Esto no tiene que ver nada con "Visita al Viejo Caserón". Simplemente es la continuación de "Luz Mortal", relato que escribí no hace mucho, paralelo a "Visita....", pero repito que NO tiene nada que ver con el relato original de "Visita al Viejo Caserón"
Espero que os guste.
Ilustraciones: Raúl.
La Bóveda de Helios se ha convertido
en mi particular fortaleza desde que Cris fue asesinada.
A menudo paso aquí la mayor parte del
tiempo, contemplando el rincón de la sala que se ha convertido en
altar que honra su memoria: en una esquina, las cenizas que una vez
fueron su cuerpo, y justo encima, colgadas de esa pared, las sais que
ella solía llevar consigo; en una pequeña repisa, entre ambas sais,
siempre encendida una vela negra.
El sudor perla mi frente, mi cuerpo
está algo lastimado por el impacto de los muchos rayos que he
lanzado contra la pared de pura rabia y que han rebotado en mi.
Duele, pero más duele no tenerla
Siento arder mis ojos a causa de las
lágrimas. Mis ojos son ahora permanentemente castaños, salvo cuando
pienso en vengarme.
Cuando la sed de venganza me recorre el
cuerpo mis ojos relampaguean y se vuelven del color del fuego más
abrasador. Entonces es cuando salgo de mi hogar.
En silencio, cuando ni un ruido turba
la paz del Caserón, y no parece que nadie lo habite, lo
recorro en completa soledad, sin emitir ningún sonido, buscándola.
Con la vaga esperanza de que al morir
haya elegido la opción de ser espectro y vagar por la morada, pero
siempre me doy de bruces con la verdad: No hay ni rastro de Cris.
No puedo reprochárselo. Bastante
sufrió ya como para además permanecer condenada a pasear por el
Caserón donde tanto padeció.
Suspiro y salgo fuera, dejando que el
manto de oscuridad de la noche me envuelva.
No hay ni rastro de nadie.
Miro a la derecha y veo la pala del
Enterrador tirada en el suelo, y como en un sueño recuerdo que justo
casi ahí al lado, en una de las tumbas que pueblan el cementerio, la
enterré un mes como castigo por robar a sus hermanos y hurgar en mi
pasado.
Con un nostálgico suspiro, aparto mi
vista del cementerio y abandono los límites del Caserón dispuesto a
hacer la única cosa que me mantiene apartado del recuerdo de la que
de un tiempo a ésta parte fue la persona más importante de mi vida.
Atravieso el recinto y aguardo tras un
arbusto junto a las oficinas esperando a mi presa, que ésta vez
resulta ser no una, sino dos: una pareja de trabajadores que abandona
el Parque hablando entre ellos. Sin más, aparezco ante ellos y les
toco, haciendo que al instante se congelen, sin darles tiempo a
gritar siquiera.
Uso mi magia para teletransportarnos a
la Bóveda de Helios donde vuelvo a descongelar a mis presas para
someterlas al más cruel de los tormentos....
Eso es lo único que aleja mi pena.
Como el ser al que ahora tanto odio por arrebatarme lo que más
quiero me dijo el mismo día que entré a éste Caserón: “Sólo
el dolor te liberará de tu sufrimiento”.
Y en efecto así ha
sido durante siglos desde que un malvado caballero azuzado por la
envidia me destrozó la vida quitándole la suya a mi familia:
provocar dolor y muerte era lo único que me ayudaba a aplacar los
gritos que mis seres queridos daban en mi cabeza.
Luego llegó el
Emperador y con sus excusas consiguió que me uniera a él.
Y desde entonces,
solo la sangre bañó mis manos; solo los gritos de dolor tronaban en
mis oidos.
Y ella no iba a ser
menos, por supuesto.
Al principio sólo
fue una víctima más que torturar, pero llegado el momento empecé a
sentirme confuso al mirar a Cris. Cada vez que la atravesaba con la
mirada e inconscientemente me perdía en sus ojos, afloraba en mí en
hombre que antaño fui, haciendo que brotaran en mi sentimientos que
creía enterrados junto con mi pasado.
Hasta que Cris y yo
decidimos revelarnos y todo cambió por completo: la persona que
hasta ese momento yo llamaba “señor” se encargó de destrozarme
la vida asesinando a Cris.
Aún recuerdo sus
palabras:
“Tú serás el
siguiente, Tar”
Pronunciadas no
hace mucho, tras asesinar cruelmente a Cris, esas palabras forjaron
la amenaza que pesa sobre mí.
Suspiro mientras
enciendo la vela negra que hay en la repisa de la esquina de la sala,
en el altar de Cris y que, como tantas otras veces se ha vuelto a
apagar, lo que, como siempre, me indica que estoy en permanente
acecho por parte del Emperador y tal vez por parte del resto de mis
hermanos que seguro que el día menos pensado no tardarán en venir
por mí.
Con un movimiento
de mano hago desplazarse el enorme cerrojo que preside la puerta de
la sala y la cierro a cal y canto.
Enciendo mi Zippo y
hago brotar una llamita lo suficientemente pequeña como para volver
a encender la vela de la repisa.
Después, dejo que
la llama del mechero crezca y la contemplo mientras a través de ella
vuelvo a visualizar todas las torturas que a las que la sometí con
ese mismo fuego que ahora contemplo atolondrado.
Y otra vez, el
calor de mis lágrimas al brotar de mis ojos es más intenso que el
de la mismísima llama del fuego del averno que brota del mechero que
sostengo....
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