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miércoles, 11 de junio de 2014

Luz Mortal II: Nostalgia

Esto no tiene que ver nada con "Visita al Viejo Caserón". Simplemente es la continuación de "Luz Mortal", relato que escribí no hace mucho, paralelo a "Visita....", pero repito que NO tiene nada que ver con el relato original de "Visita al Viejo Caserón"
Espero que os guste.
Ilustraciones: Raúl.




La Bóveda de Helios se ha convertido en mi particular fortaleza desde que Cris fue asesinada.

A menudo paso aquí la mayor parte del tiempo, contemplando el rincón de la sala que se ha convertido en altar que honra su memoria: en una esquina, las cenizas que una vez fueron su cuerpo, y justo encima, colgadas de esa pared, las sais que ella solía llevar consigo; en una pequeña repisa, entre ambas sais, siempre encendida una vela negra.

El sudor perla mi frente, mi cuerpo está algo lastimado por el impacto de los muchos rayos que he lanzado contra la pared de pura rabia y que han rebotado en mi. Duele, pero más duele no tenerla

Siento arder mis ojos a causa de las lágrimas. Mis ojos son ahora permanentemente castaños, salvo cuando pienso en vengarme.

Cuando la sed de venganza me recorre el cuerpo mis ojos relampaguean y se vuelven del color del fuego más abrasador. Entonces es cuando salgo de mi hogar.

En silencio, cuando ni un ruido turba la paz del Caserón, y no parece que nadie lo habite, lo recorro en completa soledad, sin emitir ningún sonido, buscándola.

Con la vaga esperanza de que al morir haya elegido la opción de ser espectro y vagar por la morada, pero siempre me doy de bruces con la verdad: No hay ni rastro de Cris.

No puedo reprochárselo. Bastante sufrió ya como para además permanecer condenada a pasear por el Caserón donde tanto padeció.

Suspiro y salgo fuera, dejando que el manto de oscuridad de la noche me envuelva.

No hay ni rastro de nadie.

Miro a la derecha y veo la pala del Enterrador tirada en el suelo, y como en un sueño recuerdo que justo casi ahí al lado, en una de las tumbas que pueblan el cementerio, la enterré un mes como castigo por robar a sus hermanos y hurgar en mi pasado.

Con un nostálgico suspiro, aparto mi vista del cementerio y abandono los límites del Caserón dispuesto a hacer la única cosa que me mantiene apartado del recuerdo de la que de un tiempo a ésta parte fue la persona más importante de mi vida.

Atravieso el recinto y aguardo tras un arbusto junto a las oficinas esperando a mi presa, que ésta vez resulta ser no una, sino dos: una pareja de trabajadores que abandona el Parque hablando entre ellos. Sin más, aparezco ante ellos y les toco, haciendo que al instante se congelen, sin darles tiempo a gritar siquiera.

Uso mi magia para teletransportarnos a la Bóveda de Helios donde vuelvo a descongelar a mis presas para someterlas al más cruel de los tormentos....

Eso es lo único que aleja mi pena. Como el ser al que ahora tanto odio por arrebatarme lo que más quiero me dijo el mismo día que entré a éste Caserón: “Sólo el dolor te liberará de tu sufrimiento”.

Y en efecto así ha sido durante siglos desde que un malvado caballero azuzado por la envidia me destrozó la vida quitándole la suya a mi familia: provocar dolor y muerte era lo único que me ayudaba a aplacar los gritos que mis seres queridos daban en mi cabeza.

Luego llegó el Emperador y con sus excusas consiguió que me uniera a él.

Y desde entonces, solo la sangre bañó mis manos; solo los gritos de dolor tronaban en mis oidos.

Y ella no iba a ser menos, por supuesto.

Al principio sólo fue una víctima más que torturar, pero llegado el momento empecé a sentirme confuso al mirar a Cris. Cada vez que la atravesaba con la mirada e inconscientemente me perdía en sus ojos, afloraba en mí en hombre que antaño fui, haciendo que brotaran en mi sentimientos que creía enterrados junto con mi pasado.

Hasta que Cris y yo decidimos revelarnos y todo cambió por completo: la persona que hasta ese momento yo llamaba “señor” se encargó de destrozarme la vida asesinando a Cris.

Aún recuerdo sus palabras:

“Tú serás el siguiente, Tar”

Pronunciadas no hace mucho, tras asesinar cruelmente a Cris, esas palabras forjaron la amenaza que pesa sobre mí.

Suspiro mientras enciendo la vela negra que hay en la repisa de la esquina de la sala, en el altar de Cris y que, como tantas otras veces se ha vuelto a apagar, lo que, como siempre, me indica que estoy en permanente acecho por parte del Emperador y tal vez por parte del resto de mis hermanos que seguro que el día menos pensado no tardarán en venir por mí.

Con un movimiento de mano hago desplazarse el enorme cerrojo que preside la puerta de la sala y la cierro a cal y canto.

Enciendo mi Zippo y hago brotar una llamita lo suficientemente pequeña como para volver a encender la vela de la repisa.

Después, dejo que la llama del mechero crezca y la contemplo mientras a través de ella vuelvo a visualizar todas las torturas que a las que la sometí con ese mismo fuego que ahora contemplo atolondrado.


Y otra vez, el calor de mis lágrimas al brotar de mis ojos es más intenso que el de la mismísima llama del fuego del averno que brota del mechero que sostengo....

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