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sábado, 14 de marzo de 2015

"Los Moradores" Capitulo 4

He aquí el cuarto capítulo de "Los Moradores". Como curiosidad decir que situé al Enterrador en el cementerio de Comillas porque hace unos añitos estuve y me gustó especialmente. Y sí, la estatua del Ángel Exterminador existe también, como su escultor, que es quien menciono en el relato.




" Ángel Exterminador"






CAPITULO 4: SERGIO, EL ENTERRADOR 
Comillas (Cantabria), octubre  de 1900 
El hombre hundió la pala en el suelo y la volvió a sacar, echando la tierra que había cogido. 
Repitió la operación una y otra vez: hundía la pala, echaba la tierra fuera y volvía a hundirla, haciendo la zanja más grande. Sólo se oía el tenue llanto de los familiares del difunto al que Sergio estaba enterrando.

.-Lo siento muchísimo.-  Se lamentó el enterrador ante la viuda y los hijos del fallecido una vez concluyó el funeral. La mujer le hizo una ligera inclinación de cabeza en señal de agradecimiento y luego fueron los hijos los que dieron la mano al enterrador como despedida.

-Gracias por todo.-Dijeron antes de abandonar el camposanto.

 El enterrador los vio irse. 

Llevaba años desempeñando su labor. Años enterrando difuntos, años viendo caras, y las tres que ahora veía, las de la mujer y los dos hijos del difunto al que acababa de enterrar le decían que les costaría bastante superar la muerte del que hasta ese momento había sido el cabeza de familia y que se había marchado con tan sólo dos décadas de vida, cuando la esperanza de vida en la España de aquella época era de treinta años.

Sergio suspiró mientras se dirigía al portón del cementerio, abría la verja y atravesaba la puerta. Había sido un día ajetreado y sólo tenía ganas de volver a casa.

 Una vez cerró la puerta, dirigió su vista arriba y vio la imponente estatua del “Ángel Exterminador”, (esculpido cinco años antes por Josep Llimona), que se alzaba encima del muro, a un lado de la puerta del cementerio. 

Y como cada anochecer que levantaba su vista al imponente ángel de mármol blanco a modo de despedida, vio extenderse sobre él una sombra oscura que ésta vez se detuvo sobre la estatua del ángel, no así las noches anteriores. 

Y es que de un tiempo a ésta parte, cada anochecer Sergio tenía la misma visión sobre la estatua: una sombra que sobrevolaba veloz el ángel y que esa noche se detuvo sobre él, haciendo que en los labios del enterrador asomara una extraña sonrisa y se dirigiera con paso presto a su casa, pala en mano casi sin apartar la vista de los rojos ojos que brillaban en la sombra que se había posado en la estatua. 

Echó a correr y sólo cuando su visión ya no le alcanzaba a ver brillar los rubíes que parecían ser los ojos de la sombra sobre la estatua del ángel, volvió su vista adelante y apuró el paso a su casa. 

Se detuvo ante la puerta y alzó la pala, aporreando la entrada y haciendo que la puerta cediera y él entrara con estrépito, oyendo los gritos asustados de su mujer y sus dos hijos.

.-¡Ay, eres tú, cariño!¡Pardiez! ¿Qué te costaba haber llamado a la puerta? ¡Qué susto!-Dijo la mujer sonriendo cuando se dio cuenta de quién había entrado mientras se echaba a sus brazos.

-¡Papá!-Chillaron contentos Iris y el pequeño Sergio. 

El enterrador dio un paso que más pareció ser un salto hacia atrás, rehuyéndolos a los tres mientras clavaba su mirada en ellos.  

Y la sombra que había estado acechando al enterrador durante su vuelta a casa, se extendió sobre la casa mientras él continuaba quieto, con sus ojos sobre su familia.

La esposa tembló al darse cuenta del gesto hostil de su marido, y luego de su mirada: una mirada fría, distante...Y de un color blanco cuyo único punto negro, la pupila, se clavaba en ella y en las dos personitas que ahora estaban a ambos lados de ella, cogidos de su mano.

-Mamá...-Dijo Sergito.- ¿Qué le pasa a papá? ¿Está enfermo?-

Iris se acercó a su padre y sacó del bolsillo de su vestido un caramelo, que le ofreció.

-Toma papi, para que te cures.-Dijo sonriendo. Por toda respuesta recibió el palazo que le propinó su padre sin ningún tipo de miramientos. 

Un golpe seco en la cabeza que hizo que la pobre niñita cayera al suelo sin vida, desatando la rabia y el miedo en su madre, que soltó al pequeño Sergio y se lanzó sobre el enterrador chillando y golpeándole con los puños:

-¡La has matado!¡Has matado a nuestra hija!-Chilló fuera de sí golrodillas.

-¿Por qué?-Le preguntó intentando oler su aliento por si esa actitud fuera culpa del alcohol.

-¡Dime!¡¿Por qué?!.

Pero ella bien sabía que su marido poco frecuentaba la taberna, y que después de cerrar el camposanto cada noche volvía directo a casa. 

Sergio se limitó a reir, y su mujer sintió la bocanada de aliento de esa risa, donde detectó algo peor que el alcohol: olor a muerte, a putrefacción que hizo que la mujer diera una arcada y cayera de rodillas..

-¡Vete, Sergio, corre, cariñ...!-Chilló a su hijo antes de que su marido le atizara con la pala en la cabeza dejándola sin vida.

 El niño chilló y huyó hasta la cocina, refugiándose en el armarito bajo la pila

-¿Donde estás, Sergito?- Llamó su padre mientras recorría la cocina. 

De sobra sabía dónde se había escondido su hijo. 

Bajo el lavadero de piedra, tras el armarito cerrado, el niño tembló y llevó se llevó las manos a la boca para que su padre no le oyera respirar siquiera mientras rezaba en silencio por que no le descubriera, pero en un momento la luz se hizo en los ojos del niñito cuando se abrió la puerta del armario.

-¡Te cogí!-Dijo su padre mientras le sacaba de un tirón de su escondite y sin darle tiempo a levantarse le atizaba con la pala.-

Nunca fuiste bueno jugando al escondite...-Susurró mirando elcadáver de su hijo. 

En silencio salió de la casa y miró a un alrededor en el que no parecía haber nadie. 

Fue a las caballerizas a por los caballos y el carro, y tras preparar el coche, azuzó a los animales para llevar el carro hasta la puerta de su morada, donde entró y sacó uno a uno los tres cadáveres que aposentó en la parte trasera de la carroza que no tardó en poner rumbo al camposanto. 

Se apeó y candil en mano, llevó uno a uno los cadáveres a un rincón del cementerio para comenzar a cavar tres fosas en la tierra, las tres acorde con el tamaño de los cuerpos que echó en cada una: los tres cuerpos de su familia.

-Moriros todos / moriros ya / que voy a ir y os voy a enterrar...- Cantó tranquilamente entre risitas. 

Cuando arrojó el último cadáver a la tercera fosa, se tiró al suelo y comenzó a llorar al tiempo que sus ojos blancos volvían a su color marrón original

-¡Dios! ¡¿Qué he hecho?!-Se lamentó sin saber por qué veía aquellas tres fosas con su mujer e hijos dentro.

- ¡Dios! ¡Perdóname, señor!-Lloró mirando la pala ensangrentada y sacando de su bolsillo el rosario que siempre llevaba consigo y comenzaba a rezar. 

Los truenos rugían y comenzó a desatarse una gran tormenta mientras el enterrador empezaba a entonar la plegaria:

-Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo....-Comenzó mientras un extraño viento soplaba junto a él y le lamía, arrastrándole a un lado de los tres agujeros que albergaban los cadáveres.

-¡No!¡Seas lo que seas, déjame llorarlos!-Suplicó entre lágrimas, consciente de que no los volvería a ver jamás.

 Pero el extraño viento no obedeció y mientras Sergio miraba al cielo rebelde del que brotaban truenos y relámpagos se dio cuenta que el viento se había transformado en sombra, que acabó convirtiéndose en una silueta frente a él.

-Hola, Sergio.-Dijo una voz grave. 

El enterrador no vio al hombre que le hablaba, pues la oscuridad era casi total a excepción del candil de Sergio, que no tardó en apagarse.-

No querrás que te descubran, ¿Verdad?-Rió la voz. 

Un relámpago breve iluminó la silueta, que resultó ser un hombre de cara cadavérica y pelo blanco.

-¿Quién sois?-Preguntó asustado el enterrador echándose ante las tres fosas, tratando de protegerlas.

-Alguien que sabe que estás en un momento...Llamémoslo delicado. ¿Qué has hecho, Sergio?-Preguntó.
-No...no lo sé...Yo...-Dijo confuso.

-¡Yo te lo diré!¡Los has matado!-Gritó el hombre-¡Todo Comillas se te echará encima y no tardarán en ajusticiarte por asesinato!
--No...-Negó el enterrador.- Yo no quería...No sé por qué lo hice...
El hombre rió.
-Da igual por qué lo hicieras. Ahora eres un vil asesino.-Hizo una pausa y sonrió.-... O al menos el pueblo te verá así, porque yo no te veo de ese modo.-

El enterrador le miró sin entender nada.

-Yo no te veo como un asesino. Te veo como justo el hombre al que necesito.-Le dijo sonriendo y haciendo que a Sergio le descuadrara todo mucho más.

-Tú eres lo que andaba buscando, enterrador. Ven conmigo y nadie te pedirá cuentas.

--¿Ir con vos? ¿Dónde?-Preguntó.

-A un lugar donde desempeñarás tu trabajo tranquilo y donde nadie sabrá lo que acabas de hacer ni te pedirá cuentas por ello. Un lugar lejos de la culpabilidad que entraña lo que has hecho hoy.-

-¿Me vais a llevar a otro cementerio?-Preguntó el hombre que no había conocido otro camposanto que no fuera el de su pueblo natal, donde estaba en ese momento.

El hombre rió.

-Algo así. Verás, en el patio de entrada a mi morada voy a construir un pequeño cementerio y necesito a alguien que se ocupe de él.- Dijo con una extraña sonrisa en sus labios.- Ya sabes...Mantener la hierba y las flores frescas, las lápidas limpias, enterrar a alguien de vez en cuando...Y recibir a los visitantes...- Dijo con una risita.

Instintivamente, el enterrador rompió de nuevo a llorar. Ni siquiera sabía si había escuchado bien la respuesta del hombre. Oirla la había oido, pero no la había escuchado, porque en su cabeza escuchaba las risas de su familia mucho antes de que él mismo les arrebatara la vida. 

La nostalgia, melancolía y tristeza acudieron a su rostro mientras cogía la pala del suelo y se apoyaba en ella, bajando la vista y lamentándose en silencio al tiempo que reflexionaba si aceptar o no el trato que aquel siniestro hombre le estaba ofreciendo.
-Vamos, Sergio. No te arrepentirás...-Le instó. 

El enterrador suspiró, asintió y con  gesto resignado siguió a Malevus hasta el Viejo Caserón en completo silencio, en cierto modo lamentándose de lo que acababa de hacer y con el recuerdo de los tres cadáveres a los que acababa de enterrar.

-Bienvenido a mi morada.- Le dijo el Amo del Caserón cuando estuvo ante su vista la imponente casa. 

El remordimiento pesaba demasiado en Sergio, por eso suspiró y volvió su vista a Malevus con gesto pesaroso:

-¿Qué he hecho?-Preguntó. 

Por respuesta, Malevus le miró sonriendo

.-Vaya, vaya...Parece que alguien aún no tiene claro dónde está ni para que ha venido. 

-¡Tar!-Llamó al inquisidor, que se llevó a Sergio y se encargó de someterle a las más horrendas torturas hasta aplacarle y hacerle rendirse a la oscuridad del Caserón.

 Pero si hubo algo que no cambió en él fue esa expresión de su cara, ese gesto apesadumbrado pero serio que tenía mientras sostenía la pala tras haber asesinado a su familia a sangre fría.

 Y así puede vérsele hoy: junto a la verja del Caserón, aguardando a los visitantes que, temblorosos, le entregan su ticket y atraviesan la reja, se apelotonan y escuchan atentos el discurso del Enterrador de ojos blancos que tienen ante ellos:

-Van a caminar ahora por un laberinto poco iluminado. No está permitido el uso de objetos luminosos, cámaras o teléfonos móviles, así que, por favor, no los utilicen en el interior. No está permitido correr, parar ni retroceder salvo que dentro les digan lo contrario.  Al final de esa escalera verán una puerta, llamen tres veces y esperen a que alguien salga a recibirles. Adelante y suerte....-

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