CAPITULO 25: EN LA BÓVEDA
Abro los ojos y veo la bóveda de
Helios. No hacen falta más explicaciones para saber dónde estoy y
quién me torturará esta vez. Estoy atada a la mesa de torturas,
incapaz de moverme.
Alzo la cabeza para ver dónde esta
Tar, pero ni rastro de él. En ese momento, suena un portazo y el
inquisidor hace su aparición y se acerca a mi. Me mira con su
horrible mirada amarilla. Siento un escalofrío e intento apartar mis
ojos de los suyos, pero no lo hago. Conozco su pasado. Y es la última
baza que tengo para salir ilesa de las garras de Tar.
Valiéndome del gran parecido que
guardo con la que fue su hija, digo:
-Papá, por favor...-
El gesto de su mirada de entristece,
sus ojos se vuelven castaños, desapareciendo la maldad de ellos. Me
mira con dolor. Una lágrima recorre su cara mientras se acerca a mi
y me acaricia la mejilla.
-Hija mía...-Dice llorando,
inclinándose a besar mi frente.
-Papá, por favor, libérame. Sácame
de aquí...-Suplico mirándole mientras él se aparta y veo cómo su
mirada se ha vuelto a tornar amarilla; cómo una sonrisa carente de
compasión se dibuja en sus labios y cómo de repente me propina una
bofetada que me hace girar la cara y gritar, mientras Tar se ríe y
dice:
-¿En serio pensabas que picaría,
Cris? ¿En serio me creías tan imbécil?-Se ríe y suspira.- Ay,
pequeña Cris, ¿Cuándo dejarás de intentar esas tretas tan
patéticas? ¿No te cansas de caer en mis engaños respecto a este
tema?-Ríe.- Ay, inocente...-Se burla riendo.
-¡¿Por qué lo haces?! ¡¿Cómo
puedes ser tan perverso?!-Le chillo enrabietada escupiéndole una
bocanada de sangre
-Porque es mi trabajo, querida.- Dice
entre risas.- ¿O es que creías que ser inquisidor es repartir
caramelos y hacer reir? Eso mejor se lo dejamos a Ymir. O al menos en
su vida pasada, ¿No crees?-Se limpia la sangre que le he escupido
con toda la normalidad del mundo y se lleva la mano a la boca para
chupar los restos y continuar.- ¿Que cómo puedo ser tan perverso?
El mundo me hizo así. Alguien tiene que serlo.- Dice yendo a una
mesa no muy lejos de donde estoy, donde hay instrumentos de tortura.
Gruño.
-Conozco tu pasado. El Emperador me lo
contó todo.-Digo.
-Entonces habrás aceptado que no soy
un embustero.-Dice él. Y ríe.- Sí. Mi señor me contó como
despotricabas contra mi por supuestamente haberte mentido. “Cabrón”,
me llamaste, ¿No?-Ríe.-Pero ya sabes que no mentía...-
-Y no sólo he aceptado que dices la
verdad, sino también lo que eso conlleva: que en tu vida anterior
fuiste una buena persona, que tenías una mujer y una hija a las que
adorabas, una familia...Eras un buen señor al que querían y
respetaban ¡Yo lo vi!-Chillo intentando hacerle entrar en razón.
Permanece callado, con la mirada fija
en la pared, como si quisiera hacer aflorar recuerdos...
-Sí. Antaño fui todo lo que mi señor
te mostró, pero ya no queda nada de mi “yo” anterior. Mi pasado
ya no significa nada para mí. Está muerto y enterrado.-Dice,
intentando ser frío, aunque su mirada atraviesa la pared con
nostalgia.
-¡Y una mierda!-Digo yo.- Es tu
pasado, te pertenece. Es el pasado de tu verdadero ser, pero lo has
olvidado. Y estoy segura de que aún lo añoras. Me niego a creer que
el Emperador te haya hecho olvidar algo tan hermoso...Algo que era
tuyo...¿Cómo has dejado que te lo arrebatara? Sin duda no lo ha
hecho del todo. ¿Por qué si no guardas esos recuerdos? ¡Lucha,
Tar! ¡Lucha por recordar quién fuiste!-Le digo.
Resopla y veo que sus ojos amarillos
relampaguean de furia. Enciende su Zippo y me lo pasa por el
estómago. Aúllo de dolor observando cómo la tela del camisón se
quema y las llamas atraviesan mi piel.
-Vamos a ver si el dolor te despeja la
mente y te hace entender de una vez de qué va la historia,
Cristinita...-Dice resoplando cansado. Estoy acabando con su
paciencia, de eso estoy segura, y aunque por fuera me retuerzo de
dolor, río dentro de mí.
El inquisidor comienza a hablar:
-Ese pasado del que hablas ya no existe
porque el hombre al que le pertenecía está muerto. Murió el mismo
día en que asesinaron a toda su familia, ¿Te enteras? Lo único que
quedó de él fue dolor, rabia, y un despiadado deseo de venganza que
aquel que le encontró se encargó de aliviar.
-Malevus...-Digo yo con la voz
quebrada.
-Sí. El Amo Malevus.-Me confirma él.-
No fueron pocas las vidas que segué hasta que me encontró y me
libró de aquellos que me perseguían cuando mis crímenes salieron a
la luz: la Inquisición, familiares de aquellos que asesine ¡Todos a
por mí!...-Se ríe histérico.- ¡Mataba de pura rabia, Cris!¡Era
la rabia la que me impulsaba a quitar vidas!¡No me merecía lo que
me hicieron!-Grita enrabietado.-Pero matar me ayudaba a mantener el
dolor a raya...-Dice.
-Hasta que lord Malevus me encontró en
el bosque donde me escondía por entonces. Me dijo que el señor a
quién servía quería reclutar a una persona para que ejerciera de
inquisidor en un lugar que él controlaba y dada mi crueldad había
pensado que yo podía desempeñar ese papel...- Dice encendiendo de
nuevo el mechero y pasándomelo con toda tranquilidad por el brazo.
Intento contener el chillido, pero no puedo y exploto.
-¿Ya?-Me dice Tar divertido cuando
apaga el mechero y yo paro de gritar.
No contesto y sigue con su relato.
-Malevus me puso a prueba para ver si
era digno de mi labor aquí: desempeñaría el papel de inquisidor
durante un tiempo. Si era de su agrado, seguiría. Si no, me
mataría.- Dice cogiendo un mechón de pelo y prendiéndolo con el
mechero. Grito cuando la llama llega al final del pelo y toca mi
piel. Tar coge otro mechón y repite la operación.
-Por supuesto, acepté para poder
librarme de la muerte y de aquellos que me acechaba...Era un riesgo
que estaba dispuesto a correr.-Dice.
-Cuando llegué al Caserón, el
Emperador me entregó mis ropajes y el libro que encontraste en el
biblioteca. Lo estudié dia y noche hasta conseguir dominar todo el
saber que me ofrecía sobre la Inquisición, construí mi Zippo y
empezaron las torturas a los moradores...-Sonríe.
-No me lo pusieron fácil, al ser seres
malditos y alimentarse también de dolor tuve que usar bastante poder
para dañarles. Todo extraido del librito de la biblioteca...Pero lo
conseguí.-Sonríe.- Y al final, el Emperador se mostró ante mí, y
me concedió la inmortalidad, los ropajes, el cargo de Inquisidor
del Caserón así como mi nuevo nombre: Tar Sekelthôr. Pero lo más
importante: me liberó del dolor que me atenazaba. Ya no mataría
para calmar mi pena, sino por placer y diversión.-Proclama.- Ante
esto, me postré ante el Emperador y juré servirle
eternamente...-Tar ha apagado el Zippo y ahora me mira
-Yo que tú, habría preferido morir,
sinceramente...-Digo.
-Sí...Eso es lo que anhelas desde hace
algún tiempo, ¿No? Morir. Exhalar tu último aliento y
liberarte...-Sonríe.- La muerte no te va a salvar de éste castigo,
y tú lo sabes. Pero no te preocupes, pequeña Cris. Antes de lo que
esperas todo habrá terminado...Porque serás uno de los nuestros.-
Me revuelvo mientras niego con la
cabeza.
-¡Nunca volveré a
vosotros!-Proclamo.-
-Ah, ¿no?-Pregunta él.- ¿Y todos
esos pensamientos que rondan por tu mente y que el Emperador me
chiva?-Dice con sorna.- Pensamientos que hablan de cansancio, de
agotamiento...De abandonar y someterte de una vez por todas a la
oscuridad que reina aquí...-
-¡No¡¡No lo haré!-Digo intentando
parecer decidida aunque sé que el inquisidor me ha pillado y todo lo
que dice es cierto.
-Tú misma, pero...¿Qué me dices de
Irene, esa pobre muchacha a la que pudiste salvar y no lo hiciste por
puro egoismo?-
Niego con la cabeza.
-Sí Cris. Te suplicó que no lo
hicieras y lo hiciste simplemente por salvar tu
pellejo...¡Egoista!-Me chilla y luego ríe.- Y son esos pequeños
detalles los que te hacen aproximarte al lado oscuro, pasito a
pasito, poco a poco.-Me sonríe.- Tus defensas se desmoronan, y tu
voluntad se quiebra. Y lo más grave es que sabes que estoy diciendo
la verdad...-Me dice.
-¡No!-Chillo yo, negando lo que me
dice.
-Niégalo, di lo que quieras, pero
acabarás dándonos la razón. A todos.-Sentencia.- Y ahora...Voy a
hacerte chillar de verdad...-Sonrie.- Se acabó la charla,
Cris...-Dice mostrándome un saquito que ha sacado del bolsillo de su
túnica y cuyo contenido no tarda en derramar sobre mis heridas.
Chillo al sentir la sal penetrar en las
heridas, mientras Tar dice sonriendo.
-¿Crees que ésto es lo más
duro?-Sonríe y con sus manos me obliga a alzar la cabeza y a girarla
a la derecha, donde hay una Dama de Hierro y un potro de tortura.
Me echo a llorar mientras él dice:
-Sí, es que hoy me apetece variar un
poco el método...¡Ya verás cómo nos vamos a divertir, Cris!-Ríe.
Y yo me preparo para el nuevo
suplicio...
No hay comentarios:
Publicar un comentario