¿Cree que es posible
establecer comunicación con el más allá con un simple tablero y un
vaso? ¿Y si así fuera? O lo que es peor, ¿ y si la entidad con la
que contactamos no es para nada amable y condiciona nuestra
vida y la de nuestros familiares? ¿Cree usted que el juego de
la ouija puede ser peligroso? La joven de la que éste caso se ocupa
se arriesgó, jugó y pagó las consecuencias...Y no sólo ella: Sus
familiares también lo pasaron mal...
Todo comenzó en marzo de 1990, en el
barrio madrileño de Vallecas, cuando Estefanía Gutiérrez Lázaro,
de 18 años, decidió organizar con sus compañeras de Instituto,
aprovechando la ausencia de una profesora, el mal llamado juego de la
ouija.
Las jóvenes comenzaron la sesión, que
transcurrió con normalidad (con toda la normalidad que puede darse
en una sesión de éste tipo) hasta que una profesora las interrumpió
rompiendo el tablero y el vaso. Vaso que contenía un extraño humo
que fue a parar a Estefanía, marcando los acontecimientos que
tendrían lugar posteriormente.
A partir de entonces, la niña empezó
a comportarse de una manera muy extraña: sufría estados alterados
de conciencia en los que deliraba y ni siquiera parecía ella misma;
arremetía contra sus hermanos, como si su cuerpo se hallara poseído
por una fuerza sobrehumana; sufría extraños ataques sólo
comparables a la epilepsia, que nunca antes había sufrido, e incluso
aseguraba oir voces y ver figuras de gente que la llamaban.
Durante seis meses acudió a diferentes
médicos, pero ninguno de ellos pudo diagnosticar qué clase de
enfermedad padecía.: Al contrario, los especialistas no encontraban
nada anormal en ella.
Las cosas fueron a peor y el 14 de
agosto de 1991 Estefanía fallecía en su habitación en extrañas
circunstancias. Los médicos certificaron que se trataba de “muerte
súbita y sospechosa”: A partir de entonces empezaron a
sucederse los fenómenos paranormales en la casa de los
Gutiérrez-Lázaro: electrodomésticos que se encendían y apagaban
solos, puertas que se abrían y cerraban violentamente, e incluso una
foto de la difunta adolescente ardió inexplicablemente, dejando
intactos el marco y el cristal que la sujetaban.
Y fue precisamente éste último hecho
lo que hizo que la policía del barrio se personara en la calle Luis
Marín aquel 27 de noviembre de 1992. Esa sería la primera vez que
una brigada policial acudía a una casa alertada por tales fenómenos,
como también sería la primera vez que la pareja de policías, un
inspector y un psicólogo, pudieron presenciar los fenómenos en
primera persona.
Se encontraron cara a cara con el
sinsentido, viendo cómo las puertas se abrían y cerranban
brutalmente sin motivo aparente, vieron cómo la mesa en la que se
hallaba el teléfono se impregnó misteriosamente de una sustancia
marrón pegajosa, que uno de los agentes identificó como “babas”,
fueron testigos, además, de cómo un crucifijo se descolgaba solo de
la pared, y de cómo, después de que uno de los hijos de la familia
lo pusiera sobre un póster, el Cristo volvía a caer, desgarrándose
el póster con lo que parecía ser una garra de tres dedos...
Todo lo que vieron y oyeron los agentes
les hizo volver a comisaría con los nervios de punta para redactar
el informe de lo que allí había sucedido. Sería el primer
expediente contra lo desconocido, y pasaría a la posteridad como el
“Expediente Vallecas”.
Los extraños sucesos llevaron a la
familia a abandonar su domicilio, y actualmente habitan otra casa en
la que, según dicen, no tienen lugar los fenómenos: “Desde que
nos vinimos a ésta casa, ésto es el Cielo, comenta la madre de
Estefanía.
Los
inquilinos que ahora viven en la antigua casa de los Gutierrez-Lázaro
dicen no oír ni sentir nada extraño. “Sí,
se oyen ruidos arriba, pero sólo son los vecinos, nada más”.
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