OJALÁ FUERA UNA VEZ...
I
Aquella tarde, el lobo y el cazador eran uno solo, y mientras arreglaba lo que a la gente le habría parecido una habitación de matrimonio idílico —hacía muchísimo, demasiado, que no tocaba a su mujer, y que lo único que le hacía correrse era ver fotografías de menores ligeras de ropa—, se imaginó a solas con la niña de curvas pronunciadas que tanto y tan tímidamente le había mostrado por webcam. Lástima que ese día no hubiera recatos, porque ese día mandaba él, y ya se imaginaba ese rostro infantil, con el gesto de sorpresa que sabía que podría cuando él se quitara el calzoncillo y le dijera que eso era para ella; se imaginó su coñito húmedo en su boca. Mmm…
Sonrió a su reflejo del
espejo del baño y salió a buscar a su Caperucita.
♦
Bella y Bestia le sonrieron
desde el salvapantallas del móvil. Su Príncipe se retrasaba, y el cigarro que
sostenía en sus manos temblorosas por los nervios se consumía a toda prisa
mientras miraba a todos lados rezando porque no la vieran sus padres.
De repente, un claxon.
Era él.
El coche oscuro, que se
le antojó un carruaje se detuvo a su lado y ella entró en el asiento delantero.
La bestia reparó en el
bolso de la niña: grande, oscuro, lleno de afilados pinchos y con la cara de
Mickey Mouse.
—¡Hala!¡Qué bolso más
chulo, ¿no?
Ella sonrió mientras se
abrochaba el cinturón.
Alguien se había metido
en la boca del lobo…
II
En la casa del vecino
que todos creían ejemplar, éste, un hombre que sobrepasaba la cincuentena,
abrazaba a una niña que no debía pasar de dieciséis.
La estrechaba entre sus
brazos en un abrazo que duraba más de lo habitual. Un abrazo profundo, en el
que los cuerpos se pegaban demasiado; la mano de él bajaba por la espalda de
ella, acariciándole el trasero, subiéndole la falda. Ella temblaba.
Él, a punto; ella
notando algo duro contra su sexo, conteniendo el asco.
—¿Quieres que te
depile, princesa? —preguntó él mordisqueándole el lóbulo.
—Bueno… —dijo ella,
indecisa mientras él se apartaba.
—Ve a por la cuchilla —cortó
él en lo que pareció una orden y con una sonrisa lasciva en la cara.
La niña obedeció y sacó
de su bolso —el bolso cañero, como solía llamarlo—, la cuchilla de afeitar que
él le había ordenado que trajese.
—Y, ¿por qué no te afeito
yo antes la barba? —preguntó ella con una inocencia que hizo que a él se le
pusiera aún más dura, y asintiera, permitiéndose explorar ese nuevo horizonte.
Después, todo sucedió
muy rápido: ella se sentó a horcajadas sobre él, que sonrió, creyendo que todo
acabaría de manera diferente, pero no: apenas fueron un par de pasadas de
cuchilla por la barba, luego el filo descendió al cuello y la sangre empezó a
manar, y a ella le cambió la voz, como si ya no fuera una niña.
—¡Esto es lo que te
mereces, hijo de puta!
Él chillaba, incapaz de
moverse, inmovilizado por aquella niña que de repente parecía pesar más, y ser
incluso más adulta.
La sangre borboteaba
mientras él intentaba suplicarla que le dejara, pero no le salía la voz. Y
entonces, la vio traer el bolso, ese bolso que antes le había parecido una
chulada y una invitación al sexo bruto y que ahora se había convertido en un
arma asesina.
La niña que ahora no
era tan niña, empezó a darle bolsazos sintiendo como las púas se clavaban en su
cuerpo, en su cara, en su estómago, salpicando todo de sangre, mientras ella le
golpeaba con él, diciéndole cuánto se merecía lo que le estaba pasando.
—Descansa en paz, hijo
de puta…—dijo ella cuando todo acabó levantando el dedo corazón frente al
cadáver.
III
Asesinado
en su casa un padre de familia
C.P, un humilde padre
de familia ha sido hallado muerto esta tarde en su casa …
«No
nos lo explicamos», dicen los vecinos; «No se metía con nadie»
Los vecinos se muestran
sorprendidos ante este cruel crimen: dicen que la víctima jamás dio problemas,
que vivía en el inmueble con su mujer y sus hijos, a los que adoraba.
Por el momento, la
policía ha precintado la vivienda y se encuentra realizando las pesquisas
necesarias para llegar al autor de este horrendo asesinato.
IV
“¿Quién
mató al lobo feroz? No fui yo, no fui yo…”, cantaba leyendo.
Caperucita, que se
hacía llamar a sí misma “Abuelita castradora”, sonrió negando con la cabeza
mientras cerraba el periódico: siempre era lo mismo: siempre los hacían parecer
inocentes. ¿Por qué?,¿por qué lo llamaban crimen cuando había sido un castigo?
Porque ellos no habían
visto la mirada del lobo, ni habían notado el aliento contra su cuello, ni les
había desnudado, ni habían leído esos: “qué ganas tengo de comerte esas
tetitas” que habían tenido que leer esas pobres criaturas. De haberlo vivido no
perdonarían a la bestia.
Sonrió pensando que
gracias a ella, el mundo tenía cada vez menos seres así, aunque los medios se
empeñaran en santificarlos.
La notificación de
Whatsapp le sacó de sus pensamientos: su última presa, un hombre al filo de los
cuarenta, casado y con hijos, reclamaba su atención.
[Luís P]: 😊 tengo
muchas ganas de verte. Pq no quedamos esta tarde? Tomamos algo por ahí…Me llevo
el coche.
[Caperucita^^]: no sé
si me van a dejar… ☹
[Luis P]: Di q has
quedado con una amiga… 😉
«¿Por
qué todos dicen lo mismo?», pensó.
[Caperucita^^]: en
media hora en burger.
[Luis P]: Tráete eso q
tú sabes...
La joven sonrió
mientras se subía la cremallera de la sudadera roja que vestía cuando iba de
caza, y luego se alzó la caperuza levantándose de la silla.
Estaba a punto de
volver a hacer justicia.
“¿Quién mató al lobo
feroz? No fui yo, no fui yo…” cantó en bajito.
…Y colorín colorado,
este cuento se ha acabado.
Me ha gustado tu relato de la heroína justiciera, como lo describes y cómo avanza la trama. Enhorabuena Cristina.
ResponderEliminarYo también participo en el concurso de Zenda, aunque con un estilo muy diferente.
http://elpedrete2.blogspot.com/2020/03/zenda-historias-de-heroinas-la-granja.html
Hola! Gracias. Acabo de leer el tuyo. Original y muy bueno. Enhorabuena también a ti!😘
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