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domingo, 1 de diciembre de 2013

"Visita al Viejo Caserón 3" Capitulo 8

CAPITULO 8: ENTERRADA VIVA

Cuando llegamos fuera del Caserón, me desplomé y Tar se encargó de llevarme a patadas al lugar donde me quería conducir, haciéndome rodar escaleras abajo y pateándome hasta llegar a cementerio. Levanté la cabeza como pude y vi justo delante de mi al Enterrador cavando una tumba.

-¿Para...para qué caváis una nueva tumba?-Pregunté yo con un hilo de voz.

Tar rió y sin mirarme siquiera dijo:

-Dí mejor para quién. Y por la forma en la que tiemblas, creo que ya lo sabes.- Dijo con una risita y sin mirarme.

Un escalofrío me recorrió de arriba abajo y comencé a intentar zafarme del brazo del inquisidor, que me pegó un tremendo puñetazo en el estómago que me hizo caer al suelo mientras en mis oidos resonaban las risas de Antonio, Moi y Álex, que habían venido al cementerio con nosotros mientras el resto de moradores permanecían en la casa.

Me llevé las manos al estómago mientras expulsaba una bocanada de sangre y tosía.

-¡Calla!-Me interrumpió la voz del inquisidor- Deja que el Enterrador se concentre en su trabajo. Le gusta tararear mientras cava y tú le has roto el ritmo.

Intenté recobrar el aire mientras veía al Enterrador cavar en el agujero de mi futura tumba, echando más y más tierra fuera. Cada vez le veía más abajo. Hasta que finalmente desapareció y sólo se oyó su grito.

-¡Listo!¡Ayudadme a salir de éste agujero!-

-Ayudadle-Ordenó Tar a los monaguillos, que corrieron a sacar al Enterrador del agujero de mi futura tumba.

-Bien profunda, como ordenaste.-Dijo el Enterrador sacudiéndose el polvo se su túnica.

-¿Y el féretro?-Preguntó Tar.

El Enterrador desapareció un momento, deduje que fue a su taller.

Al rato le vi volver con un ataúd o suficientemente grande como para que cupiera una persona en él, le vi depositarlo junto a nosotros e irse él al lado del agujero que acababa de cavar.

-¡Oh! Espera! ¡Falta la lápida!-Le oi decir mientras le veía arrancar la lápida de la que una vez fuera mi tumba y ponerla a la cabecera del exterior del agujero que había cavado.

-Ahora si.-Le escuché decir mientras se situaba junto a la lápida.

Apenas veía las letras, pero recordaba la inscripción: “Cristina. 1991-2013. Moradora rebelde. R.I.P.”


Edición de foto: José López
(@Ghjoseamarall)


-Bueno, Cris...-Me dijo Tar.- Ya está todo listo. No hagamos que el trabajo de nuestro hermano haya sido en vano.-

Comencé a chillar y a intentar debatirme todo cuanto pude, pero el dolor me impedía hacer gran cosa, además Tar consiguió inmovilizarme con su mano izquierda, mientras que con la derecha le vi sacar algo del bolsillo de su túnica.

No tuve problema en adivinar qué era. La llamita que afloró delató que era su Zippo, y lo acercó tanto a mi cara que abandoné toda posibilidad de intentar escapar.

-Sí, Cris.-Me dijo Tar.- Ésta noche vas a ser enterrada, y te guste o no, ya está dicho todo.-Dijo mientra acercaba más el mechero a mi cara.

-¿Sabes?-Me preguntó.- Pensaba enterrarte...con ésto...-Dijo sacando del interior de su túnica una bolsa llena de algo que nada más aparecer ante mis ojos hizo aflorar mi hambre: sangre.

Me relamí y gemí suplicando que me diera la bolsa mientras el inquisidor me sonreía.

-...Pero como sigas comportándote como una cretina, te voy a socarrar los ojos con mi Zippo.-Rió histérico.- Si...Te los quemaré hasta que te exploten dentro de las órbitas y te quedes ciega...Y enterrada viva.-

Cerré los ojos en un acto reflejo, y cuando los abrí vi a Tar alzar el Zippo y la bolsa de sangre.

-Tú decides, hermana.-

Sin atreverme siquiera a hablar, señalé con un pobre movimiento de cabeza la bolsa de sangre.

-Sabia decisión.-Dijo el inquisidor guardando el Zippo para después alzarme y empujarme violentamente dentro del féretropara después arrojarme a la cara la bolsa que contenía la sangre. Giré la cabeza y la bolsa se deslizó hacia un lado del ataúd.

Vi hacer un gesto a Tar, tras el cual Antonio y sus monaguillos se acercaron con botecitos en sus manos y mientras me arrojaban el ácido que contenían escuchaba sus burlas:

-¡Eres una traidora y una asesina!-Me espetaba Álex con rabia mientras me echaba ácido a la cara mientras yo cerraba los ojos.

-¡No mereces estar entre nosotros! ¿Y tú te haces llamar hermana?¡Eres la vergüenza de éste Caserón! -Me dijo Moi haciendo lo propio con el ácido del bote, que fue a parar a mi estómago.

-¡Despojo!-Me escupió Antonio.-

Me limité a balbucear como pude, pues el ácido me había destrozado parte de la boca y ya me impedía hablar con claridad y cuando los tres se retiraron y al instante regresaron con la tapadera del féretro, quise huir de alí, pero no pude hacer nada más que quedarme quieta y mirar suplicante a esperar a que alguno cambiara de opinión. Por la expresión de Tar, cuyos ojos amarillos centelleaban en la oscuridad, deduje que no tendría su compasión. Y cuando la tapa cerró el ataúd, sólo vi oscuridad, algo a lo que ya estaba acostumbrada.

Escuché el martillear de los clavos que sujetaban la tapa del ataúd para cerrarla bien y luego
sentí dolor y un tremendo golpe en todo el cuerpo y deduje que habían echado el ataúd en la fosa cavada.

Cerré los ojos. No pude evitar pensar que tal vez no fuera tan diferente de mis días en el ataúd de la cripta al fin y al cabo.

Pero cuando escuché el sonido de un montón de tierra caer sobre el ataúd, supe que aquello no sería como mi vida en la cripta, y comencé a obsesionarme con que ahora estaba a un montón de metros bajo tierra, que nadie podía oirme...

Intenté gritar, pero me pudo el dolor y sólo me salió un pequeño quejido. Tampoco podía moverme, y me resigné a sufrir en siencio. Entonces, oi la voz de Antonio:

-En el nombre de Satán, de Lucifer y del Emperador de las Tinieblas. Amén. Requiescant in pace (“Descansa en paz”)-

Y oí los pasos de todos alejarse, dejándome ahí, enterrada a mi suerte...

Eché la cabeza a un lado y como pude tanteé hasta localizar la bolsita de sangre. Me eché a unladoentre gemidos lastimosos y conseguí cogerla con los dientes. Logré alzar mi mano hasta cogerla y abrlirla con la boca, y entonces, un dolor agudo en la cabeza me hizo saber que Sel había vuelto a meterse en mi mente.

-Yo que tú, me la dosificaba. No tiene pinta de que el inquisidor vaya a darte más...-Me aconsejó

-Vete.- Le dije en un pensamiento, pues estaba demasiado dolorida para articular palabra.

Selman se rió.

-¿En serio te crees que me voy a ir?-Me preguntó.- Tú no sabes lo que dices. Después de haberme matado ¿Me insinúas que no me vengue? ¡Ja!-Rió.

Y cada carcajada se me hizo una pequeña punzada en mi cabeza y tan intensa fue que brotaron las lágrimas a mis ojos, haciéndome escocer las heridas provocadas por el ácido; del mismo dolor hice volcar la bolsa de sangre, que se desparramó por todo el ataúd impregnándolo de un delicioso olor.

El dolor me impedía realizar cualquier tipo de movimiento y frustrada me di cuenta que estaba perdiendo el poco alimento que se me había dado.

¡Y todo por culpa del vampiro!

El olor a sangre impregnaba mis fosas nasales, mientras que Sel seguía riendo en mi cabeza. No podía moverme, no podía hablar...

-Descansa en paz, Cristi...-Me susurró Sel mientras el dolor me hacía cerrar los ojos y el agotamiento hacía que sucumbiera al sueño.

Estaba claro que mi castigo se presentaba muy duro: bajo tierra, sin sangre de qué alimentarme, con un dolor atroz y Colmillitos dandome la matraca en mi cabeza...


Sólo el tiempo diría si aguantaba...

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