En el tiempo que llevo entrando al
Caserón, jamás me había encontrado con nada parecido, con tanto
abandono seguido.
He tenido que “novelizar” la
anécdota de anteayer, porque fue brutal.
Narrado desde la perspectiva de un niño
que conocimos haciendo cola (el nombre es ficticio, por supuesto).
Y por su reacción a mitad de camino,
no era difícil imaginarse el miedo que sentía al atravesar la
casa....
Espero que os guste....
-ARREPENTIDO-
Juan suspiró tras sacar su entrada y se encaminó a hacer cola al
Viejo Caserón.
Echó una mirada y no vio a nadie guardando la puerta.
Decidió preguntarle a la pareja que había delante suya: un chico y
una chica cogidos de la mano que hablaban alegremente entre ellos.
-Perdonad. ¿Sabéis si tardará mucho en salir?-Preguntó
refiriéndose al Enterrador.
-No tenemos ni idea. Supongo que ahora estarán de descanso. Pero
tranquilo, que no será mucho lo que tarde en salir.- Le dijo el
chico.
-Es que me tengo que ir a las cinco menos cuarto....-Dijo Juan
mirando su reloj, cuyas agujas marcaban apenas las tres y media de la
tarde.
-Tranquilo. No tardará tanto en salir.-Le tranquilizó la chica.-
Verás como te merece la pena la espera.-Le sonrió feliz, casi
eufórica.
Pero Juan no estaba seguro de que le mereciera la pena esperar, a
decir verdad.
Había algo que no le hacía estar tranquilo: tal vez fuera el
graznido del cuervo que sonaba alrededor, la música inquietante que
envolvía el exterior de la casa, o el desapacible aspecto de ésta,
custodiada por el cementerio que se abría a un lado de donde él
hacía cola.
Al fin salió el Enterrador: un hombre de porte serio, de rostro
extremadamente pálido y blancos ojos que Juan vio clavarse en el
grupo de visitantes que atravesaba la verja antes que él.
El Enterrador cerró la verja justo antes de que la atravesara la
pareja que iba delante de él y observó cómo el hombre se acercaba
al grupo y hablaba con ellos antes de cederles el paso para que
subieran las escaleras.
Llegado su turno, atravesó la verja tras la pareja y tendió su
ticket al Enterrador, que le miraba con ojos gélidos, tan gélidos
que el frío que transmitía su mirada pareció materializarse en el
escalofrío que atravesó la espalda del asustado Juan.
Se paró donde el Enterrador indicó al grupo y se pegó a sus
integrantes mientras escuchaba lo que el hombre pálido y de ojos
blancos y helados tenía que decirles:
-Por favor les ruego que si llevan móvil no lo utilicen en el
interior. No está permitido utilizar objetos luminosos, cámaras ni
teléfonos móviles en el interior....- Comenzó.
Y llegado el momento ordenó que el primero del grupo ejerciera de
guía, a lo que éste se negó.
-Y....¿No puede ser él?-Vio que preguntaba al que le correspondía
guiar.
En ese momento dos niñas visiblemente asustadas descendieron la
escalera y atravesaron la verja. Resultaba obvio que se habían
arrepentido de entrar en aquella casa.
El Enterrador les abrió la reja para que salieran y volvió su vista
al chico que había seleccionado como guía volviéndole a señalar.
-Usted será el guía.-
-Yo no. Él- Señaló a su compañero.
-Eso lo decido yo, no usted. -Cortó el Enterrador.- Ahora suban la
escalera y llamen a la puerta tres veces.- Sentenció con la voz tan
fría como su mirada.
El guía subió la escalera y Juan siguió al grupo, que no tardó en
apelotonarse ante la puerta.
Comenzaron a oirse quejas en el grupo: el guía se negaba a llamar.
-Llama tú.- Oyó.
-No, tú.- Escuchó replicar.
-¡Llamad solo tres veces!-Oyó decir a la pareja que antes estaba
delante de él y ahora cerraba el grupo.-¡Sólo tres!-
Parecía que lo de las veces estaba claro, lo que no lo estaba tanto
era quién llamaría.
-Llama tú, tio.- Siguieron diciendo delante.
-Si no llaman ahora tendré que pedirles que bajen.- Tronó
autoritaria la voz del Enterrador que estaba detrás de todo el
grupo.
-Yo me voy.- Se oyó.
-Y yo.- Se escuchó después.
Y Juan vio a dos niñas abandonar el grupo y bajar la escalera
arrepentidas mientras en sus oídos sonaban los tres aldabonazos.
Vio abrirse la puerta y con mucho miedo siguió al grupo.
-Mi señor. Ya está aquí la visita.- Oyó la voz del Enterrador
detrás.
El hombre que estaba al pie de la escalera de la biblioteca a la que
habían entrado rió.
-A esto no se le puede llamar visita...¡Esto son gallinas!-Se
carcajeó.
Juan temblaba a pesar de que aún no había visto todo lo que en esa
casa le aguardaba.
-Hay más, mi señor.-Prosiguió el enterrador.-La señorita Cristina
y su acompañante están aquí.
El Amo soltó una risita.
-Vaya...Espero que disfruten de su visita, señorita.-
-Lo haremos, mi señor.- Oyó decir a la chica de la pareja que
cerraba el grupo.
-Y ahora....Vosotros que habéis decidido perturbar el sueño de los
muertos...-Comenzó el Amo. Y apenas dijo esa frase, Juan vio, a la
poca luz que iluminaba la sala, levantarse una mano de uno de los
miembros del grupo.
-Una pregunta....¿Y si nos da medo?-
El Amo volvió a reir.
-Tendrán la oportunidad de abandonar más adelante.-Contestó.
-Ay, que a mí me va a dar algo.-Oyó decir Juan a una niña del
grupo.
-¡Pues a ver si le da ya y nos quedamos tranquilos!-Tronó el Amo.
-Yo me voy.- Dijo la niña.
-Y yo.-Se oyó otra voz femenina.
-Salgan por la puerta si eso es lo que desean, señoritas...-
Y se fueron. Y a decir verdad, Juan aún no sabe por qué no las
siguió, porque lo que vino después....
-Vamos, entrad por ahí.- Ordenó el Amo.
Y Juan avanzó, pegándose como una lapa a quien tenía delante.
Y entraron por un pasillo con cierto aire circense....
Y a partir de ahí Juan no sabe si es porque no quiere recordar o ha
sido el mismo miedo lo que ha hecho que no se acuerde de lo que había
en aquella casa. Lo que sí recuerda es su voz atemorizada y casi
llorando mientras atravesaban el Caserón:
-¡Que yo me quiero ir!¡Quiero salir de aquí!-
Y la voz de la pareja que cerraba el grupo:
-Chicos, tranquilos. Vas a tener la oportunidad de salir. Esperad dos
minutos, por favor, que no pasa nada. Os lo aseguramos. Venga, por
favor, avanzad despacito y tranquilos. No podéis retroceder.-
-¡Quiero salir, por favor!-Lloró Juan mientras contnuaban
atravesando la casa.
Y lo único que Juan recuerda es esa voz imperiosa que tronó lo que
él tanto deseaba:
-Si alguien lo necesita, puede salir por esa puerta.-
Echó a correr por donde le indicaron y no tardó en ver la luz del
día. De nuevo estaba fuera. Cogió aire, suspiró, volvió a
suspirar y grito de alegría durante el tiempo que el resto del grupo
estuvo dentro.
Por fin, salió la parejita que iban los últimos del grupo:
gritaban, pero se reían mientras caminaban hacia Juan y los otros
tres arrepentidos.
-Da mucho miedo...-Comentó uno de ellos.
-Pues sí. Yo estoy temblando.- Apuntó Juan tembloroso.
-A nosotros es que nos encanta.- Dijo el chico que acababa de salir.
-Mirad, estáis ahí, en las fotos.- Dijo otro del grupo señalando a
la pantalla donde aparecía la pareja caminando sola por la estanca
donde se tiraba la foto.
-Qué valor le echáis.- Dijo Juan.
-Es que nos encanta.- Dijo la chica sonriendo.-Ha sido genial.
Juan intentó sonreír, pero no le salió. Y mientras veía alejarse
a la pareja pensó que quizá pasaría mucho tiempo hasta que
volviera a meterse de nuevo en el Viejo Caserón.
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