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sábado, 30 de noviembre de 2013

"Visita al Viejo Caserón 3" Capitulo 7

CAPITULO 7: CASTIGO INQUISITORIAL

Cuando Tar me introdujo en la Dama de Hierro apenas me resistí. No me quedaban fuerzas e incluso a punto estuve de desplomarme.

El sonido del cerrar de la puerta de la Dama se me antojó un gran estruendo que se silenció cuando todos los pinchos del sarcófago vertical en que estaba metida se clavaron en mi piel, de la que no tardó en brotar sangre oscura, como no demoraron mis gritos en hacerse presentes, sobre los que se oían las poderosas carcajadas del inquisidor y de Selman, que había atravesado la Dama y estaba a mi lado regodeándose en mi sufrimiento.

Justo cuando pensaba que no podía sufrir más noté que la puerta de la Dama se abría y Tar me arrastraba para atarme de brazos a dos grilletes que colgaban del techo y elevarme tirando de una cadena que sujetaba ambos grilletes.

Me debatí intentando soltarme mientras sentía que me alzaba, pero de nada sirvió. Tampoco podía patalear mucho por lo débil que estaba.

-¡Suéltame, cabrón!-Chillé llorando.- ¡Yo no quería hacerlo!-Dije mientras miraba a Selman.-¡Tú me obligaste!-Le espeté al vampiro con rabia.

Tar rió, y al ver que no le miraba a él, me dijo con sorna:

-¿Con quién hablas, loquita? ¿Tanto te ha afectado el castigo de los hermanos que ya tienes visiones? Pues te aseguro que lo que te han hecho ellos no es nada comparado con lo que te voy a hacer yo, ya verás....Pero ¿Qué es eso de intentar robarnos, eh?¡Eso no se hace, Cris!-Dijo como si reprendiera a una niña pequeña.

Me giré y vi que el inquisidor se situaba detrás de mi y encendía su mechero del que brotó una gran llamarada que no me tocó pero que sí me transmitió su intenso calor mientras Tar echaba para atrás el látigo de fuego que formaba la llama del Zippo.

-¡No, por favor, Tar!- Chillé yo con los ojos desorbitados, que acabé cerrando al escuchar el restallido de la llama del látigo del mechero contra el suelo.

-Mereces ser castigada. Ya te advertí en su momento que no te dejaría pasar ni una.-Sentenció Tar mientras me daba un tremendo azote en la espalda con el látigo de fuego.

El dolor no tardó en venir, rompí a llorar gritando mientras el olor a cuero y piel quemada inundaba mi nariz.

Las lágrimas brotaban de mis ojos. Lloraba suplicando clemencia al inquisidor, que no dejaba de darme latigazos. Sentía el cuero de la parte de la espalda de mi traje fundirse y chorrear espalda abajo, quemando mi piel y metiéndose en las quemaduras que me producía el látigo de Tar.

Cuando cesó de golpearme soltó mis brazos de los grilletes y me hizo caer al suelo, de donde fui incapaz de levantarme.

-¡Hermanos!-Le oí gritar.-¡Acudid a la bóveda de Helios ahora. La ladrona que se hace llamar nuestra hermana está recibiendo su castigo!¡Venid y contempladlo!-

Y al instante vi aparecer a todos y cada uno de los moradores del Viejo Caserón: El Enterrador, Ymir, Blood, Segismundo, Jason, Regan, Espiral, Irina, Adri, Dani y Antonio, Moi y Álex.

Vi también como de una nube de humo negro se materializaba la figura del Emperador, que se situaba delante de todos los moradores, colocados a una distancia prudencial de nosotros.

A mi lado, Selman no había dejado de carcajearse y burlarse, y tuve la sensación, no sé por qué, de que a veces Tar y el Emperador le echaban miradas, como si ellos también pudieran verle, pero en aquel momento supuse que era una sensación mía.

Tampoco tuve tiempo de pensar en si realmente ellos dos podían ver el espectro del vampiro porque Tar me pegó de patadas mientras el resto de moradores reían, y cuando el inquisidor paró de patearme, vi que Antonio, Álex y Moi se acercaban a mi.

-¡No!¡Alejaos!-

Vi que Antonio, el nuevo morador al que se le había designado la función de cura, junto con los dos nuevos, los monaguillos, se acercaba a mi con un recipiente en sus manos, cuyo contenido vertió sobre mi frente, provocandome un dolor insoportable.

Grité mientras oia un sonido similar al de una Coca-Cola burbujeante que me causaba un tremendo dolor en la frente.

-Es ácido.-Dijo Antonio con un gemido lastimoso.- Aquí el agua bendita como que no pega mucho...- Rió mientras yo gritaba y me retorcía en el suelo y los dos monaguillos me alzaban la cabeza para que Antonio pudiera seguir arrojándome ácido en la frente.

Cuando me volvieron a empujar al suelo, supliqué piedad entre llantos, pero no sirvió de nada: Tar volvió a mi lado y me dijo mientras me pegaba una patada:

-Y aún me queda una sorpresita muy especial para ti, Cris...-Rió mientras me levantaba del suelo cogiéndome toscamente del brazo hasta hacerme daño.

-¡Enterrador!-Llamó Tar. Y el interpelado dio dos pasos, poniéndose algo más adelantado que el resto de moradores, llegando casi a la altura de donde estaba el Emperador.

-Ya sabes lo que tienes que hacer.- Dijo el inquisidor solamente.

El Enterrador asintió y, pala en mano, abandonó la sala de la bóveda mientras Tar me empujaba tirándome del brazo por la habitación hasta salir también de la estancia.

Vi que mis hermanos corrían hasta alcanzarnos y salir antes que nosotros y no supe para qué hasta que no los vi distribuidos a ambos lados del pasillo, escupiéndome mi culpa a la cara.

-¡Por tu culpa Nosfharatu ha muerto!-Me dijo Sara cuando pasé ante ella mientras me escupía una bocanada de sangre.

Abrí la boca para contestar, pero el bofetón que Tar me dio en la cara y sus palabras hicieron que me tragara mi comentario.

-¡Cállate, despojo!.- Me dijo.- !No eres digna siquiera de pisar el suelo que ellos escupen, así que cállate y sigue andando!-

Agaché la cabeza y proseguí la andadura mirando al suelo mientras los demás hermanos se burlaban y me recordaban mi culpabilidad cuando pasábamos por su lado, con escupitajos, patadas, comentarios, alguna que otra puñalada, Antonio y los monaguillos echándome ácido sobre la cabeza...

-No mereces estar entre nosotros.- Me dijo Espiral antes de asestarme una puñalada con su bisturí.

Cuando pasé junto a los zombies, Dani, Irina y Adri se abalanzaron sobre mi y la emprendieron a bocados con el brazo del que no me llevaba sujeta Tar, hasta que éste les apartó.

No me quedaba voz para seguir gritando, y dos veces tuvo que levantarme el inquisidor del suelo para continuar el camino.



Cuando se me ocurrió levantar la cabeza como pude, al fondo del pasillo vi la puerta del Caserón. La luz de la luna entraba levemente por ella. Estaba entreabierta. Me quedé embobada mirando el rayo lunar hasta que de un empujón, Tar me hizo caer al exterior....

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