio para comenzar a cavar tres fosas en la tierra, las tres acorde con el tamaño de los cuerpos que echó en cada una: los tres cuerpos de su familia.

-Moriros todos / moriros ya / que voy a ir y os voy a enterrar...- Cantó tranquilamente entre risitas. 

Cuando arrojó el último cadáver a la tercera fosa, se tiró al suelo y comenzó a llorar al tiempo que sus ojos blancos volvían a su color marrón original

-¡Dios! ¡¿Qué he hecho?!-Se lamentó sin saber por qué veía aquellas tres fosas con su mujer e hijos dentro.

- ¡Dios! ¡Perdóname, señor!-Lloró mirando la pala ensangrentada y sacando de su bolsillo el rosario que siempre llevaba consigo y comenzaba a rezar. 

Los truenos rugían y comenzó a desatarse una gran tormenta mientras el enterrador empezaba a entonar la plegaria:

-Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo....-Comenzó mientras un extraño viento soplaba junto a él y le lamía, arrastrándole a un lado de los tres agujeros que albergaban los cadáveres.

-¡No!¡Seas lo que seas, déjame llorarlos!-Suplicó entre lágrimas, consciente de que no los volvería a ver jamás.

 Pero el extraño viento no obedeció y mientras Sergio miraba al cielo rebelde del que brotaban truenos y relámpagos se dio cuenta que el viento se había transformado en sombra, que acabó convirtiéndose en una silueta frente a él.

-Hola, Sergio.-Dijo una voz grave. 

El enterrador no vio al hombre que le hablaba, pues la oscuridad era casi total a excepción del candil de Sergio, que no tardó en apagarse.-

No querrás que te descubran, ¿Verdad?-Rió la voz. 

Un relámpago breve iluminó la silueta, que resultó ser un hombre de cara cadavérica y pelo blanco.

-¿Quién sois?-Preguntó asustado el enterrador echándose ante las tres fosas, tratando de protegerlas.

-Alguien que sabe que estás en un momento...Llamémoslo delicado. ¿Qué has hecho, Sergio?-Preguntó.
-No...no lo sé...Yo...-Dijo confuso.

-¡Yo te lo diré!¡Los has matado!-Gritó el hombre-¡Todo Comillas se te echará encima y no tardarán en ajusticiarte por asesinato!
--No...-Negó el enterrador.- Yo no quería...No sé por qué lo hice...
El hombre rió.
-Da igual por qué lo hicieras. Ahora eres un vil asesino.-Hizo una pausa y sonrió.-... O al menos el pueblo te verá así, porque yo no te veo de ese modo.-

El enterrador le miró sin entender nada.

-Yo no te veo como un asesino. Te veo como justo el hombre al que necesito.-Le dijo sonriendo y haciendo que a Sergio le descuadrara todo mucho más.

-Tú eres lo que andaba buscando, enterrador. Ven conmigo y nadie te pedirá cuentas.

--¿Ir con vos? ¿Dónde?-Preguntó.

-A un lugar donde desempeñarás tu trabajo tranquilo y donde nadie sabrá lo que acabas de hacer ni te pedirá cuentas por ello. Un lugar lejos de la culpabilidad que entraña lo que has hecho hoy.-

-¿Me vais a llevar a otro cementerio?-Preguntó el hombre que no había conocido otro camposanto que no fuera el de su pueblo natal, donde estaba en ese momento.

El hombre rió.

-Algo así. Verás, en el patio de entrada a mi morada voy a construir un pequeño cementerio y necesito a alguien que se ocupe de él.- Dijo con una extraña sonrisa en sus labios.- Ya sabes...Mantener la hierba y las flores frescas, las lápidas limpias, enterrar a alguien de vez en cuando...Y recibir a los visitantes...- Dijo con una risita.

Instintivamente, el enterrador rompió de nuevo a llorar. Ni siquiera sabía si había escuchado bien la respuesta del hombre. Oirla la había oido, pero no la había escuchado, porque en su cabeza escuchaba las risas de su familia mucho antes de que él mismo les arrebatara la vida. 

La nostalgia, melancolía y tristeza acudieron a su rostro mientras cogía la pala del suelo y se apoyaba en ella, bajando la vista y lamentándose en silencio al tiempo que reflexionaba si aceptar o no el trato que aquel siniestro hombre le estaba ofreciendo.
-Vamos, Sergio. No te arrepentirás...-Le instó. 

El enterrador suspiró, asintió y con  gesto resignado siguió a Malevus hasta el Viejo Caserón en completo silencio, en cierto modo lamentándose de lo que acababa de hacer y con el recuerdo de los tres cadáveres a los que acababa de enterrar.

-Bienvenido a mi morada.- Le dijo el Amo del Caserón cuando estuvo ante su vista la imponente casa. 

El remordimiento pesaba demasiado en Sergio, por eso suspiró y volvió su vista a Malevus con gesto pesaroso:

-¿Qué he hecho?-Preguntó. 

Por respuesta, Malevus le miró sonriendo

.-Vaya, vaya...Parece que alguien aún no tiene claro dónde está ni para que ha venido. 

-¡Tar!-Llamó al inquisidor, que se llevó a Sergio y se encargó de someterle a las más horrendas torturas hasta aplacarle y hacerle rendirse a la oscuridad del Caserón.

 Pero si hubo algo que no cambió en él fue esa expresión de su cara, ese gesto apesadumbrado pero serio que tenía mientras sostenía la pala tras haber asesinado a su familia a sangre fría.

 Y así puede vérsele hoy: junto a la verja del Caserón, aguardando a los visitantes que, temblorosos, le entregan su ticket y atraviesan la reja, se apelotonan y escuchan atentos el discurso del Enterrador de ojos blancos que tienen ante ellos:

-Van a caminar ahora por un laberinto poco iluminado. No está permitido el uso de objetos luminosos, cámaras o teléfonos móviles, así que, por favor, no los utilicen en el interior. No está permitido correr, parar ni retroceder salvo que dentro les digan lo contrario.  Al final de esa escalera verán una puerta, llamen tres veces y esperen a que alguien salga a recibirles. Adelante y suerte....-