PRÓLOGO
Al fin había encontrado mi lugar.
Sangre, gritos y dolor a diario se encargaron de golpe de que
olvidara mi antigua vida.
Me llevaba bien con todos mis hermanos:
Blood, Ymir, Regan, Espiral, Segismundo y yo nos hicimos
inseparables. Tanto que el resto nos conocía como “El sexteto
loco”.
Con Jason, el Enterrador, Dani, los
Just4Rides, Sara y los Movie Maniacs, la relación era más distante,
pero también me llevaba muy bien con ellos.
Con el inquisidor...Mejor dejémoslo.
Digamos simplemente que le temía. Sabía que estaba en su punto de
mira debido al odio que sentía hacia mí; sabía que estaba
esperando que yo diera un mínimo traspié para poder tostarme con su
mechero. La maldad que se reflejaba en sus ojos amarillos me lo decía
cada vez que me cruzaba con él.
Sentada en mi ataúd, miré mis sais y
recordé cuánto habían cambiado las cosas desde mi entrada al lado
oscuro, y sobre todo desde que el Emperador nos reunió a todos para
darnos nuevas órdenes.
Recordé cada instante exacto de
aquella reunión:
Todos agrupados en la biblioteca, el
Emperador en lo alto de la escalera, Tar un escalón más abajo, a su
derecha; los moradores y yo, al pie de los escalones, yo unos pasos
por delante del resto.
Desde mi entrada al lado oscuro, el
Emperador me concedió un rango de superioridad sobre los moradores,
no sé por qué. El caso es que así lo hizo. Y en mi posición me
mantuve, escuchando las palabras de mi señor con suma veneración y
respeto.
-Criaturas.-Comenzó.- Tras la ardua
lucha que hemos mantenido con la pequeña Cris, es hora de que éste
Caserón vuelva a ser el que era tras la muerte del Amo lord Malevus:
¡Un río de sangre!. Y así debería haber sido si Cristina no se
hubiera desviado...-Dijo clavando sus ojos en mi.
En ese momento, la voz de Selman, el
vampiro, sonó en mi mente:
-No le escuches, Cris. Cárgatele. A
él, a Tar ¡A todos!. Se lo merecen por haberte destrozado la
vida.-Me azuzó con una risita demente como jamás se la había oido.
Negué con la cabeza. Sabía lo que
estaba intentando: quería convencerme de que mis hermanos y mi señor
me habían destrozado la existencia, para así poder matarlos (o al
menos intentarlo), pues dudaba que el Emperador y Tar fueran fáciles
de destruir. Sin embargo, ni mucho menos deseaba matarles. Al menos
no al Emperador y a mis hermanos, porque a Tar...Habría saltado
sobre él y le habría vaciado las venas de sangre de haber podido en
aquel momento.
Una pena que se hallara a la diestra de
mi señor. Y una pena también que me tuviera bajo amenaza. Recordé
lo que me pasó la última vez: el dolor, la cicatriz de mi muñeca...
Apreté los puños y gruñí furiosa.
-¿Qué te pasa, Cris?-Me preguntó el
Emperador.- ¿Algo que objetar?-
-No, mi señor.-Dije yo sin sonar muy
convincente.
-Miente.-Sentenció Tar.-No se ha
enterado de nada, mi señor.-
El Emperador me miró con expresión
divertida, casi como si estuviera escuchando la voz que en mi mente
me decía en aquel momento:
-No te lo pienses, Cris y mata a ese
cabrón. Se lo merece, por todo lo que te ha hecho.- Siguió Selman
en mi cabeza.
-”Cállate”-Pensé enfadada.
Y lo último que oí fue su risita.
Me concentré en la mirada de mi señor
sobre mis ojos, esperando que yo volviera a prestar atención, y así
lo hice.
-Como iba diciendo, criaturas, las
cosas aquí van a cambiar y mucho. ¿Recordáis lo bien que lo
pasábamos antaño asesinando visitantes?-Sonrió. Y yo recordé
vagamente el matadero de Jason teñido de sangre que salpicaba sobre
mi rostro mientras el de la motosierra usaba su arma contra todo
visitante que entraba en la sala. Recordé mis gritos aquel día. Era
obvio que recordaba un pasado muy lejano, porque ni siquiera me
estremecí.
Seguí escuchando atenta las palabras
de mi señor, que en ese momento estaba proclamando que las cosas
volverían a ser como entonces: que no dejaríamos títere con cabeza
y mataríamos a todo visitante que osara entrar en el Caserón.
Cuando acabó su discurso, todos lo
aclamamos y vitoreamos, reverenciándonos ante él y su suprema
voluntad.
Miré de reojo al inquisidor:
permanecía en silencio, con la mirada fija en todos nosotros. Cuando
su mirada llegó a mí, sentí un escalofrío y aparté mi mirada
justo cuando mi señor daba por finalizada la reunión y nos ordenaba
retirarnos.
El hambre acuciaba. Sentía la sed de
sangre arder en mi boca. Comencé a salivar mientras me relamía.
Hora de cazar.
Me di la vuelta dispuesta a marcharme,
pero Blood e Ymir me pararon:
-¡Cris! ¿Nos llevas contigo de caza
ésta noche?¿Nos llevas?¿Nos llevas?-Preguntó ella riendo
histérica.
Yo sonreí y asentí.
-Claro, chicos. Pero prohibido hacer
ruido hasta que yo le hinque el diente, ¿Vale?-
Ambos asintieron y salimos del Caserón.
-Blood. ¿Te apetece hacer de
cebo?-Pregunté-
-¡Siii!- Dijo ella muy efusiva.
-Pues adelante. Ya sabes lo que tienes
que hacer.-
Me encantaba verla haciendo de cebo. Su
apariencia y voz dulce y aniñada la hacían parecer una niñita, lo
que nos venía genial para que mi futura cena se encariñara con ella
hasta que yo hiciera el resto.
Ymir y yo, agazapados tras un árbol
observamos cómo la dulce Blood se acercaba a un empleado que salía
del edificio de oficinas del Parque y que al ver a Blood sola no pudo
evitar extrañarse.
-¿Qué haces aquí tú sola, bonita?
El Parque ya ha cerrado.-Le explicó con cariño.
Ella puso cara triste y agarró su
peluche con fuerza.
-Me he perdido...-Hizo un puchero.- No
se donde están mis padres...-Y se puso a llorar.
El hombre la acarició el pelo y la
abrazó.
-Tranquila, no llores, pequeña. Vamos
a buscarles. Es imposible que se hayan ido sin tí. Ven conmigo,
iremos a buscarles. Seguro que andarán por aquí preguntándose
dónde estás.- Dijo mirándola con cariño. En ese momento, se
percató de las cicatrices de su rostro.
-¿Qué te ha pasado?-Preguntó
horrorizado.
-Lo mismo que te va a pasar a ti.- Dijo
riéndose y arañándole la cara con fuerza.
En ese momento Ymir y yo echamos a
correr y Blood se apartó, dejando que me abalanzara sobre el pobre
empleado, que se retorcía debajo de mi mientras yo buscaba su cuello
para poder alimentarme.
-¿¡Pero qué coño...?!-Le oímos
decir extrañado y asustado.- ¡Socorro!-Gritaba.
Me reí y escuché a Ymir y a Blood
gritar:
-¡Vamos a jugar!¡Vamos a jugar!-
Mordí el cuello del hombre y succioné
la cantidad de sangre justa para quedar saciada pero no matarle del
todo. Mis dos hermanos querían divertirse..Y yo se lo había
prometido.
Me aparté y dejé que el payaso y
Blood sacaran sus cuchillos mientras se agachaban junto al hombre
para “acariciarle” con sus armas mientras él suplicaba
clemencia.
-No os olvidéis de no dejarle vivo
cuando terminéis con él.-Sentencié.- Nos vemos en casa.- Dije
sonriendo y dándome la vuelta mientras encaminaba mis pasos al
Caserón haciendo caso omiso de los gritos del hombre que yacía bajo
los cuchillos de los moradores.
Llegué a mi cripta y me metí en mi
ataúd con la esperanza de poder descansar hasta que llegara la hora
de hacer sufrir...
Regresé de mis recuerdos y me colgué
las sais del cinturón mientras oía los tres aldabonazos en la
puerta. Me agazapé al techo de un salto.
Hora de divertirse...
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