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viernes, 25 de abril de 2014

La leyenda de Matilde (Viejo Caserón Parque Atracciones Madrid)

Pregunta para los frikis del Viejo Caserón 
¿Conocéis la leyenda de Matilde?
Dicen que murió quemada durante el incendio que asoló el restaurante vasco, antes que éste pasara a ser Pasaje del Terror y tiempo después Viejo Caserón...
¿Os atrevéis a leer el relato que he hecho sobre la leyenda y su protagonista? 


-PRÓLOGO-

Corría el año 1980 cuando un terrible incendio asoló el restaurante vasco del Parque de Atracciones de Madrid.

Pero tiempo antes de eso, a la plantilla de cocina se había incorporado Matilde, una servicial mujer, amante de su oficio que no tardaría en ganarse -no sin su mucho esfuerzo- el puesto al frente de la cocina del restaurante.

Todo marchaba bien.

El restaurante acogía a las hambrientas familias que se nutrían de todo el alimento que la casa de comidas ofrecía hasta que reanudaban su frenético recorrido por el Parque, de atracción en atracción, ya saciados.

A veces -las pocas veces que el bullicio de la actividad de la cocina la dejaba-, Matilde se asomaba a la zona de mesas y contemplaba sonriendo satisfecha que los alimentos que cocinaba hacían las delicias de todos.

Los “mmmmm, ¡Qué rico!” “¡Está delicioso!” “¿Quién habrá cocinado ésto?” eran los mejores regalos que podía recibir: esos comentarios demostraban que la cocinera estaba haciendo bien su trabajo, un trabajo que ella amaba con locura.

Tanto que en vez de irse a casa tras cerrar el local, solía cenar en la cocina, con el restaurante ya cerrado, para después limpiarlo y clausurarlo hasta el día siguiente.

Cierto día, Matilde se hallaba en la cocina preparándose su cena.

El aceite se calentaba en la sartén mientras ella cortaba las patatas para freirlas.

Chasqueó la lengua mientras miraba el salero de la cocina vacío.

-Es verdad, que no quedaba sal...-Suspiró yendo al comedor a por uno de los saleros que estaban sobre las mesas.

Con él en sus manos, volvió y descubrió con horror que el aceite que había dejado calentándose al fuego lo había hecho demasiado, tanto que había prendido llama.

Matilde ahogó un grito y entró en la cocina a toda prisa, y tan de los nervios estaba que éstos no la dejaron recordar que lo último que había que hacer si el aceite salía ardiendo en la sartén era echar agua.

Tan nerviosa estaba que lo primero que hizo fue abrir el grifo y poner bajo él la sartén, dejando que el agua hiciera que la llama se avivara más y llegara incluso a alcanzar la cara de la pobre Matilde, que chilló de dolor cayendo al suelo, haciendo que el delantal de la cocinera se prendiera.

El dolor era cada vez más intenso. Matilde dejó caer la sartén junto al horno de cuya agarradera colgaba un trapo que no tardó en arder, haciendo que las llamas se propagaran al resto de la cocina.

La pobre cocinera no pudo hacer mucho tirada en el suelo, con el delantal en llamas, abrasándose, viendo cómo su cocina ardia y ella era incapaz de levantarse.

Pidió ayuda, gritó, aulló...Pero nadie la hizo caso. A esas horas poca gente quedaría en el Parque, y ni mucho menos prestarían atención al restaurante vasco que a ojos del público estaba cerrado.

Presa del humo y las llamas, Matilde murió abrasada en la cocina de restaurante. Al día siguiente nadie supo decir con certeza qué pasó con la cocinera porque nunca se encontró el cadáver....

-EL FANTASMA DE MATILDE-

...Morí abrasada.
Grité, pero nadie me escuchó.
A raiz de eso, el olor a carne quemada y a aceite churruscado que reinaba en la cocina -en mi cocina- tras mi muerte, poco a poco se fue sustituyendo por el olor a pintura nueva; los azulejos se quitaron dando paso a paredes que se pintaron de un tono lúgubre, como si quisieran reflejar parte de la tragedia que había ocurrido entre esas paredes.

Al principio sólo era un enorme pasadizo oscuro. “El Pasaje del Terror”, lo llamaban.

Gente gritando, llorando y casi al borde de la histeria pasaba por el que había sido mi lugar de trabajo durante años y del que prácticamente sólo se conservaba la fachada.

Todos los visitantes huían despavoridos por la cantidad de sustos que les proporcionaba tal espectáculo de terror

Yo campaba a mis anchas por el lugar sin que nadie se percatara de mi presencia. Me había convertido en nada, en un puñado de aire que flotaba casi sin rumbo, gimiendo quejumbrosa del dolor que sentía.

Nunca supe lo que había sido de mi cuerpo, lo que sí sabía era que mi alma o lo que fuera que tuviera en ese momento estaba quemada, en ambos sentidos, el literal y el figurado. Porque empezaba a estar harta de soportar tanto dolor, pero sobre todo estaba harta de los cambios que de un tiempo a ésta parte había sufrido mi morada.

Sí. Era mi morada. Mía. Y de nadie más.

Justo allí pasé los mejores años de mi vida: cocinando y deleitando al público con mis deliciosos platos...Tanto tiempo, tanta dedicación...Para nada. Para que el que fuera prácticamente mi hogar, ahora se hallara convertido en un espectáculo de terror de pacotilla.

¿Querían terror? ¡Yo les daría terror! Oh si, ya lo creo que sí...

Y se lo dí, ¡Vaya que si se lo di! Me movía tras el grupo de visitantes, y sólo me bastaba tocar a uno de ellos para que gritara e hiciera gritar al resto. Él juraba y perjuraba que había notado como aire a su alrededor, pero el resto le acusaba de bromista.

...Hasta que empezaron a nombrarme...Y las cosas empeoraron en cierta manera.

-¿Es que no conoces la leyenda de Matilde?-Escuché un día decir al director del espectáculo a un actor que había entrado nuevo.

¿Por qué salía yo ahora a relucir?

Resoplé e hice que un fuerte viento azotara el despacho del director del show, alborotando papeles mientras yo alzaba en el aire el portalápices que había sobre la mesa, haciendo que el gerente y el nuevo actor huyeran despavoridos.

Al día siguiente, con una sonrisa en los labios, vi como la compañía hacía el petate y no los volví a ver más.

De nuevo volvía a estar sola en casa, pero por poco tiempo.

Al poco tiempo volví a oir martillazos, taladros...Volvía a oler a pintura.

Comprobé que el color de las paredes de mi cocina no había cambiado a excepción de que sobre el negro ahora había unas extrañas pintadas: “1, 2, canta a viva voz...3,4, el hombre del saco....”. Y donde debía estar la encimera había como una especie de puerta metálica que se subía y bajaba, en la que perfectamente se podía encerrar una persona.

“¿Qué irán a hacer ahora estos malditos?” Era el único pensamiento que rondaba mi mente.

Tenía ganas de echarme a llorar. Otra vez me invadían. Mi hogar, mi vida. Todo.

En silencio, pero con rabia contemplé cómo de nuevo lo único que quedaba intacto del antiguo restaurante era la fachada. El resto lo remodelaron por completo tirando paredes y poniendo otras nuevas para separar lo que ellos llamaban “cuadros”.

De nuevo eran actores quienes entraron a trabajar a lo que pasó a llamarse “El Viejo Caserón”, que no era, ni más ni menos que... ¡Otro espectáculo de terror!.

...Y de nuevo empezaron a oirse los “¿Es que no conoces la leyenda de Matilde?” cada vez que entraba algún actor nuevo, y de nuevo oir mi nombre me ponía hecha una furia.

Hacía brotar corrientes de aire por todo el Caserón haciendo temblar a quien osara pronunciar mi nombre, pero también al novato o novata al que el actor o actriz veterano quisiera asustar, no sólo haciendo que lo consiguiera, sino también provocando que el bromista se asustara de su propia broma...

Sigilosa, seguí a muchos de ellos muchas de las veces que se olvidaban cosas y tenían que ir linterna en mano dentro del Caserón a por ellas, y vi a más de uno y una volver su vista atrás, incluso preguntar quién andaba por ahí.

Pero claro, no obtuvieron respuesta, porque yo, obviamente, no se la dí. A cambio, me deslicé a su alrededor haciendo que sintiera escalofríos y volviera a toda prisa al exterior una vez recuperado el objeto olvidado, casi tragándose los escalones que daban al exterior, girándose y cerrando a toda prisa la puerta, como queriendo encerrar a lo que fuera que anduviera por ahí.

Y en verdad así era, y así es:

Estoy encerrada, atrapada en aquel que fue casi mi hogar, y en el que ahora lo sigue siendo, y que si no fuera por esos entrometidos que a veces lo moran, podría estar tranquila y en cierto modo, en paz.

Malditos. Malditos todos.

Ni siquiera toqueteando las escenas en las que se pasan horas consigo echarlos...
...Y sin embargo, mi nombre sigue en sus labios...

Matilde... Matilde...¡¡No me digas que no conoces la leyenda de Matilde!!”....

-EPÍLOGO-

Un jueves como otro cualquiera, una pareja decide ir al Parque. Cuando pasan por el Viejo Caserón ella empieza a ponerse nerviosa.

-¿Ya?-Le pregunta él poniendo su mano en el lado izquierdo del pecho de ella para sentir su corazón. Le cuesta creer que cada vez que paran frente al edificio a su chica le lata el corazón a mil.

-Pues sí, chico. Piensa lo que quieras, pero es lo que hay. Estoy de los nervios...-

Él se ríe y se acercan a la casa a hacerse fotos. Después se van a descargar algo de adrenalina y otra vez emprenden el regreso al Caserón, en el que parece no haber nadie haciendo cola; nadie hay tampoco fuera esperando recibirles.

Tras un breve lapso de tiempo que a ella se le hace interminable, el Enterrador sale a recibirles.

-Volvemos a vernos...-Les saluda afable pero sin perder ese aire siniestro que le caracteriza.- Esperaremos unos minutos a que venga más gente, ¿De acuerdo?- Pregunta.

Se hace el silencio y el Enterrador pregunta:

-¿Les he hablado alguna vez de la leyenda de Matilde?-

Los chicos juran que en ese momento oyeron crujidos y chirridos de puertas, no muy lejos de ellos.

...Pero lo que ellos no saben es que justo en ese momento, en el interior del Caserón, Matilde se revuelve, enfadada, al escuchar como tantas veces, pronunciar su nombre, y afina el oído resoplando:

-Y justo cuando dijimos el nombre de ésta mujer...de....-Sigue contando el Enterrador. Parece que no recuerda su nombre.

-.....De....Matilde.- Oye que dice una vocecilla femenina nerviosa. Es la chica que espera fuera, que junto a su chico escucha atenta el relato del Enterrador, y que una vez éste concluye,  se adentran en la casa.

Y Matilde sonríe, pues sabe que tiene al menos diez minutos para jugar con la simpática pareja que ha osado entrar al Viejo Caserón y lo que es peor, que ha osado pronunciar su nombre...


Matilde....

2 comentarios:

  1. Me ha encantado el relato. Escalofriante y lleno de ingenio. Mañana voy al Parque de Atracciones, y si oso adentrarme en la morada de Matilde... desde luego que no pronunciaré su nombre.

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  2. Gracias por tu opinión, Luis. Me encanta que a la gente le mole lo que escribo. Y sí, mucho cuidadito mañana con pronunciar cierto nombre....:) Diviértete y grita mucho! :) Salu2!

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