CAPITULO
8: ENTERRADA VIVA
Cuando
llegamos fuera del Caserón, me desplomé y Tar se encargó de
llevarme a patadas al lugar donde me quería conducir, haciéndome
rodar escaleras abajo y pateándome hasta llegar a cementerio.
Levanté la cabeza como pude y vi justo delante de mi al Enterrador
cavando una tumba.
-¿Para...para
qué caváis una nueva tumba?-Pregunté yo con un hilo de voz.
Tar
rió y sin mirarme siquiera dijo:
-Dí
mejor para quién. Y por la forma en la que tiemblas, creo que
ya lo sabes.- Dijo con una risita y sin mirarme.
Un
escalofrío me recorrió de arriba abajo y comencé a intentar
zafarme del brazo del inquisidor, que me pegó un tremendo puñetazo
en el estómago que me hizo caer al suelo mientras en mis oidos
resonaban las risas de Antonio, Moi y Álex, que habían venido al
cementerio con nosotros mientras el resto de moradores permanecían
en la casa.
Me
llevé las manos al estómago mientras expulsaba una bocanada de
sangre y tosía.
-¡Calla!-Me
interrumpió la voz del inquisidor- Deja que el Enterrador se
concentre en su trabajo. Le gusta tararear mientras cava y tú le has
roto el ritmo.
Intenté
recobrar el aire mientras veía al Enterrador cavar en el agujero de
mi futura tumba, echando más y más tierra fuera. Cada vez le veía
más abajo. Hasta que finalmente desapareció y sólo se oyó su
grito.
-¡Listo!¡Ayudadme
a salir de éste agujero!-
-Ayudadle-Ordenó
Tar a los monaguillos, que corrieron a sacar al Enterrador del
agujero de mi futura tumba.
-Bien
profunda, como ordenaste.-Dijo el Enterrador sacudiéndose el polvo
se su túnica.
-¿Y
el féretro?-Preguntó Tar.
El
Enterrador desapareció un momento, deduje que fue a su taller.
Al
rato le vi volver con un ataúd o suficientemente grande como para
que cupiera una persona en él, le vi depositarlo junto a nosotros e
irse él al lado del agujero que acababa de cavar.
-¡Oh!
Espera! ¡Falta la lápida!-Le oi decir mientras le veía arrancar la
lápida de la que una vez fuera mi tumba y ponerla a la cabecera del
exterior del agujero que había cavado.
-Ahora
si.-Le escuché decir mientras se situaba junto a la lápida.
Apenas
veía las letras, pero recordaba la inscripción: “Cristina.
1991-2013. Moradora rebelde. R.I.P.”
Edición de foto: José López (@Ghjoseamarall) |
-Bueno,
Cris...-Me dijo Tar.- Ya está todo listo. No hagamos que el trabajo
de nuestro hermano haya sido en vano.-
Comencé
a chillar y a intentar debatirme todo cuanto pude, pero el dolor me
impedía hacer gran cosa, además Tar consiguió inmovilizarme con su
mano izquierda, mientras que con la derecha le vi sacar algo del
bolsillo de su túnica.
No
tuve problema en adivinar qué era. La llamita que afloró delató
que era su Zippo, y lo acercó tanto a mi cara que abandoné toda
posibilidad de intentar escapar.
-Sí,
Cris.-Me dijo Tar.- Ésta noche vas a ser enterrada, y te guste o no,
ya está dicho todo.-Dijo mientra acercaba más el mechero a mi cara.
-¿Sabes?-Me
preguntó.- Pensaba enterrarte...con ésto...-Dijo sacando del
interior de su túnica una bolsa llena de algo que nada más aparecer
ante mis ojos hizo aflorar mi hambre: sangre.
Me
relamí y gemí suplicando que me diera la bolsa mientras el
inquisidor me sonreía.
-...Pero
como sigas comportándote como una cretina, te voy a socarrar los
ojos con mi Zippo.-Rió histérico.- Si...Te los quemaré hasta que
te exploten dentro de las órbitas y te quedes ciega...Y enterrada
viva.-
Cerré
los ojos en un acto reflejo, y cuando los abrí vi a Tar alzar el
Zippo y la bolsa de sangre.
-Tú
decides, hermana.-
Sin
atreverme siquiera a hablar, señalé con un pobre movimiento de
cabeza la bolsa de sangre.
-Sabia
decisión.-Dijo el inquisidor guardando el Zippo para después
alzarme y empujarme violentamente dentro del féretropara después
arrojarme a la cara la bolsa que contenía la sangre. Giré la cabeza
y la bolsa se deslizó hacia un lado del ataúd.
Vi
hacer un gesto a Tar, tras el cual Antonio y sus monaguillos se
acercaron con botecitos en sus manos y mientras me arrojaban el ácido
que contenían escuchaba sus burlas:
-¡Eres
una traidora y una asesina!-Me espetaba Álex con rabia mientras me
echaba ácido a la cara mientras yo cerraba los ojos.
-¡No
mereces estar entre nosotros! ¿Y tú te haces llamar hermana?¡Eres
la vergüenza de éste Caserón! -Me dijo Moi haciendo lo propio con
el ácido del bote, que fue a parar a mi estómago.
-¡Despojo!-Me
escupió Antonio.-
Me
limité a balbucear como pude, pues el ácido me había destrozado
parte de la boca y ya me impedía hablar con claridad y cuando los
tres se retiraron y al instante regresaron con la tapadera del
féretro, quise huir de alí, pero no pude hacer nada más que
quedarme quieta y mirar suplicante a esperar a que alguno cambiara de
opinión. Por la expresión de Tar, cuyos ojos amarillos centelleaban
en la oscuridad, deduje que no tendría su compasión. Y cuando la
tapa cerró el ataúd, sólo vi oscuridad, algo a lo que ya estaba
acostumbrada.
Escuché
el martillear de los clavos que sujetaban la tapa del ataúd para
cerrarla bien y luego
sentí
dolor y un tremendo golpe en todo el cuerpo y deduje que habían
echado el ataúd en la fosa cavada.
Cerré
los ojos. No pude evitar pensar que tal vez no fuera tan diferente de
mis días en el ataúd de la cripta al fin y al cabo.
Pero
cuando escuché el sonido de un montón de tierra caer sobre el
ataúd, supe que aquello no sería como mi vida en la cripta, y
comencé a obsesionarme con que ahora estaba a un montón de metros
bajo tierra, que nadie podía oirme...
Intenté
gritar, pero me pudo el dolor y sólo me salió un pequeño quejido.
Tampoco podía moverme, y me resigné a sufrir en siencio. Entonces,
oi la voz de Antonio:
-En
el nombre de Satán, de Lucifer y del Emperador de las Tinieblas.
Amén. Requiescant in pace (“Descansa en paz”)-
Y
oí los pasos de todos alejarse, dejándome ahí, enterrada a mi
suerte...
Eché
la cabeza a un lado y como pude tanteé hasta localizar la bolsita de
sangre. Me eché a unladoentre gemidos lastimosos y conseguí
cogerla con los dientes. Logré alzar mi mano hasta cogerla y abrlirla
con la boca, y entonces, un dolor agudo en la cabeza me hizo saber
que Sel había vuelto a meterse en mi mente.
-Yo
que tú, me la dosificaba. No tiene pinta de que el inquisidor vaya a
darte más...-Me aconsejó
-Vete.-
Le dije en un pensamiento, pues estaba demasiado dolorida para
articular palabra.
Selman
se rió.
-¿En
serio te crees que me voy a ir?-Me preguntó.- Tú no sabes lo que
dices. Después de haberme matado ¿Me insinúas que no me vengue?
¡Ja!-Rió.
Y
cada carcajada se me hizo una pequeña punzada en mi cabeza y tan
intensa fue que brotaron las lágrimas a mis ojos, haciéndome escocer
las heridas provocadas por el ácido; del mismo dolor hice volcar la
bolsa de sangre, que se desparramó por todo el ataúd impregnándolo
de un delicioso olor.
El
dolor me impedía realizar cualquier tipo de movimiento y frustrada
me di cuenta que estaba perdiendo el poco alimento que se me había
dado.
¡Y
todo por culpa del vampiro!
El
olor a sangre impregnaba mis fosas nasales, mientras que Sel seguía
riendo en mi cabeza. No podía moverme, no podía hablar...
-Descansa en paz, Cristi...-Me susurró Sel mientras el dolor me hacía cerrar los ojos y el agotamiento hacía que sucumbiera al sueño.
Estaba claro que mi castigo se presentaba muy duro: bajo tierra, sin sangre de qué alimentarme, con un dolor atroz y Colmillitos dandome la matraca en mi cabeza...
Sólo el tiempo diría si aguantaba...
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