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viernes, 20 de marzo de 2015

"Los Moradores" capitulo 10

CAPITULO 10: SARA, LA TAQUILLERA

 Exteriores del Viejo Caserón del Parque de Atracciones de Madrid,  junio  de 2011.

Esperó en la cola y miró atrás, hacia la puerta de “La Morgue” al oir los gritos de la gente que salía empujándose fuera del Viejo Caserón.

La joven pudo escuchar un breve instante el ruido de la motosierra: la última amenaza a la que se debían enfrentar los visitantes que entraban en la casa, y cuando la gente que salió del Caserón se dispersó, Sara miró adelante. Cada vez la quedaba menos para entrar.

Con un poco de suerte, entraría con el siguiente grupo.

Miró al enterrador que esperaba al otro lado de la verja, con un gesto triste, mirando al grupo que esperaba para entrar, y le dio la impresión de que su cara reflejaba asco al mirarlos.

Se fijó luego en sus ojos: blancos con un puntito negro en el centro, y pensó que la flipaban aquellas lentillas a la misma vez que la intimidaban cada vez que esperaba para entrar en la casa y la mirada del Enterrador se posaba en ella.

Y embobada mirándole con cierto temor estaba cuando oyó el chirriar de la cadena que abría la verja dejando pasar al grupo.

Sara se apresuró a traspasar la reja al darse cuenta de que el resto del grupo ya había entrado, y cuando la joven acabó de franquear la puerta, el Enterrador la cerró tras ella después de coger su ticket y romperlo.

-Por favor, si se acercan un poco más me escucharán mejor. Acérquense, por favor. Eso es, acérquense.- Instó el Enterrador a los visitantes y una vez que los tuvo ante sí, comenzó a decir:

-Bien. Por favor les ruego que si llevan cámaras, teléfonos móviles u objetos luminosos no los utilicen en el interior.Van a caminar ahora por una zona poco iluminada. No está permitido correr, parar ni retroceder...-

Sara se quedó mirándole atenta mientras le escuchaba, y podía jurar que varias veces la mirada de él se posó sobre ella, penetrando sus ojos y arrancándola un escalofrio, un sonrojo, y un desviar la mirada intimidada, hasta que el “adelante y suerte” final del speech del Enterrador la hizo salir del ensimismamiento para echar a andar hacia la escalera.

Su posición no había cambiado: era la última del grupo, y cuando avanzó dejando atrás al Enterrador dio un respingo al sentir un tirón en su coleta. Miró atrás y vio la sonrisa maliciosa del guardián de la puerta antes de que ella subiera veloz la escalera.

-¿Estamos todos?- Oyó decir al guía.

-¡Si!¡Venga, llama ya!-Oyó que respondía una chica aterrorizada, no muy lejos de Sara.

Una, dos, y tres veces oyó golpear la puerta, tal y como había dicho el Enterrador, y tras los tres aldabonazos vino el chirrido de la puerta al abrirse, y vinieron los nervios al grupo, y a pesar de que esa no fuera la primera vez que Sara entraba a la casa, ella también los sintió, como el aliento junto a su nuca justo cuando atravesaba el umbral de la puerta.

Un aliento helado que la provocó un escalofrío mientras oía cerrarse la puerta y miraba atrás para ver quién la seguía, pero su mirada no duró mucho, porque la voz del Amo la hizo darse la vuelta.

-¡Vaya!¿Pero qué tenemos aquí? Diez jóvenes valientes que osan turbar la paz de ésta casa, ¿No?. Pues sabed que ésta casa está maldita...-Rió.- Aunque da igual si lo sabéis o no, porque no muchos o quizá ninguno sobreviváis para contarlo...Preparaos para andar un camino lleno de desagradables sorpresas. Pase lo que pase aquí dentro no os separéis, ésto no es ningún juego. Y dejadme daros un último consejo: ¡Agarraos fuerte!- Advirtió mientras Sara le miraba fascinada y contemplaba lo que la tenue luz de la biblioteca la dejaba ver: el Amo, en lo alto de la escalera (de la que había ido descendiendo poco a poco), vestido completamente de negro, de rostro palidísimo y pelo blanco de algo que parecían ser rastas amarillentas.

-Vamos, seguid andando. Por ahí.-Instó a los visitantes señalando una cortina roja que el grupo atravesó para llegar a la siguiente sala.

Sara también se dispuso a hacerlo, pero un nuevo tirón de coleta la detuvo.-Tú no.- Oyó la voz del Enterrador tras ella mientras el Amo daba vueltecitas alrededor de ella aspirando su olor.

-Pero...pero...El grupo se ha ido, ¡No nos podemos quedar atrás! La norma dice q...-

-¡Shhh!-La cortó el Amo haciendo que ella callara.

-Éstos mortales y su cansinismo...-Susurró el Enterrador con voz hastiada detrás de Sara.

El Amo continuó acechándola, oliéndola, mientras ella se preguntaba por qué narices la habían acorralado así dos actores del Caserón.

¿Que podía hacer? ¿Pedir ayuda? ¿A quién?

A lo lejos oía los gritos de sus compañeros de grupo y dio un paso dispuesta a atravesar el Caserón para unirse a ellos, pero el Amo la frenó cogiéndola del brazo fuerte.

-¡Eh! No te he dicho que puedas irte...-Dijo.

No sabía lo que tenía esa chica, pero sabía que la quería ahí, con ellos, y fue por eso por lo que la cortó el paso y sonriendo decidió jugar con ella un rato antes de hacerla una declaración de intenciones.

-Te gusta mucho el terror, ¿No, Sandr...Saman...?¡Sara!¡Sara! ¡Eso!¡Sara!- Rió el Amo.

Ella lo miró boquiabierta.-¿Cómo...?¿Cómo...?-Preguntó sorprendida.

-Yo lo sé todo, querida. Soy el Amo del Viejo Caserón y lo sé todo acerca de mis criaturas...Aunque éstas aún no sepan que lo son...-Dijo sonriendo.

-Lo sé todo.- Repitió el hombre sin darla tiempo a protestar.


-Como sé que hace no mucho le has dicho a un amigo tuyo que te gustaría muchísimo trabajar aquí, ¿No?

Ella calló, boquiabierta.

-¡Pues hoy es tu día de suerte, Sarita!¡Bienvenida al Viejo Caserón!-Dijo el Amo Malevus histérico, casi eufórico.

Sara pensó que ese brusco cambio de personalidad no le pegaba para nada al personaje del Amo, que siempre acostumbraba a mostrarse frío, distante, y hasta despótico, pero no dijo nada al respecto y se limitó a preguntar, pensando que la habían contratado para trabajar en la casa:

-Pero...¿No tendría que pasar un prueba o algo así?-Preguntó tentando a la suerte.

El Amo la miró riendo divertido e hizo un gesto con la mano al Enterrador, que se lanzó sobre el brazo de la muchacha y la dio un feroz bocado, arrancándola un pedazo de carne que no tardó en devorar.

-Mmmmm...Estás deliciosa, Sarita...-Dijo limpiándose los restos de sangre de las comisuras de sus labios mientras la contemplaba divertido retorcerse de dolor aullando en el suelo. Sara sólo acertaba a gritar. No podía articular palabra a modo de queja, porque el dolor la desgarraba.

-¡Prueba superada!-Gritó Malevus haciéndose oir por encima de los gritos de Sara, que inspiró y expiró varias veces cerrando los ojos con la esperanza de que todo fuera un sueño.

-Si mal no percibo, los visitantes han salido ya de la casa, mi señor.- Dijo el Enterrador.

-¡Criaturas!¡Venid a mi!-Tronó Malevus.

Y desde el suelo, mientras intentaba arrastrarse hacia la puerta del Caserón, Sara observó cómo llegaban moradores que comenzaban a rodearla.

Fuera del circulo, algo más alejados, estaban el Amo y el vampiro del Caserón, que parecía querer abalanzarse sobre ella, y lo habría hecho de no ser porque Malevus no se lo permitió.

-No, Selman. Cuando llegue la hora de incluir a alguien como tú entre nosotros podrás hacerlo. Hasta entonces, te limitarás a observar.Oyó el resoplido contrariado del chico y sintió las sombras de los moradores que la rodeaban cernirse sobre ella, y luego un terrible dolor.

Gritó hasta quedarse prácticamente sin voz mientras los habitantes del Caserón se ensañaban con ella a bocados: por los brazos, por las piernas, el estómago... Recibió varios zarpazos en la cara y  la sangre llegó hasta sus labios mientras los moradores no se daban tregua en su particular festín y seguían mordiéndola sin parar.

 Hubo un momento en que sintió hasta que se abrasaba y que toda su espalda se quemaba: Tar el inquisidor pasó por su espalda una antorcha encendida haciendo que ella gritara.

Cuando los moradores se hartaron de morderla, arañarla y quemarla, la dejaron maltrecha en el suelo de la biblioteca, y ella contempló con los ojos entrecerrados cómo Malevus venía a ella y pasando sus manos ante sus ojos sin tocarla, cerrándoselos, la decía en un tenue susurro:

-Te concedo la inmortalidad...Hasta que yo decida lo contrario. Vivirás para servirme, junto con tus hermanos los moradores, aquí, en el Viejo Caserón. Al despertar sabrás cuál será tu misión en éste lugar.-

En ese momento la invadió un sueño insoportable y se dejó ir, hasta que despertó por si misma y se levantó.

Un terrible dolor la consumía (con el tiempo descubriría que ese dolor sería perenne en ella) mientras buscaba la puerta del Caserón sin ningún éxito. Vio la habitación dónde se hallaba: una especie de camerino. Y entonces, gritó. Gritó al verse reflejada en el espejo. Tenía la cara llena de zarpazos, aunque no muy arañada.

Pero eso no era lo peor: lo peor eran las heridas, ampollas, quemaduras y desgarrones que tenía en los brazos piernas y estómago; la ropa desgarrada, sangre por todos lados.

 Gritó lo más que la permitían sus pulmones, pero la voz del Amo Malevus en su cabeza la obligó a callar:

-¡Sara!¡Ve a la taquilla ya!Ella se negó, acurrucándose en la esquina del camerino, y fue entonces cuando el inquisidor y el Amo aparecieron ante ella para arrastrarla hasta la sala de torturas del inquisidor.

-Después de ésto, la palabra “no” habrá desaparecido de tu cabeza...-Dijo Tar encendiendo su Zippo y acercándolo a ella.

 Día tras día, Sara padeció lo insufrible hasta que las torturas dieron su fruto y se doblegó ante la maldad del Caserón, y aún hoy puede vérsela vendiendo los tickets a los visitantes que van a entrar a la casa.

Si quieres conocerla, no tendrás más que acercarte a su morada y pedir tu ticket, ella te atenderá gustosa.

Lo que pase a partir de entonces, ya no depende de ella...

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