CAPITULO 20: FUNERAL Y OTRA MUERTE MÁS
Enterramos a Blood, Ymir y Moi en tres tumbas contiguas en
el cementerio.
A Blood no le faltó el osito de peluche con el que tantas
veces suplicaba jugar a los visitantes, ni su amado cuchillo, que tanto daño
les hizo: enterramos los objetos junto con ella.
A Ymir tampoco le faltó el arma con el que se servía para
dañar a sus “pastelitos”: el cuchillo reposó sobre su pecho antes de
enterrarle.
Y por último, Moi, a quien dimos sepultura junto con la cruz
que llevaba (como mero objeto decorativo) y que lo delataba como uno de los
monaguillos de Antonio que debía vigitar que Regan no se descontrolara
demasiado.
A pesar de ser seres malignos, a nadie le agrada perder a
quien quiere, y hubo lágrimas. Muchas, por parte de todos y cada uno de
nosotros mientras el Enterrador metía bajo tierra los ataúdes que acogían los
tres cuerpos e incluso el doctor espiral y Segismundo se abalanzados llorando
desesperados sobre el ataúd de Blood en
un último gesto de despedida.
Al acabar el entierro todo excepto el Enterrador, que se
quedó fuera, acudimos a la llamada del
Emperador de las Tinieblas.
Todos íbamos temblando, cogidos de la mano unos con otros,
pues temíamos lo que nos dijera e hiciera nuestro señor.
-Cris, vete tú primera, anda.- Me dijo Jason empujándome al
principio de la fila.- al fin y al cabo, tú has provocado todo esto…- dijo
haciendo que todos paráramos a mitad de la escalera
-Que yo sepa, no solo yo tenía ganas de diversión…-Le
recordé mientras sacaba una de mis sais del cinturón y le apuntaba con ella.- y
como te chives, te crujo.- le amenacé con el arma.
Jason contraatacó alzando su motosierra y poniéndola en
marcha, pero en ese mismo instante, nuestras armas se evaporaron como por arte
de magia y desaparecieron de nuestras manos.
-¡SUBID A LA BIBLIOTECA YA!- Tronó la voz del Emperador.
Al final, fue Jason quien encabezaba el grupo, que otra vez
íbamos cogidos de la mano muertos de miedo, y muertos de miedo subimos y
cruzamos la puerta abierta del Caserón en cuya biblioteca nos esperaban el Emperador y Tar, cuya cara no denotaba
enfado, sino temor.
Estaba de rodillas ante él,
un escalón más debajo de donde estaba nuestro señor, con gesto asustado
-Por favor…-suplicó.- por favor, mi señor, os lo ruego…- Y a
punto estuvo de romper a llorar.
El Emperador chascó la lengua.
-Se suponía que tú ibas a vigilarlos, Tar… -
-Pero…pero…-Se quejó.
Nuestro señor chistó.
-¡No hay “pero” que valga!. ¡tenías que vigilarlos, pero ni
de eso has sido capaz!- tronó.
Y sin más, alzó la mano y la dirigió a Tar, que ardió en
llamas y desapareció a los pies del Emperador convertido en cenizas.
-Ahora ya sabéis de lo que soy capaz, criaturas, así que más
os vale decirme quién es ha sido el responsable de vuestra noche de diversión o
acabaréis igual o peor…-
Se oyó un tragar de saliva general mientras unos a otros nos
apretábamos las manos.
-Ahora, decidme por las buenas quién ha sido el culpable de
vuestra salida o lo averiguaré por las malas….-
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