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miércoles, 1 de mayo de 2013

Expediente Vallecas: primer atestado policial contra lo desconocido


¿Cree que es posible establecer comunicación con el más allá con un simple tablero y un vaso? ¿Y si así fuera? O lo que es peor, ¿ y si la entidad con la que contactamos no es para nada amable y condiciona nuestra vida y la de nuestros familiares? ¿Cree usted que el juego de la ouija puede ser peligroso? La joven de la que éste caso se ocupa se arriesgó, jugó y pagó las consecuencias...Y no sólo ella: Sus familiares también lo pasaron mal...

Todo comenzó en marzo de 1990, en el barrio madrileño de Vallecas, cuando Estefanía Gutiérrez Lázaro, de 18 años, decidió organizar con sus compañeras de Instituto, aprovechando la ausencia de una profesora, el mal llamado juego de la ouija.

Las jóvenes comenzaron la sesión, que transcurrió con normalidad (con toda la normalidad que puede darse en una sesión de éste tipo) hasta que una profesora las interrumpió rompiendo el tablero y el vaso. Vaso que contenía un extraño humo que fue a parar a Estefanía, marcando los acontecimientos que tendrían lugar posteriormente.

A partir de entonces, la niña empezó a comportarse de una manera muy extraña: sufría estados alterados de conciencia en los que deliraba y ni siquiera parecía ella misma; arremetía contra sus hermanos, como si su cuerpo se hallara poseído por una fuerza sobrehumana; sufría extraños ataques sólo comparables a la epilepsia, que nunca antes había sufrido, e incluso aseguraba oir voces y ver figuras de gente que la llamaban.

Durante seis meses acudió a diferentes médicos, pero ninguno de ellos pudo diagnosticar qué clase de enfermedad padecía.: Al contrario, los especialistas no encontraban nada anormal en ella.

Las cosas fueron a peor y el 14 de agosto de 1991 Estefanía fallecía en su habitación en extrañas circunstancias. Los médicos certificaron que se trataba de “muerte súbita y sospechosa”: A partir de entonces empezaron a sucederse los fenómenos paranormales en la casa de los Gutiérrez-Lázaro: electrodomésticos que se encendían y apagaban solos, puertas que se abrían y cerraban violentamente, e incluso una foto de la difunta adolescente ardió inexplicablemente, dejando intactos el marco y el cristal que la sujetaban.

Y fue precisamente éste último hecho lo que hizo que la policía del barrio se personara en la calle Luis Marín aquel 27 de noviembre de 1992. Esa sería la primera vez que una brigada policial acudía a una casa alertada por tales fenómenos, como también sería la primera vez que la pareja de policías, un inspector y un psicólogo, pudieron presenciar los fenómenos en primera persona.

Se encontraron cara a cara con el sinsentido, viendo cómo las puertas se abrían y cerranban brutalmente sin motivo aparente, vieron cómo la mesa en la que se hallaba el teléfono se impregnó misteriosamente de una sustancia marrón pegajosa, que uno de los agentes identificó como “babas”, fueron testigos, además, de cómo un crucifijo se descolgaba solo de la pared, y de cómo, después de que uno de los hijos de la familia lo pusiera sobre un póster, el Cristo volvía a caer, desgarrándose el póster con lo que parecía ser una garra de tres dedos...

Todo lo que vieron y oyeron los agentes les hizo volver a comisaría con los nervios de punta para redactar el informe de lo que allí había sucedido. Sería el primer expediente contra lo desconocido, y pasaría a la posteridad como el “Expediente Vallecas”.

Los extraños sucesos llevaron a la familia a abandonar su domicilio, y actualmente habitan otra casa en la que, según dicen, no tienen lugar los fenómenos: “Desde que nos vinimos a ésta casa, ésto es el Cielo, comenta la madre de Estefanía.

Los inquilinos que ahora viven en la antigua casa de los Gutierrez-Lázaro dicen no oír ni sentir nada extraño. “Sí, se oyen ruidos arriba, pero sólo son los vecinos, nada más”.


















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