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martes, 17 de marzo de 2015

"Gratitud Eterna" Parte III

Había transcurrido ya algún tiempo desde que Lupus transcribiera los que ahora son los últimos versos del poema “Un sueño” de Poe, junto con otros poemas y relatos más, y Lupus se había acostumbrado a dejar solo a su señor (que le había aceptado como sirviente en su morada) cuando le veía perder la mirada en el vacío de la sala, o por la ventana, o perdiéndose en los ojos oscuros del retrato de su difunta amada Virginia, el cual presidía el salón.

Lupus sabía que en esos instantes su amo era preso de una inconmensurable nostalgia solo curada por la escritura. Sabía que en esos momentos, esa tristeza que le embargaba le sumìa en una especie de letargo que le hacía crear bellas obras de tono triste, oscuro y terrorífico.

Y mientras el escritor escribía, su pupilo se recluía en la biblioteca y leía maravillado las obras de su señor y de otros escritores de la época, y muchas veces era el propio Poe quien le sacaba de ese ensimismamiento en el que se sumía, fascinado por los libros.

A menudo Lupus solía repetirse que no podía haber encontrado lugar mejor aquella noche tan desdichada en la que llegó a casa de su señor.

Éste solía apodarle con cariño “guardián de la biblioteca”, porque pasaba la mayor parte del día en la sala de los libros, y no se equivocaba, pues desde que Poe le enseñó a manejar el arte de la palabra y plasmarla también en papel, Lupus quemaba sus horas rodeado de libros, ya fuera escribiendo o leyendo.

Lupus y Poe se convirtieron en grandes amigos y confidentes, y será que por vivir con una persona con un pasado tan tormentoso cono su señor, a Lupus se le contagió algo también y comenzó a escribir con gran nostalgia cada vez que pensaba en su desamor, ahora tan lejano.

En ocasiones solía pensar qué haría sin su señor, o qué habría sido de su vida de no ser por él.

De no ser por él, ahora estaría muerto....

...Por eso le debía tanto.

Y cuando el tiempo pasó nadie sabe cuánto le dolió a Lupus ver a su amo consumirse en una cama, atormentado por los fantasmas que él mismo había creado en sus novelas.

-Oh, hermosa Annabel, llévame contigo y acaba con mi sufrimiento!- Decía a veces.

Otras, se le oía susurrar desde la cama con la mirada perdida en la ventana, tal vez a un cuervo que solo veía él:

-Pajarraco del demonio, vete-

Y Lupus se aferraba a la mano de Poe como un moribundo se aferra a su última oportunidad de vivir.

Al guardián de la biblioteca rara vez se le veía en esa sala, pues era su deber estar junto a su señor. Estaba en deuda.

Nadie supo nunca jamás las lágrimas que derramó Lupus junto a la cama, sobre la piel de la mano de Poe, de la que nunca se soltaba.

Como nadie supo ni sabrá nunca por que cuando Edgar Allan Poe expiró, Lupus gritó entre lágrimas:

-¡Daria mi alma por permanecer eternamente aquí, guardando el legado que dejáis en forma de palabras!-

Y así fue como el propio Lupus, en gratitud eterna con Poe, dio su alma por estar perpetuamente guardando la biblioteca que encerraba el talento de su señor....

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