PRÓLOGO II: LAS FUERZAS DEL BIEN
Habían estado toda la noche montando guardia en aquel
pueblucho prácticamente dominado por los orcos bajo el control de Olak el
negro, que también tenía sometidos a sus habitantes humanos.
Ahora, el rey Frederick el Grande, acompañado por el Mago
Blanco y sus guerreros Akirah y Lengua Negra, además del capitán de la guardia, se preparaba para la batalla que
estaba a punto de sobrevenir.
El Mago Blanco lo había visto en sueños: todo se teñiría de
sangre, olería al metal de las espadas y las armaduras, al cuero de los trajes
de batalla, pero también a sangre: sangre orca, y puede que también humana.
No tenían mucho tiempo para buscar la morada del mago oscuro
y la hechicera, y no les costó mucho encontrarla tampoco, porque la casa
destacaba por su belleza y majestuosidad sobre el resto.
Blandieron las espadas amenazantes y la voz del rey
Frederick se abrió paso entre el murmullo de la multitud de habitantes humanos
del pueblo que se arremolinaban para ver en qué acababa todo eso.
Unos contemplaban al rey con miedo, otros, con la esperanza
de que les librara del yugo del hechicero que los sometía.
Pasara lo que pasara, la batalla era inevitable, y todo un
pueblo sería testigo, y tal vez parte de ella…
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