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miércoles, 18 de marzo de 2015

"Los Moradores" capitulo 8

CAPITULO 8: BLOOD, LA LOCA 

Madrid, marzo de 1984

 La muchacha acercó el filo del cuchillo al revés de su muñeca sonriendo mientras en el televisor aparecía Freddy Krueger acechando a una niña en sus sueños.

 Y mientras el hombre clavaba las cuchillas de sus manos en la joven, la chica que estaba ante el televisor deslizó el cuchillo a lo largo de su muñeca sin dejar de mirar la televisión. Sólo cuando sintió el dolor fue capaz de bajar la mirada a su muñeca, observando fascinada cómo de ella brotaba sangre para con una sonrisa acercar su antebrazo a su boca y sorber la sangre que manaba del corte mientras cerraba los ojos. Entonces, una voz rompió su particular magia:

-¡¡Helena!!-Oyó gritar a su madre y al instante se ocultó el corte, intentando limpiarse deprisa la sangre que había mojado las comisuras de sus labios sin conseguirlo.

Al llegar al salón, su madre la cogió sin ninguna delicadeza el brazo obligándola a mostrarla el corte de la muñeca.

-¡Dios!¡Cariño, ven aquí!-Llamó a su marido asustada.

-¡La niña ha vuelto a hacerlo!-

Ambos sabían que se les estaba escapando de las manos, y que les resultaría muy duro enviarla allí, pero...Tener una hija así... ¿Qué pensaría la gente cuando en verano vieran los cortes de Helena en los brazos?

Ni mucho menos pensarían la verdad.

La gente era muy malpensada y seguramente creerían que ellos le habían provocado los cortes a su hija, dando a entender incluso que la maltrataban físicamente.

 Las mentes de la gente eran demasiado retorcidas como para pensar siquiera que la adolescente podía tener un trastorno que la hubiera llevado a autolesionarse. Para la gente era más fácil y muchísimo más morbosa la primera opción, dónde iba a parar...

Pues no. No les darían el placer de especular, y aquella noche, después de curarla y hacer que se metiera en la cama, ambos hablaron del tema muy seriamente. Más seriamente incluso que otras veces.Ni mucho menos pensarían la verdad. La gente era muy malpensada y seguramente creerían que ellos le habían provocado los cortes a su hija, dando a entender incluso que la maltrataban físicamente. Las mentes de la gente eran demasiado retorcidas como para pensar siquiera que la adolescente podía tener un trastorno que la hubiera llevado a autolesionarse. Para la gente era más fácil y muchísimo más morbosa la primera opción, dónde iba a parar... Pues no. No les darían el placer de especular, y aquella noche, después de curarla y hacer que se metiera en la cama, ambos hablaron del tema muy seriamente. Más seriamente incluso que otras veces.

-Tenemos que hacer algo. Ya lo hemos intentado todo, y ni con medicación.-Dijo la madre.- Te has fijado que no nos hace ni puñetero caso y si la quitamos las peliculas lo revuelve todo para ver dónde las hemos escondido, ¿no?

El padre asintió.

-No quiero que la gente hable...Y no quiero perderla. Quiero que todo vuelva a ser como antes.-Sentenció abrazando a su mujer mientras empezaba a llorar.

La mujer se deshizo de su abrazo y juntos fueron al cuarto de Helena, al que echaron la llave por fuera antes de irse a dormir. Helena oyó cerrarse la puerta de su habitación con llave y suspiró.

Como cada noche, la habían vuelto a encerrar.

Suponía que sus padres creerían que intentaría escapar o algo así, pero nada más lejos de la realidad...

Sonrió mientras observaba su cama aún hecha, y el único peluche que había sobre ella.

Con la sonrisa aún en sus labios se agachó y tanteó bajo la cama hasta hallar el cuchillo que escondía, lo sacó y sin pensar lo llevó al revés de su muñeca, dejando que el filo lo atravesara , que el ligero dolor aflorara y que el chorro de sangre brotara. Helena miró embobada el líquido rojo mientras cogía su peluche. Posó su dedo sobre la sangre de la herida y lo deslizó sobre ella, llevándolo después a la camiseta blanca del osito para trazar con él la “H” inicial de su nombre -Helena- sobre ella. Hecho ésto lamió la sangre de la herida y con toda la normalidad del mundo, tras volver a ocultar el cuchilllo bajo la cama se abrazó al peluche y esperó a que el sueño acudiera a ella...

Al día siguiente sus padres la despertaron temprano, cuando aún se colaba la luz de la luna por su ventana.

Vio a su madre hacerla la maleta atropelladamente para luego cogerla del brazo sin miramientos y arrastrarla fuera del cuarto sin dar explicaciones.

-¿Donde vamos?-Preguntaba la joven.- ¿Qué pasa?-

-Nada, Helena. Estás enferma y necesitas curarte.- Replicaba la mujer mientras metía a su hija en el coche deprisa, cuidándose de que nadie los viera.

-¡Pero si no me pasa nada! ¡No me duele nada!-Protestó ella.¡Vamos a casa!¡Quiero ver una peli!- Protestó con voz aniñada a pesar de contar dieciocho años.

-Basta de películas, Helena.- Sentenció su padre.- Tu obsesión por el terror ha desencadenado tu problema. Y necesitas curarte.-

La chica rompió a llorar mientras en el asiento del copiloto del coche la madre se mordía el labio y miraba a su marido angustiada.

El hombre le devolvió la mirada y la cogió de la mano, apretándosela, indicándola sin palabras que todo iría bien y que esa era la única forma de poner fin al problema de su hija.

El coche se detuvo y los dos progenitores ignoraron las protestas de Helena mientras la obligaban a bajar del coche conduciéndola a la puerta de un gran edificio.

Al entrar se encontró rodeada de gente que iba de un lado a otro vistiendo batas blancas, por lo que creyó estar en un hospital. Los observó con detenimiento: unos llevaban carpetas en sus manos. Dedujo que serían los médicos. Pero otros...caminaban como ausentes. Algunos incluso iban del brazo de un doctor. Empezó a sentirse incómoda.

-¿Qué hacemos aquí?-Preguntó girándose para irse, pero un médico se lo impidió.

-Hola, peque.-Saludó sonriendo.-Tus padres me han hablado de tí. Tranquila, Helena. Aquí te cuidaremos bien. Dales un besito y no te preocupes, vendrán a verte.-

-No soy peque.-Dijo ella empezando a enfurecerse y mirando al doctor con rabia.- Y quiero volver a casa. Con ellos.-Señaló a sus padres con la cabeza mientras sentía brotar lágrimas de sus ojos para luego echarse a llorar suplicando volver a casa, pero no recibió respuesta: sus padres se limitaron a besarla y a salir del edificio mientras el doctor se la llevaba prácticamente a rastras por el pasillo hacia vaya usted a saber dónde mientras ella se revolvía intentando que no la internaran en el hospital.

 Fue en vano. El doctor, casi incapaz de hacerse con ella, la clavó una jeringuilla en el cuello, haciendo que cayera profundamente dormida.

Cuando despertó lo hizo en una habitación completamente blanca y con paredes acolchadas, sin ventanas. La única que había era un cristalito en medio de la puerta a través del cual sólo se veía parte del pasillo.

Y en esa celda pasó los días sin recibir visita alguna. Sus padres prometieron visitarla, o al menos eso la dijo el doctor, pero no era así...Estaba sola.

Hasta que llegó él.

Un hombre que al principio la asustó un poco, pues parecía salido de alguna de las películas de terror que ella tanto admiraba: una cara excesivamente pálida, casi cadavérica, en el pelo llevaba lo que parecían ser rastas. ¿O eran gusanos?; los ojos color sangre se clavaron en ella, que sintió un escalofrío.

Completamente embutido en negro, el recién llegado empezó a hablar, y la primera palabra que salió de su boca consiguió provocarla escalofríos.

-Helena.-Pronunció.

Era una voz tranquila, pero llena de autoridad, grave, dura, sin titubeos, que consiguió estremecer a la joven a quien se dirigía, que se quedó mirándole preguntándose de dónde habría salido, qué hacía ahí y cómo sabía su nombre.

Pero no abrió la boca para decir nada.

-Hola, Helena.-Comenzó el hombre.

-¿Quién es usted?-Preguntó la muchacha.

 Él se rió y dijo:

-Alguien que sabe lo infeliz que eres en éste lugar. Alguien que sabe que tus padres se han olvidado completamente de tí, que renuncian siquiera a venir a visitarte porque...-

-¡Iván dijo que vendrían!-Gritó ella interrumpiendo al hombre y aferrándose fuerte a su osito de peluche.

-Ya. Iván... El médico, ¿No?-Rió el recién llegado.- Le das pena, Helena.
 Siente la misma lástima por ti que por cualquiera de los locos que están encerrados aquí dentro.
 Te dijo eso para evitar que dieras el coñazo preguntando por tus padres, pero lo que no te dijo fue que tus queridísimos papás no quieren saber nada de su hija loca. No quieren saber nada de ti.-Concluyó.

-¡Mientes!-Chilló ella tirando su peluche al suelo y tapándose los oidos mientras rompía a llorar.

-¡No!¡No!-Gimoteó mientras él se acercaba a ella tranquilamente y la pasaba la mano por el pelo con suavidad.

-Ay...mi dulce Helena.-Susurró haciendo que ella parara de llorar y le mirara.

- Si tú supieras el odio que albergan todos hacia tí...Todos. Absolutamente todos.-

El hombre sonrió y continuó.

-¿Por casualidad no te has parado a pensar en que su odio tiene motivo?-Preguntó con crueldad.

 La respiración de ella se había acelerado debido a la llantina, y en aquellos momentos luchaba por deshacerse del hipo que la había entrado, pero consiguió mirar a quien la hablaba para preguntar con  un hilo de voz:

-¿Qué?-

-Que nadie te quiere, Helena. Que estás completamente sola...Contestó el hombre con desprecio recreándose en las lágrimas que afloraban de los ojos de la joven que tenía enfrente.-

-No...Eso es mentira...-Dijo ella negando con la cabeza.-¡No!Dijo echándose a llorar.

-Te aseguro que es verdad! ¡Pero todo es por tu culpa!¡Estás enferma!¡LOCA!-Chilló el hombre con desprecio para hacerse oir por encima de los lloros de Helena, que eran casi aullidos.

El hombre se apartó un momento de ella y la contempló llorar regodeándose en su sufrimiento, y pasado un rato, se volvió a acercar a ella para decirla:

-Venga, Helena, no llores, por favor. Así no solucionarás nada. Así solo demostrarás tu cobardía...-Dijo sonriendo con maldad.

-¡No soy una cobarde!-Chilló ella levantándose y mirando al hombre con ira.-

¡Demuéstramelo!-Gritó justo en el momento en el que Iván, el médico, entraba en la celda para tranquilizar a Helena, que no dejaba de chillar.

 El extraño hombre no tocó al médico, pero si alzó su mano hacia él y le hizo brotar sangre de su cuerpo para después hacer que se desplomara mientras la chica observaba todo atónita.

-Vamos, Helena. Demuéstrame que no eres una cobarde y no te arrepentirás.

 Pero ella ya no le escuchaba, porque fue ver la sangre brotando del cuerpo del médico y pareció que sus ojos se le saldrían de las órbitas.

Se relamió y se tiró al lado del doctor, que apenas balbuceaba, casi a las puertas de la muerte.

La joven lamió el charco de sangre que había junto al médico mientras el hombre que antes invadiera su celda lo observaba todo, ahora callado, como reflexionando sobre algo....Hasta que con un gesto de su mano hizo desaparecer la sangre de repente.

Helena lo miró, y antes de que ella pudiera decir algo, él habló.

-Sé lo infeliz que eres aquí, Helena. Y yo puedo ayudarte a ser feliz...Fuera.-Dijo sonriendo con maldad al ver que ella lo miraba sorprendida.-Puedo llevarte a un lugar donde sólo reine la sangre, donde  residen criaturas incluso peores que las que ves en tus amadas películas de terror...-Dijo observando con satisfacción cómo los ojos de ella se abrían y se ponía de rodillas ante él mirándole para escucharle atentamente.

El Amo del Viejo Caserón, que era a quien Helena tenía ante sí, sonrió para sus adentros: No le iba a resultar muy difícil persuadir a aquella joven para que se fuera a su morada. Su señor ya podía estar orgulloso de él.

Una chica con problemas mentales, frágil, y con un gusto atroz por la sangre: La candidata perfecta para unirse al resto de las criaturas que moraban el Caserón.

 Comenzó su táctica para convencerla, aunque sabía que no le hacía mucha falta: la tenía casi en el bote, mirándole como hipnotizada, esperando una explicación a esa nueva vida que él le había prometido.

-Verás, Helena.-Comenzó.- Soy el Amo de un Viejo Caserón no muy lejos de éste sanatorio. Si accedes a venir conmigo, tu vida será completamente distinta...-

Chasqueó los dedos, haciendo que ella viera una horrorosa escena: primero vio la fachada del Caserón, se vio a si misma entrando dentro, y luego vio gente caminando por los pasillos de la casa, y ella empuñando un cuchillo cuyo filo estaba empapado en sangre que ella lamía.

Cualquiera habría huido ante tan horripilante visión, pero ella no. Al contrario de lo que pudiera parecer, la chica sonreía y miraba extasiada la escena, relamiéndose, intentando alcanzar con una mano el cuchillo que veía ante sus ojos para arrebatárselo a la chica que lo sostenía que no era otra persona sino ella misma.

-¿Te gusta lo que ves, dulce Helena?- Preguntó el Amo sacándola del trance.

 Por toda respuesta, recogió su peluche del suelo y lo abrazó mientras se acercaba al hombre y cogía la mano huesuda que él le ofrecía.

 Ambos abandonaron el sanatorio y fueron varios los enfermos y médicos que calmaron momentáneamente las ansias de Helena por la sangre cuando se cruzaron en su camino. Al llegar al Caserón, sin embargo, la mirada y la voz del Amo volvieron a endurecerse y a enfriarse como cuando se burló de ella en la celda, y la empujó a los brazos de un hombre que tenía toda la pinta de ser un médico: bata blanca, jeringuilla en mano...Y que estaba junto a un chico que llevaba camisa de fuerza y reía histérico.

-¡Espiral, llévatela!-Ordenó el Amo.

Espiral, que resultó ser el médico del Caserón, se la llevó a una celda casi idéntica a la del lugar del que había salido. Y de nadasirvieron sus lloros...

Y luego vinieron las torturas, el inquisidor jugando con fuego sobre su cuerpo...

Y el doctor Espiral que se suponía que tenía que cuidar de ella no  parecía hacerlo.

Al revés: presenciaba todo calladito y no evitaba que el cruel inquisidor jugueteara con su mechero sobre ella.

 Pero como el inquisidor también el resto de moradores la agredían, tratando de arrastrarla al lado oscuro.

Las numerosas torturas hicieron que poco a poco ella se fuera amansando y sucumbiera al mal reinante en la casa.

Y cierto día la tocó lidiar con el primer grupo de visitantes. Y mientras se relamía cuchillo y peluche en mano salía de su celda y clamaba por la sangre de los visitantes que pasaban por su lado. Fue así como el resto de moradores la apodaron “Blood”.

Así fue como la dulce Helena cayó en la oscuridad del Viejo Caserón, y aún hoy sigue atormentando a los incautos que se atreven a cruzar la puerta de su morada...

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