Mi lista de blogs

miércoles, 11 de marzo de 2015

"Los Moradores" Capitulo 1

CAPITULO 1: TAR SEKELTHÔR, EL INQUISIDOR

Señorío de El Páramo (España), abril de 1570

Villarreal de Gómez eran sus apellidos; Álvaro era su nombre: conde del señorío de El Páramo, su título.

Residía con su familia (sus padres, su hermano, su esposa Leonor, y su hija Luna) en un castillo en lo alto de un cerro en la parte alta del señorío que ostentaba.

Como señor de El Páramo que era, Álvaro gozaba de plenos poderes sobre el territorio, pero a diferencia de otros caballeros feudales con propiedades, él no los usaba para abusar de los campesinos de sus tierras, sino todo lo contrario: amable, cortés y atento, se había ganado el favor del rey y el respeto y  la devoción de sus campesinos y caballeros.

Y era precisamente por ésto por lo que, desgraciadamente el joven don Álvaro también tenía enemigos, como el señor del condado vecino, don Gonzalo, que le envidiaba por tener el favor del rey y en ese momento concentraba todo su esfuerzo en tramar un plan para hundir a su rival, ya que no se atrevía a retarle.

Ajeno a todo ésto, don Álvaro preparaba un viaje a la capital del reino para asistir a un consejo convocado por el rey, y cuando fue a despedirse de su familia, su hija, la pequeña Luna, le tendió en sus manos un cubo de madera con bellos dibujos dorados tallados en él.

-Toma, papá. Te lo regalo. Para que te dé suerte y vuelvas pronto.- Sonrió.

Don Álvaro sonrió a la niña: sabía que ese juguete era su favorito: su esposa Leonor y él se lo regalaron dos años antes.

El caballero cogió el cubo de manos de su hija con una sonrisa, se lo guardó en un bolsillo bajo la túnica, y tras despedirse de su familia, partió junto con varios caballeros escoltándole.

Y mientras el joven señor cabalgaba por los campos castellanos hasta Madrid, capital de la corte, en otro lugar, no muy lejos de su señorío, su enemigo don Gonzalo contrataba a unos malhechores para que atacaran el castillo aprovechando la ausencia de don Álvaro.

Los bandidos invadieron el bastión y masacraron a todos sus habitantes, poniendo especial saña en la familia de don Álvaro: sus padres y su hermano fueron degollados; Leonor y Luna, violadas y quemadas vivas.

Cuando la masacre acabó el castillo aún ardía, y los habitantes de El Páramo, que vieron arder el hogar de su señor, huyeron despavoridos al ver que éste estaba siendo atacado, pero correr no les sirvió de mucho, porque parte de los malhechores se ocultó en el señorío y aprovecharon para atacar a sus habitantes. Apenas quedó hombre vivo, mujer por violar o niño que no hubiera sido pasto de las llamas.

Y al regresar a casa y ver la situación del señorío, don Álvaro tuvo un mal presentimiento que le hizo galopar hasta el castillo.
Y cuando le vio abrasado, el mundo se le echó encima, y no hubo rincón de El Páramo que no escuchara sus gritos y llantos desesperados al descubrir a toda su familia y caballeros que no habían ido con él vilmente asesinados y humeando ante sus ojos.

Cuando se cansó de llorar, el dolor dio paso al ansia de venganza, y depositando la espada familiar sobre el pecho de su difunto padre, proclamó:

-Éste es el fin de la familia, padre. De ahora en adelante sólo viviré para vengaros. De ahora en adelante sólo soy Álvaro. Renuncio a mi título nobiliario-

Aprovechando que los caballeros que le habían escoltado lloraban a sus familias, Alvaro partió a la herrería donde forjó una espada.  Cada golpe de martillo sobre acero era un alarido clamando venganza. Y así salió el arma: tan oscura y con tal halo de maldad que recibió el nombre de “Maleval”. Y mientras la empuñaba se dirigió al lugar emisor de cierto ruido que perturbaba la paz de la herrería: uno de los malhechores que había atacado el señorío, herido, se había escondido allí.

Lleno de rabia, Álvaro le propinó una patada y le cogió de la pechera, elevándole mientras le miraba a los ojos con furia.

-¿Quién te envía?-Le preguntó entre dientes, conteniéndose.

El malhechor se limitó a reir, despertando la rabia en Álvaro, que le posó el filo de Maleval al rojo vivo sobre la mejilla, haciendo que el bandido confesara dando un bote.

-¡Don Gonzalo!-Aulló llorando.- ¡Don Gonzalo, el señor de El Llano!-

Álvaro explotó y gritó de rabia, clavando al bandido a Maleval en el estómago, despojándole a él de sus ropas, quitándose sus ricas vestiduras y poniéndoselas al maltrecho bandido para hacerle pasar por él, tras lo cual él mismo se vistió con los harapos del malhechor.

Hecho ésto, prendió fuego a la herrería para que sus caballeros creyeran que se había suicidado, fingiendo así su propia muerte, después de lo cual huyó a todo galope a El Llano con intención de saciar la prominente sed de venganza con el asesino de su familia, don Gonzalo.

Pero antes, reclutó un pequeño grupo de hombres a quienes consiguió convencer para que se rebelaran contra su cruel señor. Y mientras éstos cabalgaban veloces abriéndole paso hasta el castillo, Álvaro, Maleval en ristre, cortó las cabezas de todo habitante de El Llano que se cruzaba en su camino sin distinción alguna. La hoja de su espada se tiñó de sangre inocente, comenzando así la venganza del joven señor, que culminó en el castillo asesinando a los caballeros y a la familia de don Gonzalo, que suplicó clemencia tras haber sido malherido por el invasor.

-¿Clemencia me pides, patán?-Rió Álvaro cogiéndole del cuello y  oprimiéndole la mandíbula tanto hasta el punto de impedirle quejarse.

Los huesos empezaron a romperse, y ambos escucharon el sonido de las fracturas mientras Álvaro no aflojaba la mano y cuando sintió que  por fin la quijada se desencajaba, le soltó y le dejó caer al suelo, permitiéndole contemplar sin posibilidad de huida debido al dolor, cómo su pequeño hijo gritaba ensartado en la espada de Álvaro y luego ardía ante sus ojos.

-La clemencia es una virtud que tú me has arrebatado con tu vil asesinato, malnacido.- Fue lo último que Álvaro dijo antes de decapitar a don Gonzalo, prender fuego a su cadáver y abandonar el castillo.

Respiró hondo a lomos de su caballo, gritó cuanto pudo y más, pero esa espantosa sed no desaparecía. Necesitaba asesinar y oír gritos. Sólo así acallaba los que su familia daba mientras era masacrada dentro de su cabeza.

Y así comenzó toda una salva de crímenes horrendos, tanto que  el mismo rey le hizo buscar; hizo buscar al bandido que recorría España sin saber que era uno de sus caballeros favoritos.

Álvaro se refugió en un bosque. Sabía que no tardarían mucho en hallarle. Se había topado más veces con los hombres del rey, pero había conseguido despistarles. Ésta vez la cosa pintaba mal. Tenían el bosque prácticamente rodeado y el joven ya no tenía escapatoria. Decidió morir luchando y se preparó para hacer frente a sus perseguidores, pero justo en ese momento apareció un hombre de pálida faz embutido en negro y largos cabellos blancos.

-¿Quién sois?-Le preguntó Álvaro sobresaltado, espada en mano.

-Mi nombre es Malevus. Mi señor siente admiración por tu crueldad y le gustaría que te unieras a él. Le serías muy útil en un lugar que él gobierna a través de mí.-

-¿Qué podría ofrecerme tu señor?-Preguntó Álvaro.

-Poder causar un dolor que conseguirá librarte de tu tormento.- Dijo con una sonrisa.-...Además de salir del apuro en el que te encuentras ahora.- Dijo observando divertido cómo llegaban hacia ellos los hombres del rey armados con espadas.

-¡Cogedle!¡No dejéis que escape!-Gritaban.

Álvaro no se lo pensó dos veces y aceptó la proposición del Amo del Caserón. No tenía nada que perder.

Al instante, ambos se evaporaron y aparecieron en el Viejo Caserón, por aquel entonces deshabitado completamente a excepción del Amo y de Álvaro...O al menos eso creía él, porque había un ser más, del que Álvaro no sabría hasta más tarde.

Una vez en el Viejo Caserón, Álvaro aprendió el oficio de inquisidor de boca del Amo e instruido por el manual que había en la biblioteca. Después, el Amo se encargó de llevarle víctimas para torturar y matar que poco duraron en sus manos. Lo justo para obsequiarle con gritos de terror que provocaban escalofríos de oscuro placer en el futuro inquisidor del Caserón, y el regocijo del Amo y del ser que aguardaba en las sombras.

Complacido ante su trabajo, el Emperador de las Tinieblas (el señor del Amo y de todo el Caserón) se presentó a él y le encomendó su misión tras dotarle de inmortalidad e invulnerabilidad, además del poder de la electrocución mediante el tacto cuando lo deseara.

Entregándole el fuego del averno que en su momento el inquisidor guardaría en un bello mechero Zippo que construiría, el Emperador le dijo:

-De ahora en adelante serás Tar Sekelthôr, inquisidor oscuro de éste Viejo Caserón. Tu misión será sembrar el terror y la muerte aquí. Deberás torturar a todos y cada uno de los seres que pisen éste hogar como futuros moradores, para asegurar su paso completo al Lado Oscuro hasta que se sometan a él, además de matar a toda víctima inocente que pise éste lugar-

Y así lo hizo: víctima que traía Malevus, víctima que Tar torturaba hasta morir, -más tarde también torturaría a Nosfharatu monje de arrepentidos,  que llegaría a la casa como nuevo morador-.

En los años finales del XVII, el Emperador decidió instruir al inquisidor en la magia negra para que pudiera doblegar más fácilmente a las víctimas que se le resistían.

-Me has servido bien, Tar.-Dijo dirigiéndose a él por vez primera con su nuevo nombre.- Es por eso que voy a concederte un honor que a pocos concedo, o más bien a ninguno: el honor de instruirte en el arte de la magia negra. Un poder que en el futuro te ayudará a que tus cautivos se sometan a ti más fácilmente-

Y durante el siglo XVIII, Tar permaneció en los sótanos del Caserón, oculto de la presencia de los dos primeros moradores del Caserón -Nosfharatu el monje de Arrepentidos y Selman el vampiro-, instruyéndose guiado por el Emperador, en las artes de la magia oscura.

Completada su instrucción, el Emperador le ordenó vagar por el mundo poniendo en práctica sus poderes causando estragos con sus nuevas habilidades: hasta que en  la segunda mitad del siglo XIX el Emperador le ordenó regresar al Viejo Caserón, en el que ya había dos moradores a quienes le presentó como inquisidor del lugar. Ni de lejos imaginaban los habitantes de la casa lo que el Amo Malevus diría a Tar segundos después:

-Diviértete, Tar. Te lo has ganado.- Le dijo con una maliciosa sonrisa mientras con un movimiento de mano hacía aparecer grilletes que aprisionaron a Selman y a Nosfharatu, el monje de Arrepentidos, únicos moradores que habitaban la casa en ese momento.

Tar respondió con la misma sonrisa maliciosa mientras se acercaba a sus “hermanos”, a quienes con un simple toque les hizo convulsionarse debido a las descargas eléctricas que habían empezado a recibir fruto de los poderes del inquisidor, que encendió su Zippo y contempló la gran llama que surgió de él mientras  conducía la llama a cada uno de los moradores, que chillaron al sentir el fuego en su piel.

-Yo soy tortura, tormento, fuego y....¡MUERTE!-Rió haciéndose oír por encima de los gritos y fijando su mirada amarilla en las llamas que abrasaban a los tres moradores.

Y después de aquellos tres vinieron otros tres, pero en distíntas épocas; y luego otros tantos más. Pero al igual que a moradores, también torturó visitantes, y a éstos pudo matarlos, llegando al sumum del placer. Y así siguió Tar Sekelthôr , matando incansable, insaciable.

Aun ahora lo sigue haciendo: condenando a visitantes inocentes al suplicio del fuego.

Le encantan los cobardes, y nada le hace disfrutar más que ver a un visitante cruzar la puerta de los arrepentidos y verle ir a parar a la sala de la Bóveda de Helios, pues sabe que ese es su momento.

-¡FUEGO!¡TORMENTO!¡TORTURA!¡MUERTE!-Se le oye decir antes de comenzar el suplicio a un visitante...











No hay comentarios:

Publicar un comentario