Primer capítulo de los tres que formarán el relato corto "Brujería". Espero que os guste :)
CAPITULO 1: CAPTURA
La habían sacado de casa a empujones y
antes de llegar a su destino, Lithianel ya había probado varias
veces el suelo, sus rodillas habían sentido el roce del barro seco
al haber sido arrastrada de muy malos modos desde la calle hasta un
carruaje que, una vez ella estuvo dentro, se puso en marcha a un
ligero trote.
Cerró los ojos mientras apretaba los
puños intentando desasirse de las cuerdas que oprimían sus muñecas
tras la espalda, pero desistió al ver que era inútil.
Vio a los dos hombres que estaban
sentados frente a ella: Hombres de dios.
-Venimos a por vos, en nombre de la
Santa Iglesia y del Santo Oficio. ¡Abrid la puerta!-Había gritado
uno de ellos minutos antes, interrumpiéndola de sus quehaceres.
Creyó que se trataba de un
malentendido: ella no había tenido ningún problema con la
institución religiosa y ni mucho menos con la Inquisición, porque
se mantenía al margen: era creyente, sí, a su manera, pero desde
luego no víctima de esa “fiebre” que les había dado a algunos
de ir cada domingo a misa, de anteponer sus creencias a todo y a
todos e ir siempre rosario en mano.
No soportaba a los curas. Le parecían
hipócritas, falsos, gente que vendía sonrisas con tal de llenar las
arcas de una iglesia en la que ni siquiera ellos mismos creían.
Y ahora tenía frente a ella dos
sonrisas impolutas que la decían que pasaría las de Caín porque
alguien la había condenado por bruja y que ni mucho menos eran
curas, sino algo peor: inquisidores que no dudaban en hacer lo que
fuera con tal de sacar verdades...Aunque para eso la víctima
sufriera de lo lindo.
Notó descender las lágrimas mientras
alzaba despacio la vista y miraba a los dos clérigos que tenía
enfrente y que la observaban con expresión asqueada.
-No sé de qué me habláis, os lo
juro. Yo no sé nada de magia...-Rompió el silencio ella.
Aunque no sabría explicar por qué,
pero ni ella misma creía sus propias palabras, pues de un tiempo a
ésta parte oía la voz de su difunta madre en sueños susurrarla
extrañas palabras que la muchacha había repetido mientras dormía
haciendo que al despertar nada estuviera como antes: objetos caídos,
quemados, hechos trizas o tirados por el suelo.
Quizá quienquiera que la hubiera
acusado de brujería tuviera razón, como quizá la tuvieran quienes
acusaban a su madre de lo mismo antes de que muriera, aunque la joven
no tenía constancia de eso, porque jamás había visto hacer magia a
su progenitora.
Sea como fuere nunca revelaría lo que
creía que podían significar sus sueños, por lo que pudiera
pasarla.
Oyó las risitas de los clérigos
frente a ella y su frase mientras el carruaje se detenía:
-Dentro de un rato se os soltará la
lengua y empezaréis a cantar, creedme.-Sonrió uno de ellos mientras
la empujaba para que saliera fuera de la carroza. Cuando el otro
hombre de Dios salió la cogió del brazo y casi a rastras la llevó
a un cuartucho donde comenzó un interrogatorio eterno y duro.
No la quedaba voz para gritar que ella
no había cometido el delito de la que acusaban.
Su cuerpo estaba destrozado por las
múltiples torturas a las que había sido sometida mientras los dos
clérigos que la habían apresado intentaban sacarla la verdad a la
fuerza. Una verdad que ella no consideraba tal y que jamás diría la
hicieran lo que la hicieran. La suya era una condena injusta.
¿O no?
Estaba exhausta, dolorida, y por un
fugaz momento pensó en decirles que sí a todo: Que era una bruja y
que era plenamente consciente de ello, y que ya podían hacerla lo
que quisieran, que ellos y toda la Iglesia acabarían ardiendo en el
infierno...
El fuerte tirón que sintió en su
cuello la sacó de sus pensamientos y gimió de dolor mientras veía
a los dos inquisidores observando el colgante que la acababan de
quitar.
-¡No!-Chilló ella.
Uno de los clérigos se rió.
-¿Es aquí donde guardas tu magia,
bruja?- Preguntó burlándose y observando el colgante, que abrió,
dejando ver las dos fotografías que guardaba el medallón en su
interior.
-Son mis padres...-Musitó llorosa
Lithianel.-¡Devuélvemelo!-Gritó estirando el brazo hacia el
inquisidor que sostenía el colgante abierto en sus manos.
-¡Chs!-Chistó él tirando de la
cadena del colgante para alejarlo de Lith y apartarse a mirar más
detenidamente el camafeo.
-Así que tus padres...¿Eh?-Dijo
alejándose de ella y mostrándole el colgante a su compañero, que
preguntó:
-¿Por qué te empeñas en mentirnos,
Lithianel? Tú sabías que tus padres eran brujos.-
Aquellas palabras le cayeron como un
jarro de agua fría.
Los sueños que tenía con su madre
quizá fueran la conclusión de que su progenitora practicaba magia,
pero, ¿Su padre?. Se quedó boquiabierta.
-El colgante del escorpión que ambos
llevan al cuello es el símbolo de una poderosa orden mágica. No te
hagas la tonta con nosotros, Lith. Ahora tus padres están muertos.
Habrán tenido que legarte sus enseñanzas para que el linaje mágico
siga vivo, como hace cualquier alimaña con magia diabólica en sus
venas.
-Tal vez lo hayan hecho para
protegerme...-Se aventuró a decir ella entre dientes.
-Protegerte...Veremos si mañana te
protege alguien cuando respondas ante el pueblo y el Todopoderoso en
la hoguera...-Rió el compañero mientras ambos se dirigían a la
puerta de la celda, la abrían y dejaban paso a un hombre al que,
tras susurrarle algo que Lith no alcanzó a oír, dejaron con ella en
el cuartucho, donde supuso que no la esperaba nada bueno....
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