CAPITULO
7: CASTIGO INQUISITORIAL
Cuando
Tar me introdujo en la Dama de Hierro apenas me resistí. No me
quedaban fuerzas e incluso a punto estuve de desplomarme.
El
sonido del cerrar de la puerta de la Dama se me antojó un gran
estruendo que se silenció cuando todos los pinchos del sarcófago
vertical en que estaba metida se clavaron en mi piel, de la que no
tardó en brotar sangre oscura, como no demoraron mis gritos en
hacerse presentes, sobre los que se oían las poderosas carcajadas
del inquisidor y de Selman, que había atravesado la Dama y estaba a
mi lado regodeándose en mi sufrimiento.
Justo
cuando pensaba que no podía sufrir más noté que la puerta de la
Dama se abría y Tar me arrastraba para atarme de brazos a dos
grilletes que colgaban del techo y elevarme tirando de una cadena que
sujetaba ambos grilletes.
Me
debatí intentando soltarme mientras sentía que me alzaba, pero de
nada sirvió. Tampoco podía patalear mucho por lo débil que estaba.
-¡Suéltame,
cabrón!-Chillé llorando.- ¡Yo no quería hacerlo!-Dije mientras
miraba a Selman.-¡Tú me obligaste!-Le espeté al vampiro con rabia.
Tar
rió, y al ver que no le miraba a él, me dijo con sorna:
-¿Con
quién hablas, loquita? ¿Tanto te ha afectado el castigo de los
hermanos que ya tienes visiones? Pues te aseguro que lo que te han
hecho ellos no es nada comparado con lo que te voy a hacer yo, ya
verás....Pero ¿Qué es eso de intentar robarnos, eh?¡Eso no se
hace, Cris!-Dijo como si reprendiera a una niña pequeña.
Me
giré y vi que el inquisidor se situaba detrás de mi y encendía su
mechero del que brotó una gran llamarada que no me tocó pero que sí
me transmitió su intenso calor mientras Tar echaba para atrás el
látigo de fuego que formaba la llama del Zippo.
-¡No,
por favor, Tar!- Chillé yo con los ojos desorbitados, que acabé
cerrando al escuchar el restallido de la llama del látigo del
mechero contra el suelo.
-Mereces
ser castigada. Ya te advertí en su momento que no te dejaría pasar
ni una.-Sentenció Tar mientras me daba un tremendo azote en la
espalda con el látigo de fuego.
El
dolor no tardó en venir, rompí a llorar gritando mientras el olor
a cuero y piel quemada inundaba mi nariz.
Las
lágrimas brotaban de mis ojos. Lloraba suplicando clemencia al
inquisidor, que no dejaba de darme latigazos. Sentía el cuero de la
parte de la espalda de mi traje fundirse y chorrear espalda abajo,
quemando mi piel y metiéndose en las quemaduras que me producía el
látigo de Tar.
Cuando
cesó de golpearme soltó mis brazos de los grilletes y me hizo caer
al suelo, de donde fui incapaz de levantarme.
-¡Hermanos!-Le
oí gritar.-¡Acudid a la bóveda de Helios ahora. La ladrona que se
hace llamar nuestra hermana está recibiendo su castigo!¡Venid y
contempladlo!-
Y
al instante vi aparecer a todos y cada uno de los moradores del Viejo
Caserón: El Enterrador, Ymir, Blood, Segismundo, Jason, Regan,
Espiral, Irina, Adri, Dani y Antonio, Moi y Álex.
Vi
también como de una nube de humo negro se materializaba la figura
del Emperador, que se situaba delante de todos los moradores,
colocados a una distancia prudencial de nosotros.
A
mi lado, Selman no había dejado de carcajearse y burlarse, y tuve la
sensación, no sé por qué, de que a veces Tar y el Emperador le
echaban miradas, como si ellos también pudieran verle, pero en aquel
momento supuse que era una sensación mía.
Tampoco
tuve tiempo de pensar en si realmente ellos dos podían ver el
espectro del vampiro porque Tar me pegó de patadas mientras
el resto de moradores reían, y cuando el inquisidor paró de
patearme, vi que Antonio, Álex y Moi se acercaban a mi.
-¡No!¡Alejaos!-
Vi
que Antonio, el nuevo morador al que se le había designado la
función de cura, junto con los dos nuevos, los monaguillos, se
acercaba a mi con un recipiente en sus manos, cuyo contenido vertió
sobre mi frente, provocandome un dolor insoportable.
Grité
mientras oia un sonido similar al de una Coca-Cola burbujeante que me
causaba un tremendo dolor en la frente.
-Es
ácido.-Dijo Antonio con un gemido lastimoso.- Aquí el agua bendita
como que no pega mucho...- Rió mientras yo gritaba y me retorcía en
el suelo y los dos monaguillos me alzaban la cabeza para que Antonio
pudiera seguir arrojándome ácido en la frente.
Cuando
me volvieron a empujar al suelo, supliqué piedad entre llantos, pero
no sirvió de nada: Tar volvió a mi lado y me dijo mientras me
pegaba una patada:
-Y
aún me queda una sorpresita muy especial para ti, Cris...-Rió
mientras me levantaba del suelo cogiéndome toscamente del brazo
hasta hacerme daño.
-¡Enterrador!-Llamó
Tar. Y el interpelado dio dos pasos, poniéndose algo más adelantado
que el resto de moradores, llegando casi a la altura de donde estaba
el Emperador.
-Ya
sabes lo que tienes que hacer.- Dijo el inquisidor solamente.
El
Enterrador asintió y, pala en mano, abandonó la sala de la bóveda
mientras Tar me empujaba tirándome del brazo por la habitación
hasta salir también de la estancia.
Vi
que mis hermanos corrían hasta alcanzarnos y salir antes que
nosotros y no supe para qué hasta que no los vi distribuidos a ambos
lados del pasillo, escupiéndome mi culpa a la cara.
-¡Por
tu culpa Nosfharatu ha muerto!-Me dijo Sara cuando pasé ante ella
mientras me escupía una bocanada de sangre.
Abrí
la boca para contestar, pero el bofetón que Tar me dio en la cara y
sus palabras hicieron que me tragara mi comentario.
-¡Cállate,
despojo!.- Me dijo.- !No eres digna siquiera de pisar el suelo que
ellos escupen, así que cállate y sigue andando!-
Agaché
la cabeza y proseguí la andadura mirando al suelo mientras los demás
hermanos se burlaban y me recordaban mi culpabilidad cuando pasábamos
por su lado, con escupitajos, patadas, comentarios, alguna que otra
puñalada, Antonio y los monaguillos echándome ácido sobre la
cabeza...
-No
mereces estar entre nosotros.- Me dijo Espiral antes de asestarme una
puñalada con su bisturí.
Cuando
pasé junto a los zombies, Dani, Irina y Adri se abalanzaron sobre mi
y la emprendieron a bocados con el brazo del que no me llevaba sujeta
Tar, hasta que éste les apartó.
No
me quedaba voz para seguir gritando, y dos veces tuvo que levantarme
el inquisidor del suelo para continuar el camino.
Cuando
se me ocurrió levantar la cabeza como pude, al fondo del pasillo vi
la puerta del Caserón. La luz de la luna entraba levemente por ella.
Estaba entreabierta. Me quedé embobada mirando el rayo lunar hasta
que de un empujón, Tar me hizo caer al exterior....
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