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martes, 27 de agosto de 2013

Relato: "Visita al Viejo Caserón 2: Tinieblas" Capitulo 7

CAPÍTULO 7: MUÑECA DE TRAPO


-¡Selman, por favor!¡Para!-Lloro.-¡No!-

Entonces, contra todo pronóstico, se detiene y baja el hacha lentamente, poco a poco, recreándose en la angustia y la confusión que me produce verle así.

Sorprendida por su reacción miro boquiabierta a los ojos a Selman, completamente oscuros. No me achanto y le hablo.

-Tú no eres como ellos, Sel. Me sacaste del manicomio ¿Recuerdas? El Amo lord Malevus me encerró y tú prometiste salvarme, me convertiste en vampira y...-Mi voz se apaga y tiemblo al sentir el frío contacto de la mano de él, que acaricia mi mejilla despacio.

Sus ojos se clavan en mí. No puedo descifrar esa mirada, porque es completamente oscura.

-Me...me convertiste en vampira y...prometiste protegerme.-Sigo hablando mientras tiemblo y veo cómo acerca su cara a la mía.-Teníamos un vínculo....- Digo mientras compruebo que en sus labios se dibuja una sonrisa cariñosa.

Sonríe como antaño, pero en apenas unos segundos esa sonrisa amistosa se va desdibujando y de nuevo aparece esa sonrisa demente, fría, lejana...La sonrisa de un morador, que no tarda en mutar en carcajada maléfica mientras coge el hacha y me corta una pierna con un rápido movimiento.

¡Dios!

Grito y el dolor se apodera de mí mientras él sigue sonriendo y me dice:

-Yo sólo me debo al Emperador.- Vuelve a alzar el hacha y me corta la otra pierna sin ningún tipo de miramientos ni compasión.

Vuelvo a gritar y rompo en llanto. La sangre mana a borbotones. Todos los moradores empiezan a reirse con risitas agudas e histéricas mientras se acercan lentamente, relamiéndose.

Blood, Ymir, Espiral, Regan, Segismundo, Jason, el monje de la abadía, Ghostface, Myers, Willis, incluso los Just4Rides y Dani.

Los veo agacharse y lamer el riachuelo de sangre que corre por la estancia mientras un terrible dolor me consume.

Entonces, Sel me coge de las caderas y me estira, hasta el punto en que las cadenas que me sujetan los brazos se tensan lo máximo. Gimo. Oigo un chasquido. Mis huesos están a punto de romperse. Sel sigue estirando de mis caderas haciendo que mis brazos se tensen más y más. No soporto el dolor, y entonces, él para, coge el hacha y me corta los brazos a la altura del codo. Ruedo y caigo boca abajo, golpeándome la nariz mientras giro. Grito de dolor. Y Selman se arrodilla a mi lado. La sangre empapa mi rostro y él la lame suavemente. Cierro los ojos y giro la cara. Él se levanta y me mira sonriendo. De nuevo esa sonrisa maliciosa: sonrisa de un auténtico morador.
Vuelve a levantar el hacha, dispuesto a decapitarme.

Ni quiero ni tengo fuerza para suplicar.Me siento como una muñeca de trapo en sus manos. Cierro los ojos y grito con toda la fuerza que me permiten mis cuerdas vocales. Mi grito lo ahoga el de Selman, que proclama:

-¡Por vos, mi señor!-Dice mirando al Emperador antes de volverse de nuevo a mí y arquearse levantando el hacha dispuesto a dar el golpe final, pero la voz del inquisidor le detiene.

-¡Basta!-

El vampiro se para en seco y baja el hacha, mirando a Tar, como esperando órdenes.

-Ya es hora de que te inclines ante el Emperador, si es verdad que tanto te debes a él.- Dice con cierto aire chulesco.

Sel suelta el hacha y se dirige lentamente hacia el Emperador, que ahora está sentado en una silla muy ornamentada de la que yo no me he dado cuenta hasta ahora.

Se inclina ante su señor, que le pone una mano sobre la cabeza y, del mismo modo que en las novelas se nombra a caballeros, a él le nombra morador del Viejo Caserón.

-Yo te nombro de nuevo- Dice con cierto aire hastiado, resaltando el “de nuevo”.- Selman, morador y vampiro del Viejo Caserón.

Y yo mientras tanto, ahí tirada. Sin brazos, sin piernas, empapada en sangre, intentado acallar mis gritos.

El olor a sangre me marea. Clavo mi vista en la bóveda mientras oigo como los moradores felicitan a Selman por su definitiva entrada al Lado Oscuro.

A mí todo me da vueltas. Miro a un lado y veo a Tar aproximarse a mí haciendo malabares con dos antorchas prendidas.

Se detiene junto a mí.

A la luz de las antorchas me percato de que sus ojos antes castaños ahora son amarillos.

Nos sostenemos la mirada. La de él, deseosa de venganza; la mía, suplicante.

Se arrodilla junto a mí y dirige a los muñones de mis piernas las dos antorchas. Grito de dolor mientras oigo el crepitar de las llamas contra mi piel al cauterizarse las heridas. De las piernas pasa a los muñones de mis brazos, y de nuevo aúllo ante el suplicio. De nuevo brotan lágrimas de mis ojos mientras giro compulsivamente la cabeza de un lado a otro. Es la única extremidad que puedo mover aparte de convulsionar mi maltrecho tronco...

-¿Encima que curo tus heridas me lo pagas así?- Dice el inquisidor. Me coge del cuello, me levanta y me estampa contra la pared, impidiéndome respirar.

Mi mente grita su deseo de morir.

-Quiere que la mates, Tar. Está deseando que la mates.-Dice el Emperador leyendo mis pensamientos.

En ese momento, Tar suelta mi cuello, cuya mano es sustituida por una gruesa cadena que me inmoviliza a la pared, impidiéndome moverme.

-¿Sabes?-Me susurra.- Has turbado mucho la vida en éste Caserón. Por Lucifer te juro que si por todos nosotros fuera, los moradores habríamos dado buena cuenta de ti hace tiempo. Pero el Emperador te quiere viva. Quiere que pagues. Que sufras. Y yo también, para que vamos a negarlo. Pero no sólo nosotros, también mis hermanos. ¿Verdad?- Pregunta.

-Sí.-Corean todos.

El inquisidor sonríe y mira al Emperador esperando órdenes.
-Procede.-Ordena.


Le veo sonreir y acercarse a mi. No tengo escapatoria. Lo sé. Y me preparo para lo peor...

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