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jueves, 12 de marzo de 2015

"Los Moradores"Capitulo 2

CAPITULO 2: NOSFHARATU, EL MONJE DE ARREPENTIDOS

Monasterio de El Escorial, enero de 1600.

El monje vagó por el patio central del claustro del monasterio con expresión ausente.

¿Por qué ahora  le asaltaban aquellas dudas? Ni él mismo lo sabía.

Toda su vida consagrada a la fe y ahora lo único que creía era lo que sus ojos habían visto, y no había sido nada bueno: hacía no mucho tiempo que, sin querer, había descubierto a dos abades hablar acerca de un dinero recaudado y de dónde iría a parar: al monasterio, pero ni mucho menos para ayudar a necesitados, sino para esculpir figuras de santos, para comprar hábitos, libros y toda clase de material eclesiástico nuevo que pudiera necesitarse.

Y eso al joven monje Juan le dolió más que cualquier otra cosa.

¿No predicaba Dios desde la pobreza?¿Por qué esos monjes hablaban entre ellos de riqueza? Las cosas empezaron a no cuadrarle y desde entonces comenzó a cuestionarse su estancia en aquel lugar.

Siempre había tenido claro que la fe era su vida, pero ahora si miraba a los demás, lo único que veía en sus labios no era la sonrisa del amor a Dios, sino la sonrisa de la hipocresía, de la falsedad y del amor a las cosas banas y materiales; la sonrisa del más absoluto desamor a los necesitados.
Mientras caminaba pensó que encontraba una absoluta desconcordancia entre lo que había escuchado y lo que solía escuchar en los sermones que daban los mismos monjes a los que había oído hablar de dinero para la Iglesia.

“¿Qué puedo hacer?” Pensó recorriendo el claustro y suspirando angustiado.

La luna bañaba el lugar, reflejándose en la pequeña fuente junto a la que Juan se había sentado a reflexionar cuando se cansó de recorrer el patio.

Pero no era la luz de la luna lo único que destellaba en la cristalina agua de la fuente: un par de reflejos rojos similares a ojos refulgían en la transparencia del agua.

Juan, asustado, sumergió su mano en el agua y la zarandeó para hacer desaparecer esas extrañas luces rojizas, y al hacerlo y darse la vuelta, descubrió esos mismos ojos color bermellón frente a él: una figura sombría a la que solo se le veían los ojos de un color bermejo encendido.

-Hola.-Dijo el desconocido.

Juan se asustó aún más ante aquel tono de voz.

-¿Quién sois?-Preguntó fijando su vista en él.

Ahora la luz de la luna brillaba en la figura del desconocido y Juan pudo verle claramente: completamente embutido en negro, lo único que destacaba a la luz era su pálida y esquelética faz y su pelo largo de rastas blancas.
-Mi nombre es Malevus, monje.- Dijo el desconocido.- He venido a por tí, Juan.-
El monje se le quedó mirando entre sorprendido y desconcertado.

-Sé que ahora dudas de todo, que has visto cosas, y yo sé que hacer para que esas dudas se disipen.- Le dijo.-Sígueme.-

El monje se quedó mirando al desconocido y titubeó un momento.

-Las dudas te matan, querido monje...-Dijo el hombre...-No porfíes y sígueme.-

Juan se encogió de hombros y fue tras él, que le llevó al despacho de uno de los abades a los que había oído hablar, que casualmente se encontraba con su compañero, el otro implicado en el asunto.

-Míralos.- Dijo Malevus.- De nuevo maquinando.

Juan se llevó una mano a la boca y no pudo evitar lanzar un amago de suspiro sorprendido al verlos contando una gran cantidad de monedas de oro .

Malevus alzó la voz mientras entraba en la sala:

-¿No te gustaría que se arrepintieran, Juan?-

Juan miró a sus dos compañeros entrecerrando los ojos.

-Sí. Mucho.- Dijo viendo cómo la rabia se empezaba a apoderar de él.

Los dos abades se sorprendieron al ver a quienes acababan de entrar y rápidamente escondieron el dinero.
-¡Juan! ¿Qué haces aquí?- Dijo uno de ellos sorprendido, sonriendo y disimulando.- Y ¿Vos quién sois?-Dijo dirigiéndose a Malevus, que no contestó y dejó que fuera Juan quien se dejara llevar por la rabia que empezaba a aflorar en su interior.

-La cuestión es quién sois vosotros. Porque hasta hace bien poco creía que erais abades honrados, pero ahora....¡Desde que el otro día os vi hablar sobre el uso de ese dinero habéis perdido todo crédito para mi!-

-¡Oh! ¿Nos oíste?-Preguntó el otro.- ¿No creerías, qué...? ¡Juan¡ No! Sólo...-Dijo intentando hacerle creer lo contrario.

Juan le interrumpió airado.

-¡Por favor os lo pido, no me toméis por necio! ¡Sé bien lo que oí, y el destino de esas bolsas de monedas no es ni mucho menos las manos de los más necesitados! ¡Ladrones!-Les espetó.

-Arrepentios!¡Ya!-Tronó el monje con rabia incontenida mientras en su mano aparecía un cuchillo fruto de los poderes de Malevus.

-Eso es.-Azuzó Malevus.- ¡Que se arrepientan!-

-¿Os arrepentís?-Preguntó rabioso Juan amenazándoles con el cuchillo.

-¡Sí, nos arrepentimos!-Dijeron los abades asustados.

Pero ya era tarde: la rabia que ardía en Juan le hizo asesinar a los monjes y huir con Malevus al Viejo Caserón.
-Ahora no tienes elección, Juan.- Le dijo Malevus.- El mal ahora forma parte de ti, y no tienes más remedio que seguirlo...-

Y así fue como, tras sufrir las torturas del inquisidor, Juan se convirtió en Nosfharatu., el monje de Arrepentidos del Viejo Caserón.

Enclaustrado en la abadía y casi ajeno a la presencia de los moradores que fueron llegando, él ofrece a los visitantes la oportunidad de arrepentirse por andar el camino terrorífico que es esa casa maldita.





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