CAPITULO
6: ROBOS
Aquella
noche no dormí en absoluto. La voz de Selman me impidió hacerlo.
Retumbaba potente en mi cabeza, siempre diciéndome lo mismo: “Roba,
Cris. Roba y dales su merecido a todos”.
Y
al final acabé cediendo y recorriendo de puntillas y en absoluto
silencio el Caserón mientras la voz de Sel me ordenaba:
-El
anillo y el bisturí a Espiral, Cris...-
-¿El
anillo?-Pensé yo.- Creí que no lo conservaba porque ahí estaban
sus recuerdos...-
-Siempre
lo lleva en el bolsillo de la bata y jamás lo saca de ahí. Supongo
que el Emperador le ha hecho inmune al significado del anillo, en
cierto modo.-
Me
encogí de hombros mientras entraba en “El quirófano de los
Horrores” y veía junto a la puerta una percha con la bata del
doctor colgada.
Cerré
con sigilo la puerta y hurgué en el bolsillo derecho. Efectivamente,
ahí estaba el anillo. Lo cogí y lo oculté en mi puño cerrado.
-En
el otro bolsillo tienes la llave de la celda de Blood. Cógela. Y
coge también el bisturí. Ahí, en la mesa de material quirúrgico-
Me dijo Sel.
Obedecí
y salí de la sala cerrando la puerta.
-Blood.
El peluche y el cuchillo. Róbaselos, Cris.-Me ordenó Sel.
Recorri
el Caserón hasta llegar a la celda de Blood, que abrí con mucho
sigilo para después entrar en ella y ver a la loca profundamente
dormida, abrazada a su peluche y con el cuchillo tirado junto a ella.
Me
acerqué de puntillas, procurando no hacer ruido, pero la voz de Sel
me dijo:
-Tranquila.
Ha recibido su dosis de Dormidina diaria. Ni una manada de elefantes
que entrara ahora serviría para despertarla.-
Aun
así, me acerqué a ella con cuidado y la arrebaté despacio el osito
y el cuchillo, tras lo cual salí de la celda.
Después
de Blood vino Jason, al que le quité su motosierra mientras dormía
sobre la mesa del matadero; Luego Ymir, al que le arrebaté su
cuchillo mientras yacía dormido tras la cristalera del circo; Y
después, Regan, a quien quité su crucifijo cuya parte de arriba
escondía el filo de un cuchillo...
Al
pasar por la abadía, ya de regreso a la cripta, Selman me hizo
detenerme.
-¿Por
qué me haces pararme?-Pregunté yo confusa y recordando con cierto
miedo la reprimenda del Emperador tras el asesinato de Nosfharatu.
-Porque
ahora vas a hacer el más dificil todavía, Cris. Le vas a quitar el
cubo a Tar.-Dijo el vampiro con malicia.
-No..-Respondí
yo con miedo.- Si se entera de que he sido yo...-Mis palabras se
vieron interrumpidas por un fuerte dolor de cabeza que me hizo
retractarme enseguida de mis palabras.
-¡Vale,
vale! Lo haré.-Dije mientras subía al cuarto de Tar en la abadía.
La
tenue luz de la habitación apenas la iluminaba, pero me era
suficiente para ver que no había ni rastro del cubo cuyo dueño
ahora dormía plácidamente.
-¿Tú
no sabes dónde está?-Pregunté en un pensamiento a Selman, que se
rió.
-No
lo sé, pero ahí está la gracia, en que lo busques tú, ¿No
crees?.-Respondió riendo.
Resoplé
mientras abría el cajón de la mesilla de noche que había junto a
la cama del inquisidor y supliqué en silencio que no despertara
mientras comprobaba que el cubo no estaba ahí pero que sin embargo
estaba el libro que yo había encontrado en la biblioteca, aquel
donde venían las lecciones de las que se valió para aprender el
arte inquisitorial.
Justo
cuando acabé de abrir el cajón noté que la respiración de Tar se
detenía mientras se giraba dormido y dejaba de darme la espalda.
Con
temor a que abriera los ojos y me descubriera, cogí el libro y de
los nervios, cerré el cajón con estrépito y salí del cuarto como
una exhalación, dando por supuesto que me había pillado.
Atravesé
la abadía casi sin respirar, y cuando llegué a la cripta y cerré
la puerta con cuidado, solté el aire que retenía mientras tiraba al
suelo los objetos robados: el libro de Tar, los cuchillos de Ymir,
Blood y Regan, la motosierra de Jason y el anillo y bisturí de
Espiral.
Resoplé
y grité a Sel:
-¡Joder!
¡¿Se puede saber por qué me has tenido que obligar a robar todo
ésto?!-Chillé yo enfurecida.
Él
salió de mi mente provocándome un ligero dolor de cabeza.
-Creo
que Tar te ha descubierto, y no tardará en venir a pedirte
cuentas....-Rió.
-¡Si
no me hubieras obligado!¡Ahora se me van a echar encima!¡Maldito y
mil veces maldito!-
La
risa de Sel apagó mis gritos, y cuando el vampiro acabó de reir,
alguien aporreó la puerta de la cripta y la voz de Tar no tardó en
hacerse oir.
-¡Abre,
Cris!¡Abre la puerta!-
-Mierda...-Susurré.
Me
arrinconé en una esquina como si eso hiciera que no me viera o que
dejara de gritar que abriera la puerta, pero ni mucho menos.
-¡¡Mi
osito!!¡¡Mi cuchillo!! ¡¡Me lo han robado!!-Oi la voz de Blood, y
después la de Ymir, y la de Regan, quejándose de que alguien les
había robado sus objetos.
-¡Ha
sido Cris!-Oí gritar a Tar, que seguía golpeando la puerta de la
cripta.-¡Abre la puerta!
-¡Todo
por tu culpa!¡Todo por tu culpa!¡Tú me obligaste!-Le grité a
Selman, que no dejaba de sonreirme.
Al
final y de un sólo golpe, Tar consiguió echar abajo la puerta de la
cripta.
-¡A
por ella, hermanos!-Rugió.
Y
todos, absolutamente todos se me echaron encima. No sólo a los que
les había robado, también los demás: los nuevos, Iri, Adri, Dani,
Segis, Sara...Incluso el Emperador, se ensañaron conmigo en el
interior de la cripta.
Me
arrebataron mis sais e incluso las usaron para dañarme. Golpes,
patadas, puñaladas... Intenté contener el llanto, porque no quería
flaquear ante ellos, pero no pude y rompí a llorar suplicando eso
que tan poco abundaba en el Caserón: compasión.
Por
toda respuesta recibí sus risotadas y su nueva tanda de golpes,
hasta que la voz de Emperador los detuvo.
-¡Basta!-Acto
seguido todos dejaron de golpearme y se apartaron.
-Tar.-Dijo
el Emperador.-Procede.-
Y
entre la niebla que era mi visión debido al llanto distinguí la
figura del inquisidor aproximarse a mi, alzarme de la pechera de mi
traje y llevarme casi a rastras fuera de la cripta y por todo el
Caserón hasta llegar a sus dominios, a la bóveda de Helios.
Sin
dejar de llorar y suplicar clemencia, continuaba escuchando las
risitas burlonas de Sel, que seguía fuera de mi mente y parecía
divertirse con lo que veía.
Tar
murmuraba algo que yo no alcanzaba a oir bien mientras me conducía
por el Caserón, y cuando me arrojó brutalmente sobre la mesa de
torturas de la sala de la bóveda supe que no me esperaba nada
bueno...
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