CAPITULO 4: DESPRECIO
Entramos a la bóveda e indiqué a los
nuevos que pasaran delante de mi.
-¡Inquisidor!-Llamé a Tar, que
parecía no estar.-¡Aquí tienes a los nuevos!-Dije dándome la
vuelta para salir, pero la voz de Tar me detuvo.
-Muy bien, Cris.- Me giré y asentí
ligeramente mientras miraba al inquisidor, que sostenía el cubo que
antes me entregara el monje entre sus manos, como un preciado tesoro.
En los ojos de Tar se reflejaba odio y venganza, y así me lo hizo
saber su voz despótica.
-Ahora vete, ya ajustaremos cuentas
luego.-Me dijo con furia contenida.
No me lo pensé y huí de la sala de la
bóveda a paso ligero, pero me detuve justo en la puerta cuando la
voz de Selman rió en mi cabeza.
-¿No te gustaría saber lo que va a
pasar, Cris?- Me tentó mientras me asomaba un poco para ver lo que
sucedía en la sala.
-Pero, ¿Y si me descubre el
inquisidor?-Pregunté temerosa en un susurro.
-Si te descubre, le echas ovarios y te
defiendes, que para eso tienes armas...-Me contestó.
Resoplé y me escondí más tras la
puerta, observando.
Tar les estaba dando ropas a los nuevos
mientras les indicaba:
-Tú. Antonio has dicho que te
llamabas, ¿no?-Preguntó al chico de las gafas que asintió con un
gemido quejumbroso.
-Bien, Antonio. Serás el exorcista de
Regan, al menos ante los visitantes antes de hincarles el diente
cuando te corresponda.- Le dijo entregándole la sotana, el
alzacuellos y el crucifijo que el zombie se puso torpemente entre
quejidos.
-Moi, Álex.-Les indicó Tar a los
otros dos.- Vosotros estaréis en todo momento junto a Antonio.
Seréis los monaguillos, por así decirlo. Os alimentaréis de los
visitantes de los que él se alimente. Cuando se os de la orden, que
esa es otra. Sólo atacaréis cuando se os indique. Nunca antes ni
después. Aquí nadie va por libre. Os debéis al Emperador. Y a mi
cuando éste lo diga. ¿Queda claro?-Preguntó.
Los tres asintieron y Álex y Moi
acabaron de ponerse las túnicas blancas de monaguillos entre
quejidos.
-Ahora marchaos.-Ordenó el inquisidor,
y mientras los veía irse, su voz los detuvo en seco.
-Una última cosa...- Dijo mientras los
tres interpelados se giraban para atender.
-Esa chica...Cris, la vampira.-Dijo con
desprecio.- Terminantemente prohibido dirigirla la palabra. Ni
saludarla siquiera, ¿Estamos?-
-Sí...-Gimieron los tres zombies.
-Ups, eso duele, Cris....- Oí burlarse
a la voz de Sel en mi cabeza con un risita.
-Cabrón...- Dije yo, y al instante me
tapé la boca con la mano al ver que el inquisidor se paraba en seco
y chistaba a los tres zombies.
-¡Shhh¡¡Quietos!- Gritó haciendo
que se pararan.
Cerré los ojos y contuve el aliento
luchando por no respirar, pero por lo que se veía, ya era tarde. Me
había pillado. Abrí los ojos justo cuando vi volar una daga que
vino a clavarse en mi hombro.
Grité y caí al suelo mientras como
podía me sacaba la daga del interior de mi hombro.
Oí la risa del inquisidor y sentí
fuego quemarme y oprimirme la parte baja de las piernas mientras me
arrastraba a los pies del inquisidor. Un olor a cuero y carne quemada
me inundó la nariz mientras el dolor me oprimía los tobillos y
sentía que la parte de las piernas de mi mono de cuero se
churruscaba.
Grité y la opresión de los tobillos
desapareció, pero el dolor seguía ahi.
Alcé la mirada al inquisidor como
pude, y vi que sostenía su zippo, del que salía una imponente llama
que hizo restallar en el suelo, como si fuera un látigo. El sonido
me produjo escalofríos.
-¿No te ha dicho tu mami, Cris, que no
está bien escuchar detrás de las puertas?.-Rió Tar.-Ah, no,
espera...Que todos allí fuera se han olvidado de ti.-Se carcajeó.
-Yo no quería..-Lloré mientras mi
mente le decía “ha sido tu culpa” a Sel.
-Excusas, excusas...-Dijo el inquisidor
mientras en mi cabeza Sel se continuaba riendo. Parecía estar
pasándolo realmente bien con mi sufrimiento.
-¡Mirad!-Oí decir al inquisidor a los
nuevos mientras me señalaba con un dedo acusador.- ¡Por su culpa ha
muerto un hermano!¡Justo antes de que vosotros llegarais, nuestro
señor dio muerte al monje de arrepentidos por su culpa!
¡Vamos!¡Echadla de aquí, no quiero verla!- Ordenó mientras los
tres zombies me pegaban de patadas hasta echarme de la sala de la
bóveda de Helios.
Y a patadas me llevaron a la cripta.
En el camino me encontré con todos los
demás moradores: Ymir, Blood, Regan, Espiral, Segis, Dani, Iri,
Adri, Jason...Todos. Y ni uno ¡Ni uno! Se dignaron siquiera a
ayudarme.
Pasaron olimpicamente de mí.
Ni siquiera el Emperador, que aguardaba
a la puerta de la cripta, hizo nada por detener a los nuevos que
continuaban pateándome hasta hacerme entrar en la sala, donde me
dejaron sola tras un tremendo portazo.
Las lágrimas afloraron de mis ojos,
pero no me lamenté. No quería dar ese placer a Sel, que no dejaba
de reirse.
-Demonios, Cris. No sabes cuánto
deseaba que llegara este momento: el momento de verte sufrir, sola,
consumida por el dolor.-Sentí un ligero dolor de cabeza y vi a el
espectro de Sel, materializado ante mi.
Lo miré con rabia, me levanté como
pude y salté sacando fuerzas de donde no tenía, puños en alto,
para, de un puñetazo, acallar al fantasma. La jugada me salió mal y
sólo atravesé a Sel, para dar con mis puños en la pared, causando
la risa del espectro.
-¿Has olvidado que soy un fantasma?-
Rió mientras yo resoplaba y sentada en el suelo me cortaba como
podía con la mano los trozos de cuero quemado de la parte del
pantalón de mi mono.
Hecho ésto, me miré la herida del
hombro de la daga de Tar. No era gran cosa, sólo el dolor del
principio. Sobreviviría.
La ira me invadió al pensar en el
inquisidor, en el odio que albergaba hacia él y pensando en ésto
estaba cuando Sel volvió a introducirse en mi mente e interceptó
mis pensamientos.
-Róbale.-Me dijo con un susurro
tentador.- Quítale el cubo, Cris.-
Negué con la cabeza, desterrando el
pensamiento y a Selman de mi mente por un instante, justo cuando
llegaba a mis oidos un ruido de motor, cada vez más cercano.
Jason hizo su aparición, motosierra
encendida en mano.
-¡Hora de la caza!-Dijo histérico...
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